Backseat Serenade

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Hay días que aún recuerdo lo bien que la pasábamos el verano pasado. Los días largos y cálidos, las noches cortas, frescas pero sólo lo suficiente. Caminábamos por donde sea que estemos: la playa, el bosque, el centro de la ciudad. Pasábamos muchísimo tiempo juntos, pero nunca nos parecía suficiente.  

Mi pelo quedaba salado y ondulado gracias al mar. Solías molestarme diciendo que estaba más salado que las papas fritas de McDonalds. Y yo te pegaba despacio, en el hombro. Eso era un verano perfecto. 

Y cuando el sol bajaba, y la arena de la playa se pusiera del tono del atardecer, o la tierra del bosque se oscureciera, o el centro de la ciudad prendiese sus carteles luminosos, volvíamos a nuestras respectivas casas. Y allá, además de ser obligados a bañarnos (Sácate esa sal del pelo! tienes olor a bronceador. Quítate la tierra!) hablábamos por teléfono. Nos contábamos cualquier estupidez con tal de entretenernos uno al otro. Lo divertido de todo esto, era que éramos vecinos. 

Ese verano teníamos 13 años. Al terminar las vacaciones, empezamos la escuela secundaria. No fue como lo habíamos planeado: Tú a la secundaria de arte y yo a la de Economía.

Ese día me levanté en mi habitación con el despertador del teléfono, con la canción que empezaría a odiar. Digamos que mi habitación era como la de cualquier adolescente, con unos ligeros cambios. Las paredes eran lila claro y blanco, y en ellas había fotos pegadas. De yo con mis amigas, mías con él, fotos que saqué, fotos que imprimí. Papeles, recortes, páginas sueltas de libros que me gustaban. Mi cama, con muchos almohadones, estanterías con libros, muchos libros. Los clásicos, como Harry Potter o Las Crónicas de Narnia. Y otros libros. Cajas con CD's de mis bandas favoritas, de bandas y gustos que compartía con la gente que quería.  Pósters. Luces. Y algunas cosas mas, pero no entraré en detalles.

Me levanté y me puse pantalones de jean claros, una camiseta blanca con una estampa simple y zapatillas converse. Lo bueno que tenía mi secundaria era que no necesitabamos uniforme. Lo malo era que no estaba él. 

Me hice un café y lo corté con leche. Éste quedó demasiado frío. Engullí dos tostadas demasiado quemadas para mi gusto, y cargué mi mochila en mi espalda. Saludé a mi madre y abrí la puerta.  El día estaba nublado, pero cálido y soplaba una brisa suave. Y lo ví. No lo había visto estos últimos días. Se había cortado el pelo. Estaba precioso. Me miró con sus ojos avellana, esos ojos que había visto tantas veces, sin darme cuenta lo bonitos que ahora me parecían. Lo saludé con la mano abierta y rápidamente giré la cabeza sin ver si me había devuelto el saludo, seguramente porque estaba roja como el ketchup. Y me dije a mí misma; ¿Qué haces? Eres otra víctima de las hormonas? Vamos, es tu mejor amigo, no el chico que te gusta! 

Caminé lo que quedaba del resto de la cuadra pensando en lo que había acabado de pasar. Era sólo saludar a mi mejor amigo, porqué me avergonzaba tanto? 

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⏰ Última actualización: Jul 15, 2014 ⏰

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