Prólogo.

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Era una noche bella, pero no demasiado particular. La luna brillaba en conjunto con las estrellas, creando hermosas olas de luz. Y la oscuridad en la que se sumergia el resto del paisaje era de un frío seco y tajante.

Un manto de niebla protegia el camino, como una novia envuelta en un áspero tul. Y abriendose paso entre aquel blanco nocturno, corría una muchacha.

Ámbar Rosé no sabía hacia dónde se dirigia. Y tampoco estaba demasiado segura de cuál había sido su punto de partida. Sólo sabía que si seguía corriendo todo saldria bien.

-Todo será mejor- se susurraba mientras intentaba nivelar la respiracion- todo estará bien.

Habia tomado la ruta que conectaba a la siguiente ciudad, pero ni siquiera se planteaba la posibilidad de parar un coche, aunque no transitaban demasiados vehiculos por aquel camino. De todas formas, no podia arriesgarse, no era una movida inteligente. Correr le parecia lo más sensato cuando se trataba de escapar de algo.

La adrenalina que corria por sus venas era intensa, pero no lograba sentir sus piernas. Solamente se concentraba en continuar su rumbo, movilizada por el terror y la desesperacion que la abatían. Su mochila desgastada chocaba una y otra vez contra su espalda, a la misma velocidad que latía su corazón.

Probablemente sentía demasiado dolor en su cuerpo, o al menos eso suponía, porque en realidad sentía a su cuerpo tanto como a sus piernas. Lo único que realmente la llevaba a cierta agonía eran sus pulmones, parecía que fueran a explotar y le rogaban que frenara. Pero ella no podía permitirse descansar.

Su cuerpo se detuvo, su mente se tornó en blanco. Su vista borrosa se volvió completamente negra y su corazón bajó la intensidad de los latidos.

En pocas palabras Ámbar Rosé calló rendida a mitad de camino, pues su falta de resistencia la sumergió en un inconciente sueño.

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