Capitulo III

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Han pasado varias semanas, nada ha cambiado desde ese día donde estaba a punto de acabar todo. Continúo conservando aquel cuaderno, le he dado uso, y ya casi termina a excepción de unas cuantas hojas.

Ya sin saber que ésta pasando en mi vida, me dirijo a la escuela, a vivir otro sufrimiento, el sufrimiento monótono.
Los mismos chicos, todos los días, me pegan, me empujan, insultan y más. Yo sin ánimos... no me quejo, ni pido ayuda, tarde o temprano pararan y empezaran las clases.

Ha sonado el timbre, para entrar, el dolor inicia a parar.

Caminando por el pasillo, con los ojos casi llorando, la veo, estaba ahí, abriendo su casillero, ella... Gabriela. Es tímida y sin amigas, su cabello castaño claro, liso, brillante y con gafas.  Todo la  volvían tan perfecta.

Bah, ¿a quién engaño?, esa clase de mujeres, casi perfectas, no se fijan en pequeñas manchas como yo.

Vuelve a sonar el timbre, las clases terminaron, un sonido más que me salva de esas torturas, golpes e insultos. Todo es monótono, ya lo he dicho... He de tener la esperanza, de que algún día queden exhaustos de lo que me hacen. Eso espero.

Escuchas los insultos, los ignoras, pero sabes que la autoestima desciende tan imparable como la gravedad.

Saliendo del colegio, mirando el suelo, tropiezo con ella, Gabriela. Nos miramos, y sin dudarlo corrí mi mirada, bajo el flequillo que tengo formado.

Le ayude a recoger sus cosas, y cerca de su libro de ciencias, salió un trozo de papel... Lo tome, debe ser importante. Curiosamente, lo leo.

Decía una letra de una canción, que me resulto familiar.

"Y aunque el sol se apague y aunque lo bueno no dure, mientras dure, ponlo en tu cajón. Y aunque no parezca y aunque pierdas la cabeza, deja a un lado todo el rencor"

Le hice entrega del papel, sacando fuerzas de la nada, para así al mismo tiempo preguntar algo... ¡Diablos! inicie a temblar recién y estire mi mano... No puedo quedarme callado, ¡Pregunta, anda!

── ¿Conoces el grupo? ──dije nervioso. Mi voz temblaba como nunca había temblado, Dios.──

──S... si -tartamudeo tímidamente. Vaya, ella igual está nerviosa.─

── ¡Genial! A mí también -sonreí lo más normal posible, ya que a veces, mi sonrisa era más grande-

Ella solo se sonrojo, mientras jugaba con sus dedos, no quería incomodarle, debería irme...

─Bueno... yo, me retiro.─le di su libro de ciencias, ya que aún lo tenía.─

Dimos una sacudida de manos diciendo adiós, ¡por dios! No creo lo que acaba de pasar.

Camine hasta casa, con una sonrisa, nada ni nadie sería capaz de quitármela, o por lo menos eso pensé. Llegue, y como de costumbre fui directo a mi habitación. Abrí la puerta de mi habitación... no estaba mi perro, Max.

Corrí sin parar por todos lados, salí a la calle gritando, cuando mire a lo lejos, claro, era Gabriela con Max, jugando en el parque.

Me acerque tímida y tontamente y llame a Max.

Consejo al espejo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora