Relativa distancia

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Tal vez no lo sepas,
o quizá no lo quisieras saber,
pero cada frase reescrita
es un intento agreste
de franquear el vacío jamás nombrado
que resguarda la frontera
entre tu cintura y mi ansiedad,
la agonía de sentir el sueño de tu vientre
sin poder besarlo,
el escozor matutino al reprimir
el grito de mi piel por la piel de tu espalda,
anclando la mirada en tu pecho
que al respirar mata,
esto de no entender la música que te calma,
también me mata,
buscar en canciones, constelaciones,
en literatura, dimensiones,
donde besarte el vientre sea necesario y posible,
para ti, para mí,
abrazarte en silencio si un desierto transita tu espalda,
respirar sin robarte tiempo
del latir de tu cuerpo,
y caminar,
hacia algún destino no previsto,
con los insomnios a cuestas,
con felicidades postergadas,
pero ajenos al pasado
que sigue alejando tu cintura de mis manos.


Sostuvo la respiración buscando entre los recuerdos su nombre, ¿cuándo fue la última vez que la vio sentada, aparcando su misterio frente a la fuente atrofiada de otoños?, sus visitas no eran regulares ni sorpresivas, sino añoradas y ansiosas, con los audífonos puestos ajena al resto de personas, se emancipaba de la realidad durante unos minutos. Resultaba difícil encontrar un nombre sin historia, no es que conociera muchos, solo le resultaba difícil olvidarlos. Pero ella tenía un nombre diferente, no rebuscado o compuesto, no simple o incoloro, estaba seguro que tenía un nombre a la medida de su cintura. Si, habría que aceptarlo, fue en la cuarta vez que la vio cuando comenzó a memorizar las fantasías de su cuerpo, la suave bruma de su piel, la longitud de sus piernas con sus cicatrices como señaléticas, la fuerza e inquietud de sus manos, la calidez de sus abrazos y su pecho, el aroma de su cabello despeinado, el sabor de la conjugación de sus labios y la piel erizada de su cuello, todo aquello que le hacía mirarla fijamente sujetando el borde de su mesa haciendo temblar los restos de un café ya frío e igual de amargo, el mismo que revivía en sus entrañas cuando ella desaparecía tranquilamente por las escaleras o por la esquina opuesta, quizá mañana, se decía, pensando lo que tendría que hacer para pagar otro desayuno, más de una vez encontró ocupado el sitio que le gustaba llamar suyo, tenía la manía subjetiva de apropiarse de lo incierto, entonces también esperaba. Dejó de llevar reloj o buscar la hora al año de verla, para entonces ella ya había tenido quince nombres de sus personajes favoritos, había sido su amante tierna y fiel, amiga impulsiva de voz estruendosa, algún familiar lejano que frustraba sus deseos, compañera de la próxima clase o empleo con quien nunca se atrevería a hablar, ventura embriagante en alguna borrachera a la cual no asistiría, pareja de algún amigo que algunas veces llegaba a asesinar, esposa de otro imbécil o de un tipo que quizá valiera la pena, madre de uno o dos hijos a quienes llevaría al mismo parque a jugar, manipuladora e interesada en la solvencia económica por quien tuvo que buscar un empleo frustrante, novia de alguna otra diosa de piel ferviente, huraña e indescifrable de corazón roto, a todas y cada una de ellas nunca pudo hacerles el amor, aunque sus manos sabían recorrer todos los pliegues inventados de su cuerpo se detenía cuando creía que tornaría la mirada hacia él, entonces se descubriría desnuda, sujetada de la cintura con las huellas de besos y caricias tiernas e impacientes entre los senos y las piernas, ..., el terror se apoderaría de ambos y jamás volverían a compartir la distancia de cincuenta y cuatro pasos en días tristes, cuarenta y ocho en días calmos, treinta y dos en días lluviosos.

Historias brevesWhere stories live. Discover now