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Noto desde la cama la fresca brisa del amanecer, y se me hace imposible no acercarme a la ventana; los edificios empezaban a iluminarse y a marcarse sobre las llanuras y sobre las calles de la ciudad. El sol radia en hermosura y brilla con su característico color anaranjado y, en el cielo, todos los colores empiezan a quedar difuminados, y me quedo embobada por centésima vez en mi vida con los bellos rosas en el contorno de las lejanas montañas, los cálidos y recientes naranjas que empiezan a instalarse en el cielo y los fríos azules que todavía rodean al Sol.

En la suave brisa se empezaba a notar el olor de las flores que decoran la mayoría de los jardines y terrazas en el barrio y sobre el reflejo de los cristales de la ventana todavía se podía contemplar a la luna, la cual parecía ser despedida por los dulces trinos de los pájaros. 

Me acuerdo perfectamente de como me sentí y de lo que causó en mi la belleza de un amanecer. Nunca se debería olvidar la forma en la que los edificios de colores apagados comienzan a brillar a la vez que el Sol despertaba y ascendía por el cielo. Sin embargo, tampoco todo el mundo es capaz de disfrutar un amanecer, para eso hay que tener mucho tiempo a pesar de que todo el cielo haya sido iluminado a los diez minutos. 

Echando un vistazo rápido al reloj que adorna mi muñeca izquierda descubro que tan solo son las seis y media de la mañana, y que me he vuelto a dar de bruces con el fenómeno más bonito que mis ojos han observado en mis veintiseis años de edad. 

Media hora después, con una taza de café y un pequeño moño despeinado, suspiro observando el panorama de mi habitación desde el marco de la puerta mientras no dejaba de repetirme a mi misma que era un autentico desastre de ser humano. Dejando la taza en el escritorio, me froté los ojos con las manos y volví a suspirar; mis amigas me iban a matar, esta vez de verdad. 

Mi frustración -y desesperación- se debían en este caso a que hoy era un gran día, puesto que hoy mis amigas y yo partíamos a Londres para empezar una nueva etapa. Íbamos a vivir en un agradable apartamento en un barrio muy cerca del centro de la ciudad, cada una de nosotras contaba con un puesto de trabajo bastante asequible y los tres primeros meses de alquiler ya estaban pagados, al igual que la mayoría y las más necesarias de nuestras pertenencias se encontraban ya amuebladas allí. 

¿El problema? Yo, de nuevo, porque seguía con la maleta sin hacer, y todavía tenía que ordenar y empaquetar algunas pertenencias que me faltaban por trasladar. Por no comentar que tenía un montón de láminas y libros tirados por el suelo de mi habitación. 

Nueve horas, pensé, has hecho cosas peores en menos tiempo. Todo va a salir bien, no te preocupes. 

Con aire decidido, abrí el armario y vacié las pocas prendas que todavía quedaban allí: unas cuantas camisetas holgadas, tres pantalones vintage, un peto y una sudadera. Después de dejar la ropa amontonada en la cama, revisé el armario para comprobar que no me dejaba nada. Lo cual me sorprendió, ya que fue cierto. 

Con la certeza de que el armario estaba vacío, me acerqué al escritorio y empecé a vaciar los cajones, los cuales estaban llenos de cuadernillos, folios, laminas y varios pinceles y lapices. Una vez tuve aquello ordenado en un lado de la cama, repetí la acción de antes y vacié algunas de las estanterías en las cuales todavía se conservaban algunos libros. Y, al igual que con lo demás, lo amontoné en la cama. 

Acto seguido, me puse a recoger las cosas que había tiradas por todo el suelo procurando dejar todo lo más recogido posible. De la mayoría de cosas que recogí, la mayoría eran para tirar, como hojas en sucio que ya no se podían aprovechar más, dibujos que nunca iba a ser capaz de finalizar o pequeñas cosas que, simplemente, ya no me servían. 

Cuando alargué la mano para coger la taza de café y descubrí que se encontraba vacía, me vi obligada a salir corriendo a la cocina a por otra. Allí me encontré a mis padres, quienes desayunaban tranquilamente. Al verme, sonrieron con alegría, sin embargo, esa alegría no estaba del todo presente en sus ojos. 

Coffee ↬ tom hiddlestonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora