Prólogo.

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El iba y venía a su gusto por mi mente, me confundía y aparecía cuando menos lo necesitaba.
Y, ¿saben qué era lo peor? Yo lo dejaba quedarse.
¿Dónde había quedado aquel chico sin ninguna debilidad aquel chico rudo al que no le importaba lo que pensaran de él, el que solía bullear y no ser bulleado? Tal vez nunca existió, o tal vez sólo llegó su momento de partir y convertirse en uno, con miles de ellas. Y todas, absolutamente todas aquellas solo venían de una persona. La persona que decía detestar, le detestaba tanto por causarme una confusión de esta talla, por dar viajes nocturnos por mi mente que me producían insomnio, por ser jodidamente perfecto, por ser todo lo que necesitaba, por volverme tan cursi, blando y comprensivo, por cambiarme completamente.
Y que va, era la clase de chico que todo mundo desea a su lado, aquel chico que volvía loco a medio colegio con solo un jodido suspiro y no lo exagero ¡así era, deberas!
Por ello no le sorprendía estar completamente enamorado de aquella sonrisa que le producía miles de sensaciones, que le cambiaba el mundo entero aunque el motivo de ella no fuese él.
El único chico que le hacía dudar de sus preferencias sexuales.











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