Prefacio

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Cuatro sombras atravesaban el bosque a velocidad inhumana. Esquivaron cada tronco de árbol que hallaron mientras perseguían un rastro de sangre a la vez que huían de expertos cazadores que trataban de darles caza. La luna resplandecía en lo más alto del cielo y su intensa luz alumbraba el pueblo de Nightville en mitad de la brumosa y oscura noche.

Estas sombras tenían una forma muy corpulenta, demasiado grande para ser simples humanos. La velocidad que podían alcanzar desafiaba a toda lógica, pues con tan solo dos piernas podían correr cientos de kilómetros en cuestión de segundos y escuchar cosas que nadie más podía, como el aleteo de una mariposa o el leve zumbido de una avispa, una capacidad muy útil para esquivar las balas de los cazadores en ese preciso momento.

El aroma a sangre se intensificó tanto que incluso pudieron saborearlo, dejándoles en la lengua un matiz metálico que les resultaba familiar. Ellos no eran asesinos, pero hacían todo lo posible para mantener su pueblo a salvo de las criaturas sobrenaturales que rondaban las calles con apariencia inocente; de día podía parecer una persona normal y corriente, un vecino que te saluda todos los días y que suele regar el césped cada domingo, un niño que adora montar en columpios o un adolescente que saca matriculas de honor en el instituto. Sin embargo, por la noche, podría convertirse en una despiadada bestia capaz de devorarte sin la más mínima compasión. No todos eran monstruos, eso es cierto, aunque aquellas criaturas que disfrutaban arrebatando la vida de personas inocentes eran cada vez más y cada vez más peligrosas.

Las cuatro sombras salieron corriendo colina abajo en busca de ese olor tan llamativo. Bajo la inmensa oscuridad, al resguardo de un enorme árbol milenario situado en una pradera en mitad del bosque, encontraron el cuerpo desfigurado de un niño cubierto por un manto de niebla que parecía estar protegiéndolo de cualquier animal salvaje. El muchacho tenía el vientre abierto en canal y algunos órganos sobresalían del cadáver.

Una de las sombras vomitó ante semejante imagen. Otra maldijo. Otra ansiaba vengarse. La última simplemente aulló. Su sonido se expandió por todo el bosque, llegando hasta los lugares más insólitos del pueblo, esperando ser escuchado. También era un grito donde proclamaba venganza, pues el niño era un hermano de sangre cuya vida había sido arrebatada por una bestia sin identidad. Un monstruo que había acabado con la vida de varias personas en Nightville.

El disparo en el abdomen a uno de ellos les advirtió de que los cazadores estaban demasiado cerca. Debido a la bala de plata empezó a salir humo de la abertura mientras que su piel tomaba un color negro. Uno de ellos quiso ir tras sus atacantes y matarlos a todos, pero el más fuerte de los cuatro se negó a derramar más sangre. Sus palabras fueron solemnes. Se escucharon gritos de los cazadores aproximándose y más ecos de los gatillos de sus armas. Antes de que pudieran alcanzarles, sus compañeros ayudaron al herido a escapar. Nunca dejaban a nadie atrás porque todos unidos eran mucho más fuertes.

Porque eran una familia.

Estas sombras consiguieron escapar de los cazadores que supuestamente eran aliados. No obstante, después de los últimos acontecimientos ocurridos en el pueblo, nadie estaba a salvo, pues esa bestia observaba a estas sombras desde la distancia, esperando tener una nueva oportunidad para matar. 

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