Capítulo 1

996 42 18
                                    

Un ruido frustrante se escucha, abro mis ojos y apago el despertador. La canción que un día amé, se convirtió en lo más odioso que puede existir. Pero no me juzguen, estoy segura que alguna vez amaron tanto una canción que la pusieron de despertador.

Grave error.

Me levanto con pereza y me dirijo hacia el baño, arrastrando mis pies sobre el suelo. Una vez que entro, cierro la puerta, lo que es raro ya que vivo sola, pero bueno; costumbre.
Me miro al espejo y doy asco.
Mi cabello está parado y enredado, mis ondas castañas no ayudan mucho. Mi flequillo está prácticamente apuntando hacia arriba, dejando al descubierto mi frente. Mis ojos se ven cansados sobre unas tenues ojeras y mi labios están unos tonos más pálidos que de costumbre.

Entro a la ducha y abro el grifo de agua caliente, este cae sobre mis hombros, relajando mis músculos. El vapor se forma de a poco hasta impregnar todo el cuarto de baño. Me coloco mi acondicionador olor a manzana y luego de un rato cierro el grifo. Coloco la toalla alrededor de mi cuerpo y salgo

Ya en frente del espejo, paso la mano sobre el vidrio y logró visualizarme mejor.
El cabello está húmedo y es más manejable, y mi rostro tomó un poco más de color, mis labios están en un todo rosado y las ojeras disminuyeron, aunque no del todo.

Me peino con una trenza hacía el costado y me visto con mi ropa de camarera que se conforma por un vestido amarillo, hasta las rodillas y un delantal blanco que va en cintura.

La beca que obtuve sólo me ayuda en la universidad, por lo tanto el departamento, la comida, la ropa, etc. Tengo que pagarlo yo, y con estudiar no alcanza.
Solo trabajo los días Domingos, ya que en la semana estudio.

Cuando era niña, mi padre nos abandonó a mi madre y a mi. Él le fue infiel y se marchó con otra mujer. Cuando tenía 9 años, un hombre nuevo apareció en casa, mi madre se sentía bien con él, y si ella era feliz, yo también. Aunque había algo que no me gustaba de él.
Al pasar los años mi madre estaba destruida, ya no era esa mujer hermosa, llena de vida, ya no tenia ese brillo en sus ojos marrones, ya no sonreía, más bien cada día un moretón nuevo adornaba su piel.
El cariño, el amor, la comida nunca me faltó, al igual que la ropa. Nunca pase necesidades, pero ella sí.

Y me di cuenta demasiado tarde.

Un día, llegue del instituto y habían coches de policías afuera de mi casa, como pude pase corriendo hacia adentro, También habían policías allí, y dos bolsas negras en el comedor.
Era pequeña, pero entendí todo.
Él la había asesinado y luego se disparó.
Viví con mi tía hasta que tuve la suficiencia de edad, me esforcé a más no poder en el instituto y recibí una beca para estudiar en Harvard.

Así que aquí estoy, no me gusta hablar de mi pasado con otras personas. Creo que es algo sumamente íntimo y no hay necesidad de revivir esa pesadilla.

Llego al bar, que no esta muy lejos, sino que a unas cuadras de mi departamento. El jefe no me cae muy bien, a pesar de darme el trabajo, dejarme faltar toda la semana y sólo venir los domingos, es alguien extraño.
Siempre me está mirando raro y eso me pone incómoda. Es un hombre de unos 50 años, es medio canoso, corpulento, muy voluminoso.

Sé que no es el mejor trabajo, pero pagan bien. O al menos me alcanza para sobrevivir.

Mechones de mi cabello castaño caen a los costados de mi cara, mis ojos verdes están cansados, y las ojeras son testigos de ello.

Mi cuerpo no es muy chiquito, pero tampoco voluminoso. Creo que tengo lo justo y necesario, y he aprendido a aceptarme.

¿Si no me amo yo, quién lo hará?
Al fin y al cabo, sólo nos tenemos a nosotros mismos.

Terapia tras las RejasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora