❤️ Agosto 12 ❤️

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[ DÍA 1: Infancia, Disculpa,
Tienda de flores ]

No habían pasado ni dos meses desde que aceptó trabajar en ese lugar y aquella ya era como la quinceava vez que por su mente había pasado la idea de mandar a su padre al diablo y renunciar apenas se le diera la oportunidad

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No habían pasado ni dos meses desde que aceptó trabajar en ese lugar y aquella ya era como la quinceava vez que por su mente había pasado la idea de mandar a su padre al diablo y renunciar apenas se le diera la oportunidad.

Y es que para Todoroki Shōto no había niño más molesto, ruidoso e insoportablemente grosero que aquel rubio ceniza de ojos color rubíes llamado Bakugō Katsuki.

Ese pequeño de diez años que parecía haber crecido entre salvajes dado el tosco y vulgar comportamiento que mostraba con su persona, siendo él alguien que debía de ser escuchado y respetado por el papel de autoridad que desempeñaba en dicha casa.

Papel que por lo demás jamás hubiese querido obtener, pero que desgraciadamente su mismísimo padre le había obligado a tomar si quería que éste siguiera costeando su educación en una institución pública como siempre había deseado, así que era aceptar o seguir estudiando con maestros privados dentro de su propia casa como había estado haciendo durante toda su infancia.

Situación que de sólo recordar le molestaba de sobre manera a la vez que le hacía sentir un poco de empatía y pena por el niño que tenía bajo su cuidado.

Pues así cómo él mismo de pequeño le había dirigido una que otra mirada de desagrado a aquellos extraños que profanaban la seguridad y tranquilidad de su hogar, sabía mejor que nadie que a aquel pequeño rubio ceniza le pasaba exactamente lo mismo con su persona. De eso no tenía duda.

Él sabía que para Bakugō no era más que un intruso, una amenaza de la cual debía cuidarse y alguien en quien claramente no podía confiar.

Lo sabía y entendía. Ya que él en su momento había pensado exactamente igual.

¿Pero acaso esa era razón suficiente para qué tuviera que aguantar todos los gritos, amenazas, golpes y malos ratos que el ojirubí le dedicaba?

—¡Ya deja de dibujar sobre los malditos ejercicios de matemáticas, Bakugō! —la respuesta definitivamente era un no.

—¡¿A QUIÉN MIERDA CREES QUE LE ESTÁS GRITANDO? YO SOY EL ÚNICO QUE PUEDE GRITAR EN ÉSTA MALDITA CASA, BASTARDO!

¿Y es que cómo podía ser un sí, si ese problemático niño no hacía más que romper toda la paciencia y tranquilidad que orgullosamente Todoroki se jactaba de tener?

—¿Sabes qué? Estoy harto, llamaré a tus padres y les diré lo mal que te has estado portando en su ausencia, así que vete a tu habitación para que pueda hablar en paz —por lo que haciéndose de la poca paciencia que le quedaba para tratar con él y de toda la autoridad que la madre del pequeño le había otorgado al dejarlo como niñero y profesor de su hijo, sacó su celular del bolsillo mientras se paraba con firmeza frente al rubio ceniza en cuanto lo miraba seriamente sin titubear esperando a que el menor obedeciera su mandato sin rechistar, acción que estaba demás decir, no ocurrió—. ¡Ahora, Kats-

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