Se acercaba las doce de la noche y aún estaba su rostro iluminado por el móvil, sus ojos se dirigían de un lado a otro leyendo fascinantes escritos de un desconocido, sentía como las letras brincaban en su piel y sin permiso algunas la desvestian. Cada palabra que leía era una dulce caricia, a su cuerpo, a su alma, a sus fantasías, cada poema era un beso, un encuentro, un peligroso y excitante secuestro, una forma de hacer el amo, de tener sexo, se enamoró del escritor y de sus versos.
-Ruben Díaz Matamoros
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