El inicio

12 2 0
                                    

En un reino cuya fundación va más allá de donde la memoria alcanza a recordar, justo a la mitad de un puente se encontraba sentado un viejo, de largas barbas y escasa cabellera. Con un tarro en una mano, teniendo a su lado una espada sin funda, con la apariencia de no haber sido afilada en por lo menos una década.

Hablaba efusivamente de leyendas de guerreros que habían luchado contra dragones, ogros, y demás criaturas fantásticas; los niños se reunían a escucharlo, se sentaban a su alrededor hasta casi hacer imposible el cruzar por el puente.

- Señor, ¿fue usted un guerrero que luchó contra los dragones? -Preguntó un niño que alzó su voz entre la multitud.

-No, no -Respondió el anciano entre risas-, jamás habría reunido valor suficiente para encarar a un dragón.

- Mi mamá dice que ésas espadas sólo las tienen guerreros realmente fuertes.

- ¿Hablas de este vejestorio? Sólo un recuerdo de un amigo que tuve hace muchos años. Él sí que era un guerrero temerario, no exactamente brillante, pero en definitiva valiente como pocos. ¿Qué les parece si ahora les cuento su historia?

«Como sea, de todas maneras lo voy a hacer.»

Todo comienza en este mismo puente, hace ya demasiados años. Era un día cualquiera, de esos en los que piensas que todo será igual que ayer, y probablemente igual a mañana. Yo estaba llevando unos baldes con agua al campo de mi padre, desde un poco más arriba de este mismo riachuelo; pero como verán, no soy un hombre muy grande, y temblaba como si mis piernas se fueran a romper a cada paso. Cuando de un momento a otro un chico arremetió contra mí, lanzando por los aires ambos baldes con agua. Ambos estábamos en el suelo y empapados cuando él empezó a reírse a carcajadas, claro, yo me uní al instante.

- Vaya forma de presentarme -decía al incorporarse-. Yo venía con toda la intención de ayudarte con los baldes, pero no pude detenerme. El nombre es Kannatanu, pero la gente me llama Kano.

- Yo soy Dussel -había extendido su mano para ayudarme a levantarme-, la gente me llama Dussel.

- Entonces, "Dussel", supongo que llevar las cubetas a donde ibas era algo importante. Vamos, te ayudo con una -al instante tomó un balde y comenzó a llenarlo justo al lado del puente.

- ¡Detente, eso es ilegal! Nadie debe usar el agua de los ríos dentro del reino.

- Sólo es ilegal si se dan cuenta, ahora apresúrate y ayúdame con la otra o podría vernos un guardia.

La verdad es que yo jamás habría hecho algo similar, pero la confianza de aquél chico me hizo seguirlo. Claro que yo aún tenía dudas mientras lo hacía, e incluso ahora quién sabe qué me habría pasado si nos hubieran visto. Pero tuvimos suerte, y nos encaminamos a mi granja. Jamás había sentido tan corto el camino, aunque también era la primera vez que alguien me acompañaba.

- Es aquí -le dije al ver la casa a lo lejos-. Bienvenido a mi hogar.

- Con que vives en medio de la nada, ¿Acaso tu padre fue desterrado, o algo así?

- Bueno, podrá no ser muy bella, pero éstas son tierras muy fértiles; poner muchas casas por aquí sería un desperdicio.

Era verdad que la casa no tenía el mejor aspecto, y su tamaño era más bien reducido. Pero casi nunca estábamos ahí, por lo que una cama y una cocina era todo lo que necesitábamos.

- Padres, llegué -Anuncié tras cruzar la puerta-. Un chico del pueblo me ayudó con una cubeta ¿podemos invitarlo a comer?

Mi padre salió de una esquina, limpiando la sangre de sus manos en un mandil de cuero que llevaba puesto. Él era un hombre corpulento, no como yo, sus brazos parecían troncos; mi madre me dijo que para impresionarla tiró a un buey tomándolo de los cuernos.

Una espada rotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora