Verum Domun

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13 de diciembre de 2002

La fría noche decembrina era mantenida a raya por las gruesas paredes de la oficina del honorable senador. No obstante, un helaje aterrador pasaba por su espalda arriba y abajo, sus ojos se negaban a buscar los rostros de los dos jóvenes soldados que se encontraban de pie frente a su despacho.

La presión que los dos muchachos generaban le carcomía la piel de la nuca mientras el dueño del lugar miraba fijamente un paquete pequeño y rectangular sobre su escritorio.

Había estudiado por años en las mejores universidades del mundo y las palabras, tanto de su padre como de su abuelo, siempre lo habían impulsado a manejar constantemente su imagen política, y dentro de su cabeza jamás habían existido duda alguna de que su destino seria el de ser una importante figura dentro del país.

Bueno, eso era 30 minutos atrás, antes de que los dos chicos dejaran incapacitada a su guardia personal y se colaran tranquilamente en su oficina. Los muchachos, iguales de rostro, llegaron hablándole de cosas inverosímiles en principio; criaturas oscuras como vampiros y hombres lobo que supuestamente existían entre nosotros, su discurso luego cambio por aquellas del folklore nacional, madremontes, mohanes, patasolas, hojarasquines... de alguna manera las historias querían empezar a hacer eco en su cabeza, mas aun cuando los muchachos le anunciaron que nadie atendería al botón de emergencia ubicado disimuladamente bajo su escritorio. Nadie se tomaría tantas molestias en tener un rato a solas con el solo para hablarle de estupideces y fantasías... ¿verdad?

-¿Q... que quieren de mi?

-Senador, solo queremos que abra esto- respondieron los muchachos al unísono mientras señalaban una vez más el paquete.

-¿Qué es?

-Un libro bomba con un juramento inscrito.

-¿Perdón?

Su mirada se elevó por primera vez en largos minutos solo para ver la sincera y socarrona sonrisa de los muchachos que lo miraban fijamente. No había un ápice de falsedad en sus palabras. Cada centímetro de su ser le decía que tenia que alejarse del paquete, pero al mismo tiempo la terquedad, constante compañera durante toda su vida, le impidió moverse de su puesto.

-Supongamos. - Dijo con voz temblorosa, pero de alguna manera resuelta. - Que les creo, en efecto dentro de este paquete esta una bomba. ¿Por qué tendría que abrirlo?

-Usted quiere ser presidente... ¿verdad? - Comentó uno de ellos suavizando las fracciones de su rostro.

-Ninguna presidencia es gratis, senador; no decimos que sea hoy ni pronto, pero los intereses de nuestro grupo están totalmente enfocados a que una persona de su experiencia y talante suba a la presidencia. - Completó el otro manteniendo la mirada fija.

-Quiere decir que tengo que morirme para ser presidente, ¿correcto?

-¡Oh, para nada!- respondieron al unísono.- La explosión no será lo bastante fuerte para matarlo, aunque no le negaremos que no saldrá entero.

-Véalo como una.... Prueba.

-¡Si! La resolución de un hombre es un regalo que sus seguidores admiran en cualquier momento.

Las palabras de los chicos ya no podían alcanzar al senador, en su cabeza el tiempo había retrocedido a los tiempos en que su abuelo materno lo sentaba con el a hablarle de política mientras recordaba con añoranza los quehaceres de la vida política y de pronto una parte de él reaccionó.

Él era el único que podía hacerlo presidente, así como su abuelo había confesado en un secreto profundo en su lecho de muerte de lo que había tenido que hacer antes de ganar la presidencia el chico entendió que esta seria su prueba de fuego, su bautizo... este era el regalo que la vida le daba diciéndole que, a futuro, seria presidente.

-¿Qué más?- Pregunto libre de dudas.

-¿Perdón?- pregunto el muchacho de la voz más suave.

-¿Qué mas tengo que darles a cambio de esa presidencia?

-Llegara el momento en que nos volvamos a ver, en un año exactamente usted tendrá el poder de ascendernos dentro de una organización de la que aun no sabe nada, ayúdenos a subir... nosotros lo ayudaremos para que su poder no pueda ser discutido.

La miel que los muchachos dejaban salir como palabras de su boca era devorada por los oídos del senador, no necesitaba pensar mas y, aunque el miedo aun era evidente en sus ojos, estaba resuelto a sacrificar lo que fuera por poder. Con este pensamiento en la cabeza una falsa sonrisa se dibujo en su cara mientras su mano movía los pliegos del envoltorio del paquete.

El ruido retumbó como un cañón dentro del despacho. El dolor tardo en llegar a su cuerpo mientras el pitido en sus oídos se acentuaba, estaba mareado, confundido y algo adolorido. Aun no estaba seguro de sentir nada, pero su mano izquierda estaba entumecida.

Los dos chicos sonreían a través del humo de manera casi antinatural, un brillo en sus sonrisas sería el recuerdo que lo perseguiría en las noches durante el siguiente mes. No estaba orgulloso pero su cuerpo no pudo hacer nada al respecto salvo doblarse sobre su propia mano.

A medida que las sonrisas salían del lugar solo una pequeña frase quedo grabada en su cabeza, una que, al sol de hoy, aun no esta seguro de si fuere real o no a través del molesto pitido en sus oídos pero que le dio un oscuro impulso durante el resto de su carrera política desde ese día en adelante.

-Felicidades, Presidente Vargas.

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⏰ Last updated: Jul 06, 2018 ⏰

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