Tras siete horas de clases sin descanso alguno, por fin suena el timbre. Suspiro aliviada y guardo mi portátil en el maletín de nuevo. Me levanto y echo a andar rápidamente hacia la puerta, pero entonces algo (o más bien alguien) se interpone en mi camino y no puedo evitar chocarme contra él. Por su complexión física parece más bien un mastodonde que un humano, pero cuando mis ojos suben para ver de quién se trata, descubro los brillantes ojos turquesa de Kyle. Hago una mueca intentando que parezca una sonrisa. Intento fallido. Veo que me mira con preocupación. Al instante vuelvo a mi expresión principal, ya que probablemente mi peculiar sonrisa haya parecido más bien la cara que pone un bebé cuando le azota el viento en la cara (vamos, la cara de velocidad de toda la vida, pero, con mis rasgos faciales, ha debido parecer que o estaba extreñida o que se me había metido algo en un ojo). Así tan de cerca veo que es altísimo comparado con los demás chicos, pero a mí solo debe sacarme media cabeza. La verdad es que mi estatura normalmente echa hacia atrás a todo chico que se cruza conmigo, así que está bien saber que hay alguien aún más gigantesco que yo.
-- ¿Te apetece andar? --pregunta él. Tardo medio minuto en comprender que me lo está diciendo a mí.
-- La verdad es que no --comento encogiéndome de hombros. Soy bastante sincera, espero acordarme de apuntarlo a la lista de cosas por las que todos los humanos varones de esta ciudad me miran como si fuera un alienígena. A ver, no iba a mentirle. No me apetece andar, y ahora que me han dejado usar el billep de nuevo, menos.
-- Estoy intentando ser caballeroso, ya sabes. Podrías seguirme el rollo.
-- Podría.
-- ¿Eso es un sí?
-- Eso es un podría. Igual que ésto --levanto la mano derecha para plantársela justo frente a los ojos-- es una mano con cinco dedos.
-- Ya veo --dice molesto mientras se gira para irse. En ese momento le cojo de un hombro para que estemos cara a cara de nuevo.
-- Espera. Creía que estabamos jugando a la Edad Media, ya sabes; tú el apuesto caballero y yo la chica difícil.
-- Simplemente te he preguntado si te apetecería andar. Puedo acompañarte a casa.
-- Sigue sin apetecerme, pero vale --comento finalmente mientras salimos del aula.
Veo que me deja pasar a mí primero y la idea del caballerismo viene de nuevo a mi mente. Por Dios, ¿es que ya ni un tío tan buenorro como Kyle puede hacer algo original en vez de imitar los intentos fallidos de ligar de los caballeros medievales? De haber sabido que a Kyle le gustaba tanto el pasado se lo habría presentado a mi padre.
-- ¿Dónde vives? --me pregunta tras un buen rato de silencio incómodo mientras salimos del Centro.
-- Por Dios, podrías ser un acosador. O un ladrón. Alomejor incluso quieres violarme.
-- Ahora eres tú la primitiva.
-- Calle 7, la quinta casa a la derecha.
-- Intentaré aguantar las ganas de robarte todas tus pertenencias.
-- Eso espero. Al menos deja vivo al gato.
-- ¿Tienes un gato?
-- No --respondo--, ¿y?
-- ¿Siempre eres así? --pregunta tras reírse ligeramente con la que sería la típica risa de niñita si no fuera por su voz grave.
-- Habría que comprobarlo. Ya sabes, pasar cientos de horas a mi lado haciendo estudios científicos y estadísticos. Pero no. Creo que siempre siempre, no.
-- Eres muy rara.
-- Gracias. Aunque la verdad, creo que es culpa de mis padres.
-- ¿Y eso por qué?
-- Hay que girar a la derecha --digo mientras esquivo un arbusto para entrar a la calle 4--. Fácil: me pusieron un nombre raro arriesgándose a que su pobre hija (para nada culpable de su desgracia) también se convirtiera en un ser raro.
-- Creía que te llamabas Neis. Ese no es un nombre raro, supongo.
-- Neisalith.
-- Toma ya.
-- Ahá --digo mientras cruzamos un paso de cebra (y, digo yo, ¿paso de cebra por qué? Ya podría llamarse paso de humanos o paso de rallas blancas y negras) y nos adentramos en la calle 5.
-- Y a ti, ¿te gusta el presente?
-- ¿A qué viene eso? ¿Acaso te gustaría a ti que te dieran una pistola y te dijeran que al cabo de un determinado tiempo o te matas o te matan? Porque el presente es eso. Es lo único que tenemos y lo único que nos matará.
-- Eso es un no.
-- No, claro que no me gusta. Aunque el futuro me gusta menos aún.
-- ¿Cómo ves el futuro para odiarlo tanto?
-- El sol arrasando la Tierra y eso, ya sabes, muerte y más muerte.
-- Pero también has dicho que la muerte pertenece al presente.
-- Por Dios, pertenece a ambos. La cosa es que al menos ya tengo claro que quiero que me incineren. Al fin y al cabo, cuando la Tierra esté consumida por el Sol, hasta el cuerpo más vivo se convertirá en ceniza. Simplemente me estoy ahorrando el estar encerrada en un ataúd siendo comida por gusanos durante años para nada.
-- Entonces, ¿tú no crees en la vida después de la muerte?
-- Por Dios, claro que no.
-- Por la de veces que has dicho "por Dios" parece que sí lo crees.
-- Pues no. Es un dicho. Igual que éste: me voy a ir porque me estoy meando y además esta situación me incomoda.
-- Eso no es ningún dicho.
-- Ya, pero es la verdad. Ahora me iré antes de mearme encima. Adióos --me despido con la mano mientras tomo un atajo hasta la calle 7.
La verdad es que no me estaba meando. Kyle es tan sexy que duele mirarlo, pero de conversar no sabe nada. Lo único que hace son preguntas y más preguntas. Aburrido. Ya podría dejarse de tanta cháchara y quitarse la camiseta, así al menos pasaría un rato entretenido.
Abro la puerta de mi casa y entro sigilosamente. Si mis padres vieran que no he venido en el billep empezarían con el interrogatorio y no me apetece nada. Paso corriendo por el pasillo hasta llegar a mi cuarto. Cuando estoy dentro, me acerco hacia el billep. La verdad es que es un invento curioso; está basado en la estructura de una vieja cabina de teléfono londinense, con su pintura roja y su gran estatura. Lo único que cambia es que hay un panel de control en vez de un teléfono. Decido cerrar la puerta del billep sonoramente para que parezca que acabo de llegar (en fin, si cuela, cuela) y en seguida vuelvo a salir hacia el comedor. Allí me esperan mis padres e Ian sentados alrededor de la gran mesa blanca. Saludo a todos y me siento en mi sitio de siempre, justo al lado de mi madre. Mi padre preside la mesa, y se le ve más nervioso que nunca. Tamborilea con los dedos sobre la mesa, y noto como no se puede contener.
-- Papá, ¿pasa algo? --pregunto pinchando unos guisantes con el tenedor.
-- Neis, Ian --dice mi madre sonriente mirándonos de uno a otro--, vuestro padre tiene una gran noticia.
-- Pensaba darla tras la comida, pero no puedo esperar --mi padre parece pura adrenalina de arriba a abajo. Mi hermano y yo le miramos en silencio, expectantes--. Lo hemos conseguido, ¡lo hemos conseguido! Tras catorce años por fin lo hemos conseguido, ¿os dais cuenta de lo que implica? --está emocionado, eufórico. No para de sonreir--. El pasado ya no será un misterio, porque podremos vivirlo con nuestros propios ojos. Es la máquina perfecta, ¡el invento del siglo! Ian, Neis; ahora los viajes al pasado son posibles.
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XXI
Teen FictionNeis es una chica bastante diferente a las demás adolescentes del siglo XXVI. Las únicas personas interesantes que conoce son su amiga Susan y su padre, un apasionado historiador del siglo XXI. De hecho, fue gracias a él que Neis sientiera tanta ado...