XII (D o c e)

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MILAGRO DE PASCUA 


Mientras en la mitad del planeta hoy se celebra la resurrección de Cristo, en Munich y en varias partes del mundo se está festejando otro milagro de Pascuas. Y no es para menos: luego de dieciséis días de agonía, la joven patinadora estadounidense: Julieth Moore, ha despertado del coma en que estaba sumida desde que sufrió un brutal ataque que estuvo a punto de llevarla a la muerte.

Moore, quien estaba lista para ser desconectada de las máquinas que la mantenían con vida (luego de un decisivo diagnóstico de los cirujanos que la asistían y el consentimiento de su familia), reaccionó inesperadamente y sin ningún tipo de asistencia, recuperando la consciencia y el control de sus funciones vitales.

"Aún no sabemos con exactitud en qué estado se encuentra" advirtió el jefe del plantel médico que lo trata, "queremos ser cautelosos y no dar falsas esperanzas; que haya salido del coma no significa que su vida esté fuera de peligro".

"El cerebro es un órgano misterioso y fascinante" comentaba un experto neurocirujano venido especialmente de Estados Unidos para tratar a su joven compatriota, "las consecuencias de sus lesiones pueden ser infinitas, desde ceguera y pérdida del habla, hasta incapacidad mental o motriz"

Como bien dicen los especialistas, la joven gloria del patinaje aún necesita de varios milagros, pero haber burlado a la muerte a tan pocos minutos de su llegada no puede menos que infundir esperanzas en todos los que lo aman. 




Hwi Hyang leía con gesto serio sentada en su despacho mientras Jimin aguardaba de pie frente a ella, con una mano apoyada sobre el escritorio y la otra en la cintura, disimulando una sonrisa que a duras penas podía contener.

Cuando la mujer dobló el periódico y lo abandonó a un lado, el joven la observó con una expresión radiante.

—¿Y bien?

—¿Y bien, qué?

—¿No es este el momento en que todos deben decirme "sí Jimin, tenías razón, sólo tú decías que esto sucedería y nadie te dio importancia, perdónanos"?

Con un entusiasmo casi infantil, leyó por décima vez las líneas que confirmaban su milagro. El tiempo parecía acompañar su estado de ánimo: el sol brillando con fuerza inundándolo todo con su luz dorada, y el clima era relativamente cálido, con bellas nubes blancas adornando un cielo azul claro. En la calle nadie hablaba de otra cosa que no fuera "la resurrección" de Julieth, las risas repiqueteaban como tintineo de campanas.

Todo era felicidad. Pero Lee Hwi Hyang no parecía compartir esa alegría.

—Yo no cantaría victoria.

—¿Y por qué no?

—¿Pudiste hablar con ella? —preguntó incrédula.

—Oh, ¿qué vas a decirme? ¡La vi con mis propios ojos! Movió la mano, me acarició, ¡me miraba, prestaba atención a mis palabras! No era la mirada perdida de alguien sin consciencia.

—¿Pudiste hablar con ella? —repitió, poniendo especial énfasis a sus palabras.

—No, claro que no hablé, tenía un tubo de respiración ¿lo olvidas?. En cuanto les avisé a las enfermeras entraron corriendo armando un revuelo terrible. En un minuto la sala estaba llena de médicos que hablaban, daban órdenes, la revisaban... Fue una locura. Luego de eso no pude volver a entrar, debían hacerle muchas pruebas.

...

—¿Qué estás insinuando?

—Que haya despertado no significa que sea la misma persona de antes. No lo digo yo, lo dicen los médicos.

—Mira, respira sola, abrió los ojos, movió su mano, estaba atenta a mi voz. Lamento si falto de optimista, pero es mucho más de lo que hizo en dos semanas, con eso tengo bastante.

—¿Comprendes que puede haber quedado discapacitado mentalmente? ¿Acaso que mueva una mano implica que caminará? Tal vez no sea capaz de hilvanar un pensamiento, ni decir dos palabras seguidas, hay muchas posibilidades.

—¡Sí, y también había muchas más posibilidades de que hoy fuera un cadáver, y sin embargo no lo es! Además, después de todo, ¿a ti qué te importa cómo quede?

—Me importa, porque dependiendo de cómo le funcione ese cerebro, si es que le funciona claro está, pues de eso dependerá también lo que declare en el juicio.

—¿El juicio? Eso es lo único que te importa, ¿verdad? Lo que se diga en ese maldito juicio.    

—¡Por supuesto que sí! —admitió Hwi Hyang, reaccionando con brusquedad— ¿Qué más puede importarme de esa mocosa? Que tú te hayas acostado con ella no significa que para mí haya dejado de ser la maldita americana que había que sacar de nuestro camino. Al contrario, ahora pienso eso más que nunca –Jimin se quedó miradola, boquiabierto—. ¿Por qué me miras así, acaso no tengo razón? —insistió Hwi Hyang, visiblemente enojada–. Una noche de sexo con ella y bastó para retrasar todos nuestros planes y jodernos la vida. Maldito seas Jimin, si no hubiera sido por tu lujuria no estaríamos metidos en este infierno.

—¿Por mi lujuria? —repitió Jimin con las mejillas teñidas de rubor—. Lo que haya hecho con Julieth aquella noche nada tiene que ver con todo lo que sucedió después. Evans Moore me habría culpado igual, por más que hubiésemos pasado la noche jugando a las cartas.

—Honestamente darling, nadie les hubiera creído. Y conociéndote, yo menos que ninguna.

—Pero, ¿qué te pasa? ¿A qué viene todo esto?

—¿Qué necesidad tenías de hacerlo? —preguntó entonces Hwi Hyang, volviéndose con la mirada encendida, como si aquella pregunta la hubiera consumido por días—. ¿Acaso no te doy demasiado? ¿Sexo a diario no es suficiente para ti? ¿Necesitas más? ¿tan insaciable eres? —demandó, mientras las mejillas de Jimin ardían—. Si es así sólo tienes que decírmelo, con gusto te retendré por más tiempo en la cama. Prefiero perder mi salud copulando y no preocupándome por más de estos condenados juicios.

Palpitante y ruborizado por la humillación, Jimin permaneció un momento de pie, apretando sus puños con fuerza. Hwi Hyang nunca antes le había hablado así, jamás lo había hecho sentir tan... descartable, como un objeto de su propiedad. Un objeto sin valor.

Su mirada fue desafiante, cargada de rencor. Pero en vez de responder a gritos o defenderse de alguna forma, dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.

—¿Adónde vas? —exigió respuesta Hwi Hyang, irritada.

—A buscar más amantes, porque tú no me satisfaces —respondió antes de dar un portazo y abandonar la habitación.     


||




Había salido a caminar sin un rumbo fijo, pero suspasos lo guiaron hacia el lugar donde vagaban sus pensamientos. Hacia Julieth. 


La gente seguía reunida en el hospital. Laprensa había vuelto a aparecer, cámaras aquí y allá reporteaban a desconocidosque contaban su experiencia de fieles devotos, mostrando fotos de Julieth,cruces y estampas religiosas, atribuyendo a sus distintos dioses el milagroacontecido. Jimin los miró disimuladamente mientras se escabullía entre lamultitud, intentando pasar lo más desapercibido posible. Los pasillos estabanagitados, como siempre, y nadie pareció reparar en él mientras se introducíamás y más dentro del edificio, hasta llegar al piso en donde encontraría aJulieth.

Avanzaba por el corredor pensando en cómo sería aquel momento. ¿Su niña sería la de antes o Hwi Hyang y los médicos tendrían la razón? ¿Se acordaría de él? Memoria... tal vez fuera su peor enemiga. Deseaba profundamente empezar todo desde cero con Julieth, tener la oportunidad deconocerse como dos adolescentes normales... no dos antiguos rivales, no dosamantes furtivos.

Había llegado al fin. Estaba a un par de puertasde saber la verdad, y tal como le había sucedido el primer día, temió muchoenfrentarse a ella. Pero debía hacerlo, debía arriesgarse a...

—Ahí está. Les dije que vendría —dijo una voz ronca a su izquierda.

Jimin se detuvo en seco, y de inmediato cuatro hombres uniformados se presentaron ante él, franqueándole el paso en todas direcciones. De pronto uno de ellos lo arrojó contra la pared, y antes de que pudiera reaccionar ya lo tenían inmovilizado de las muñecas y los tobillos, conlas piernas separadas y la mejilla contra la pared.    


 —Diamondaguz

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 Diamondaguz

Sangre sobre el Hielo /  Jimin [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora