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Al anochecer
en mi celda aislada,
donde los barrotes son gruesos
lentamente se despide la luz.

El frío se desliza,
con lenta agonía
por entre las grietas
y me hela la sangre.
Rojo y después marrón,
traza un camino por mis muñecas,
piernas, hasta la correa en mis tobillos.

La correa de un tacón,
como grilletes pesan en mí
las expectativas de una sociedad
en guerra consigo misma.

Las rechazamos,
nos persiguen y
tan mal están las cosas que
hasta nosotros mismos nos cazamos.

Pero nadie está a salvo,
pobreza, desinterés y todo
es broma a través de una pantalla.

Y al otro lado,
en la prisión de mi mente,
la muerte se ríe sobre mis hombros.
Me convence de huir con ella.
Y, bajo la ilusión de un falso alivio,
me arrastra hacia el olvido.

De prisiones y jardinesWhere stories live. Discover now