Te miro.
Sonríes.
Besas mi mejilla y después respiras en mi cuello para ponerme nerviosa.
Río.
Tomo tu mano ya que por alguna extraña razón me siento segura cuando estoy a tu lado.
Ya es de noche y llega la hora de irte. No quiero que te vayas.
Pregunto si puedes quedarte un rato más y respondes que no deberías meterte en problemas.
Vamos, un poco de rebeldía no le hace daño a nadie y mi madre aún no me ha llamado para que vaya a casa.
El cielo está decorado con algunas estrellas, unas más brillantes que otras y un poco más al fondo los relámpagos juegan entre sí.
Aún estamos sentados en la vereda.
Quisiera negarlo, pero quisiera que esto fuera para siempre.