Desde aquel verano

En un lugar muy lejano, donde antiguamente residió una de las familias más importantes del país. La familia Midoriya, recordada y reconocida por su gran poder y benevolencia, debido a que las personas que llegaron a conocerlos, quedaron marcados por su gran carisma y buenos tratos. En especial por el único hijo de esta, ya que no sólo era una hermosa persona por dentro, sino también en el exterior. Su atributo más resaltante, además de su bella sonrisa, eran sus hermosos ojos verdes. Se decía que a través de ellos se podía observar la naturaleza misma. Eran unas gemas tan llamativas, que lamentablemente atrajeron miradas no deseadas y tras varios intentos de secuestro, lograron por fin alejarlo de su amada familia. Los Midoriya quedaron tan devastados con la pérdida de su unigénito, que donaron el lugar para luego desaparecer. Pero se cuenta que el espíritu del joven aún deambula por el lugar, atrayendo a miles de turistas y curiosos que guardan la esperanza de encontrarle. Varios siglos después, la familia Bakugou, adquirió el lugar, lo remodelaron para ser habitable, convirtiéndolo en su casa de verano por las hermosas vistas paradisiacas, libres de estrés y ruido urbano.

—Puedo ver cómo aquellas personas vivirán en este lugar, solo espero que alguien pueda verme, ya no quiero ver cómo las personas que amo desaparezcan— hablo aquel peliverde encerrado en ese lugar, esa alma a quien todos buscaban y nadie podía ver debido a una maldición de un hechicero al no poder obtener aquellos ojos. Condenándolo a ser un alma en pena, donde nadie en vida podría verlo.

Él podía ver cómo sus seres queridos iban falleciendo uno por uno. La única forma de romper la maldición; era encontrar a alguien que lograra verle sin desear sus hermosos ojos.

— ¡Oye maldito, qué haces en este lugar! —Gritaba a todo pulmón un pelicenizo de unos 23 años de edad— ¿acaso no me escuchas? Maldito te estoy preguntando qué haces en esta propiedad —acercándose hasta donde se encontraba el pecoso quien observando desde la ventana sin prestarle la más mínima atención, hasta que fue a tocarle el hombro.

— ¡Eh! ¡¿P-puedes verme?! —Grito asustado y feliz al mismo tiempo, con los siglos que llevaba confinado en ese lugar, jamás pensó que alguien podría lograr verlo— ¡¿enserio puedes verme?!— sollozando.

—Oye maldito no sé quién eres y obvio que puedo verte, ni que fueras un fantasma— dijo despreocupadamente, percatándose de cómo este se tensó al pronunciar la palabra fantasma— estas de coña ¿verdad?, no eres un puto fantasma, ¡respóndeme!

—L-lo siento... si lo soy y al parecer eres el único que puede verme, después de tanto tiempo—dijo contento— un gusto conocerte, me llamo Midoriya Izuku y tú eres Bakugou...

—Bakugou Katsuki imbécil, espero que lo recuerdes por qué no lo volveré a repetir, y como veo que eres un puto fantasma y sólo yo puedo verte, espero que no me molestes, este sitio lo compré para relajarme, puedes hacer lo que quieres por el resto del año excepto en verano que es donde vengo ¿escuchaste maldito deku?— dijo fieramente mientras emprendía un nuevo camino hasta la sala de estar.

— ¿D-deku? ¿Por qué deku? Ese no es mi nombre Bakugou-san— flotó hasta quedar a su lado— además yo no molesto a nadie, solo... que ahora estoy feliz de que alguien sea capaz de verme—sonriendo—como no me llamaste por mi nombre yo tampoco te llamaré por el tuyo...umm déjame pensar... ¡ya se!— grito sonriente—¡desde hoy te llamare kacchan! Un gusto el conocerte, espero que nos llevemos bien.

— ¿A quien mierda le dices "kacchan", estúpido deku? —trató de alcanzarlo, mientras parte de sus sirvientes veían atónito cómo, su jefe gruñón y mal humorado sonreía mientras le gritaba a algo que ellos no podían ver. Ese fue el comienzo donde el destino entrelazo sus destino y como siempre sucedía cada verano, el pelicenizo iba a aquella casa, donde lo esperaba un hermoso fantasma quien le robó el corazón, no por sus ojos que eran los más bellos que había visto si no que se enamoró completamente de todo su ser, le importaba una mierda si él era un fantasma, mientras permaneciera a su lado, él era feliz. Aunque el deseo de besarlo y sentir su calidez nunca se iba, aquel pelicenizo ya no podía vivir sin él.

— ¡kacchan! ¡Bienvenido otra vez! ¿Cómo estuvo tu año?, ¿porque no mandaste mensajes?, sabes que aunque sea fantasma igual puedo lograr abrir cartas para leerlas—dijo fingiendo enojo mientras se acercaba al él — ¿kacchan? ¿Por qué tienes ese rostro?

—Tks, escucha deku...hay algo que debo conversar contigo seriamente, así que vamos a la biblioteca, donde nadie más aparte de ti, nos podrá oír—dijo a la vez que emprendía camino hasta la biblioteca, donde espero a que apareciera el fantasma para cerrar con llave—deku, lo que estoy por decir puede que sea extraño para ti, pero después de estos cinco largos años ya no puedo seguir ocultándolo.

—K-kacchan, ¿Qué es lo que pasa? Me estas asustando— dijo, mientras se sentaba en un sillón del lugar, al momento que el pelicenizo se acercaba peligrosamente ante él.

—Solo escúchame—quedó en frente del peliverde— después de todos estos años desde que te conocí yo... arg ¡maldición! ¡Me gustas! Y me importa una mierda si eres un fantasma, lograste enamorarme y por tus hermosos ojos si no por todo tu ser...— al terminar de hablar ocurrió algo que jamás espero, Izuku empezó resplandecer hasta ser completamente humano, la maldición se había roto, dejando estupefacto al pelicenizo.

— ¡K-kacchan! ¡La maldición se rompió gracias a ti! Jamás pensé que estos sentimientos que albergaba por ti serían correspondidos—sonriendo— gracias por amarme Katsuki, gracias por romper mi maldición después de tanto tiempo, mi alma siempre te estuvo esperando.

— ¡Deku! —Abrazándolo—ahora al fin podremos estar juntos—besándolo— eres mío, jamás te dejare ir, ¿me oíste Izuku?

—Si Katsuki, soy completamente tuyo desde ese verano donde nos miramos aquella vez. ¡Te amo!