Único.

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Los planetas se reordenan en el espacio. Por colores y destellos, se juntan, colisionan. Parecen casi estrechar su amistad con abrazos que se transforman en grandes explosiones. Vienen de lejos, meteoritos que caen en órbitas desoladas. ¿Hay vida allí? No se sabe, pero pareciera que en cualquier momento podría florecer un dragón de magma con solo observar como los astros se funden. El natural color azul marino que desprenden los cometas de su interior es intrigante, fuego azul que decora el cielo, cambia repentinamente a un morado intenso, amarillo célebre y rojo de muerte. Los colores que envuelven la cola del cometa se revuelven, bailan en ondas y giros.

Él controla las danzas de los rayos.

Minghao a visto muchas veces como caen las estrellas muertas, como los cometas viajan por la atmósfera, como los planetas reflejan luz fluorescente. Él no cree que todo se controle por sí solo, tampoco que un ser divino lo haga. No, él cree que todo sucede por un chico estrella. Por el chico rayo.

No tiene idea, pero cuando menos lo espera cae cautivado con las coreografías que emplean los aros de Saturno. Maravilloso.

Sabe que Dios no podría con tal talento inhumano, no podría controlar tanta materia oscura ni polvo cósmico. Alguien más reina en aquel lugar sin fin.

Minghao a tratado de encontrar a esa persona, en la tierra, porque sabe que existe y vive más cerca de lo que aparenta. Está cerca de encontrarlo.

Hace días un chico nuevo ingreso a su clase de geografía y literatura. Comparten cuatro horas juntos, pero jamás se dirigieron palabras a pesar de haberse presentado formalmente uno con otro. Se llama Chwe Hansol. Es castaño, de madre americana y rasgos orientales muy definidos. Es hermoso, pero no es momento de que el chino se enamore.

Él quiere encontrar a la persona que mueve los planetas, las estrellas y el tiempo. Su búsqueda se extiende por mar, tierra y cielo, quiere encontrarlo, no parece tan difícil.

Fue así como acabó el asiático, en su patio trasero con vista a un gigante campo, con un telescopio apuntando en alto, cobijas en sus hombros y un cuadernillo de apuntes en sus brazos. Cada mínimo detalle lo anotaba, cada minúsculo movimiento era una pista. ¿Podría encontrar a ese Dios? No quería tener dudas, si se esforzaba tendría en la mira a su destino.

Bostezó con algo de frío recorriendo su pecho, sacudiendo su espalda retomo con postura y se cruzó de piernas observando nuevamente la estrellada esfera azul diurna. Todo dictaminaba que dormiría afuera esa noche, porque quería estar seguro de recolectar cada rocio de luz que caía del cielo, todo era una pista. Bajó su cabeza un momento para descansar su cuello, miró a su costado izquierdo, en la lejanía la ciudad llevaba una amarilla tela sobre los edificios. Él vivía en el campo, alejado de la contaminación lumínica, porque allí todo era más relajante.

En las mañanas salía a comprar algo de pan, sacaba a pasear a su perro y volvía veinte minutos después, en caso de fines de semana. Era cierto que la única panadería del lugar quedaba del otro lado del pueblo pero caminar de vez cuando no hacía mal. Durante el medio día ayudaba a su madre con la preparación del almuerzo mientras su padre veía la televisión, en la tarde descansaba, realizaba sus tareas y responsabilidades. En la noche cenaba temprano con sus padres, salía afuera y llevaba mantas, se acomoda sobre el suave césped y comenzaba su trabajo.

Muchas veces se distraía mirando a su perro y gato jugar juntos, a su amada Yinli saltar sobre el cerco de amarronadas tablas, caminar sacudiendo su cola y refregar su cuerpo contra la madera, su peludo Cían jugar con su pelota de tenis, correr por el pasto y ladrar a otros gatos vecinos que se paseaban por los techos. Amaba a sus mascotas con todo su ser, eran hermosos de cabeza a cola, disfrutaba de su compañía al igual que sus padres. Al principio había sido complicado convencer por la idea de dos animales en la casa pero lo único que el señor y la señora Xú querían era ver a su hijo feliz.

Light [VERHAO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora