III

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Cuando al fin Raoul consigue quedarse unos minutos a solas con Agoney e intentar explicarse por lo que pasó hacía unas noches, éste levanta la ceja mirándolo escéptico y girando la cara, dice que no tiene nada que explicarle.

"¿Pero por qué te fuiste? Era tarde, podrías haber dormido en mi casa, o haber esperado a que te llevase en coche."

Cuando pregunta espera de verdad que le responda que lo hizo porque no quería ver eso, porque le dolía.

Pero Agoney se ríe en su cara y le lanza la mirada más fría que ha visto en su vida.

"No voy a quedarme a interrumpir el polvo, por dios"

Y se quita la casaca con toda la naturalidad del mundo. Está ahí, de pie frente a él, como diciendo "Mira lo que te has perdido" sin siquiera mirarlo.

Cuando están vestidos y el canario está cruzando la puerta del vestuario, lo frena cogiéndolo del brazo y el otro se gira resoplando.

-Si no tienes ningún problema con lo que pasó ¿por qué no quieres ser mi amigo?- Bingo. Se dice Raoul a sí mismo.

-¿Quién ha dicho eso? Estoy ocupado, Raoul, no voy a estar siempre pegado a tu culo.

-¿Para Alfred y Amaia no estás ocupado? Porque ayer estuviste con ellos. No lo digo yo, lo dice instagram.

-Repito, Raoul. Mi mundo no gira en torno a ti. Siento que pensases lo contrario.- Se suelta del agarre y se va, se suelta porque el rubio se queda sin fuerza en las manos, también en las piernas, y se tambalea.

"Mi mundo no gira en torno a ti" Obvio. Pero doloroso.
Como la necesidad de las vacunas.
Así había pasado Agoney por su vida.
Le había hecho tanto bien en tan poco tiempo.
Pero esta parte duele. Le duele mucho como cuando te pinchan heparina, y se hace una bolita que hay que masajear para que desaparezca.

Se masajea la bolita pensando que simplemente estaba celoso y le había dolido verlo con otro.

Se masajea la cabeza también cuando entra en el coche y, al mirar el asiento de copiloto, Agoney no está ahí. Llevaba semanas con el coche en el taller y a Raoul se le había hecho rutina mirar ahí y verlo. Se había acostumbrado, como a todo lo que tenía que ver con él.

Pasan los días y no es capaz de mirar a Raoul a la cara. Se siente estúpido y roto. Siente que la sangre se le calienta en las venas cada vez que recuerda lo humillado que se sintió.

Siente un revoltijo en el estómago cuando ve en su cabeza cómo casi se declara.

Es tarde y Agoney no puede dormir pensando en que siente punzadas dolorosas donde antes había mariposas.

Es tarde y su cabeza da vueltas como las agujas del reloj plateado de Raoul.

Se levanta de la cama y agradece que al menos va al turno de tarde, como Raoul, por desgracia.

No se cree lo último aunque le gustaría, porque mirar a Raoul y lamentarse se ha convertido en su pasatiempo favorito.

El otro día lo miró a escondidas mientras ayudaba a Miriam a inyectarle insulina a un paciente que no se dejaba.
Recuerda la tensión en los brazos, las venas marcadas, el color rojo de su piel.

El gruñido de frustración que emite el catalán cuando algo no le sale bien, seguido por su labio inferior elevandose y soplando aire, levantando momentaneamente el flequillo.

Su risa. Grave y fuerte. Capaz de llenar una sala y capaz de que Agoney sienta cómo se le llena el pecho.

Sus ojos. Sus ojos lo dicen todo. Sus ojos son color miel, son expresivos y se han convertido en su poema favorito.

nitroglicerinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora