Capítulo 11: Una mentira condenada a muerte.

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29 de agosto del año 1712.

Cuando aparentemente es de madrugada en aquel dichoso costado del mundo en el cual se ubica el calmo pueblo donde reside un pequeño porcentaje de la población del americanizado Daegu, en medio del silbido tenue de la brisa nocturna se escucha un campaneo. La canción que pronuncia la voz del siseo proveniente de las hojas de los cedros y los arbustos de sombra es acompañada del dulce ulular del viento que le elabora una lenta instrumental, bailando así los faroles de la plaza al compás del vals romántico que entona el riachuelo que corre detrás de la panadería; un arrullo silencioso se produce cuando el sonido cálido se desliza por los tragaluces de la catedral, y recorren las paredes en una caricia que se transforma en el acorde del dormitar del pueblo.

A lo lejos, en una esquina de la villa se escucha una perturbación en el ambiente. Cerca de los suburbios, una pequeña casa de dos niveles y pocos metros cuadrados toma lugar con grandes méritos, la familia de panaderos vive allí, entre las paredes de paja y yeso no hay más que dos habitaciones, un baño y un salón grande, que con ayuda de remodelaciones hechas con esfuerzo y dinero han dado al hogar el rostro de una casa honrada para sus habitantes; es allí donde surgen los reclamos y gruñidos que perturban la madrugada, y se trata de esa razón por la cual el joven Jung Hoseok quien se aprovechaba de la oscuridad casi mañanera para descansar se ve obligado a abrir sus ojos azabaches por el barullo de voces que se forma como un escándalo en el primer nivel de su humilde y cálida casa.

Producir la separación de sus párpados le cuesta, el trabajo de asomar su mirada por entre el bosque que forman sus negras pestañas por poco le resulta una actividad innecesaria, y es por eso que durante unos largos segundos decide que no es la mera prioridad hacerlo así que prefiere esforzarse en despertar la mente antes que el cuerpo; dentro de los pensamientos su cerebro le obliga a pensar que necesita saber la hora, de forma que mientras decide esforzarse en abrir los ojos para hacerse consciente de su entorno hace el intento de aproximar mentalmente a que son tal vez las tres o cuatro de la mañana.

Es un hecho que casi confirma cuando puede por fin centrar sus pupilas en las afueras de su habitación y deja vagar la mirada por el más allá que le muestra la ventana; para hallar lógica en su supuesto le pide detalles al exterior, aquel cielo que mira no tiene apariencia alguna en su color rojizo y cargado de negro de que el amanecer se encuentre próximo entre los minutos, por lo que mirando el manto azabache de pecas plateadas y salpicaduras celestes se atreve a convencerse de que no ha dormido mucho más de una hora. Así decide no fijarse de ningún reloj para mantener la confianza que se tiene a sí mismo, prefiere no contradecirse y acabar discutiendo con su propia persona ahora que sabe que simplemente está despierto a la mitad de la noche.

Mientras se acostumbra al disturbio no se esfuerza en intentar deducirlo, el desconcierto que le proporciona su cuerpo por el estado de somnolencia se lo hace temporalmente imposible y no vale la pena perder tiempo en hacerlo. Después de que se frota los ojos con los dedos de la mano izquierda se obliga a arrugar el rostro y entrecerrar los ojos para recuperar su visión nítida a pesar de que por la creciente penumbra no consigue ver nada a su alrededor; entonces observa a través de los ventanales diestros de su habitación y se convence de que su cerebro le da una información certera respecto a tiempo y hora.

Con la visión más tranquila siente como se esfuma la pesadez de los parpados, sus pupilas se dilatan en medio de la oscuridad y su vista se agudiza dándole la libertad de distinguir objetos dentro de la nada; desde su sitio percibe como a lo lejos se observa la soledad de las calles principales del pueblo, las caminerías de piedra y las aceras hechas de concreto rustico por sobre el cual él alguna vez llegó a caminar descalzo, tranquilizando su ansias de libertad cuando era tan solo un niño sin preocupaciones que no hacía más que corretear de aquí para allá persiguiendo quizás una pelota o a un compañero de travesuras. En el pueblo cada cruce está lleno de recuerdos, cada trozo de suelo le trae a la cabeza una imagen, es por eso que su favorita se encuentra en la laja de mármol negro de la esquina de la plaza de palomas, el sitio en donde vio por primera vez a la supuesta hija de los Kim.

Miss TaeHyung ❞. ₊ [ HopeV ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora