Noches de mente y corazón abierto

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Las noches de mente y corazón abierto son las mejores.
Te tumbas en la cama, miras al techo, y respiras.
Respiras y no piensas en nada. Bueno, quizás en todo un poco.
Piensas en la tranquilidad de tu cuerpo en esos momentos, en si podrías pasarte la vida así, tumbada sin hacer nada, o escuchando música.
Piensas en si ella estará haciendo lo mismo, o si alguna vez pensará en ti. Aunque sólo por un momento, pues no quieres que se rompa el momento de relajación al darte cuenta de que seguramente no sea así.
Dejas a tus pensamientos volar lejos, les dejas un poco de libertad (pero no demasiada).
Miras al techo de tu habitación, intentando encontrar alguna constelación perdida, imaginándotela quizás.
Suspiras con la mente en blanco. A veces el blanco pierde un poco de opacidad y se deja traslucir una capa negra debajo, pero no suele importar: enseguida la tapamos con una nueva capa (ya un poco gris).
Las noches de mente despejada (aunque un poco a rebosar de pensamientos) y corazón abierto (pero no demasiado, que si no entran monstruos) son la mejores.

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