Única parte.

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La primera cicatriz de Izuku aparece en su rostro. Por supuesto, no es suya. El dolor, sofocado y lejano pero no menos ardiente, golpea el lado izquierdo de su rostro. De su ojo corren lágrimas que Izuku toma por desconocidas al sentirlas recorriendo su mejilla. Tratando de detener el flujo con su regordeta mano, Midoriya corre hacia la cocina, donde su madre cocina tranquilamente la cena. Un tirón a su falda y ella observa de inmediato a su hijo, saltando con espanto al ver la gran marca de rojizo tenue que poco a poco se define más en la piel de Izuku.

—Mamá... me duele... —solloza Izuku, llorando desde un sólo lado de su rostro, su mano en su mejilla, intentando parpadear en vano.

Inko pone un paño debajo del grifo del lavaplatos y abre la llave. De inmediato el chorro de agua fría humedece el pañuelo, que luego cubre la adolorida zona del niño. Arrodillada frente a Izuku, Inko sostiene y presiona con delicadeza la tela sobre la piel. Sabe muy bien que es una quemadura, no distingue si es provocada por fuego o algún objeto caliente, y sabe muy bien que Izuku no ha jugado con nada que pudiera haberle hecho daño a su cuerpo. Frunciendo los labios con tristeza, deduce entonces que la marca es del otro. El otro, el que está más allá, el final del vínculo de las almas gemelas que todos tienen. Y esa marca es el indicativo que, sí, existe, el otro es real, que al parecer sufre y no lo está pasando bien.

—Mamá... ¿por qué me duele tanto? —pregunta Izuku, moqueando de la nariz. ¿Cómo le explicas a un niño de siete años que tienes un alma gemela, una mitad de tu cuerpo que va más allá de cualquier regla, cualquier prejuicio y limitante? ¿Cómo le explicas a un niño que cada marca, cada herida del otro aparecerá en tu cuerpo, en el mismo lugar, con el mismo dolor?

Inko recuerda entonces la explicación que su madre le dio cuando era niña y unos raspones aparecieron en sus rodillas, aunque ella estaba en el salón, jugando con sus muñecas. Los raspones de Hisashi andando en bicicleta y cayendo por un desnivel. Los raspones de su alma gemela, la que perdió poco después del nacimiento de Izuku. Presiona con algo de fuerza el paño húmedo, y le sonríe con algo de anhelo y melancolía a su único hijo.

—Izuku, ¿a ti te gusta jugar con tus rompecabezas? —pregunta, e Izuku asiente—. Los rompecabezas tienen muchas piezas. Y una pieza tiene otra que encaja perfectamente con ella, aunque sean diferentes. Todos somos una pieza, y todos tenemos una pieza que encaja con nosotros. Se llama alma gemela.

—¿Las piezas tienen heridas? —tan inocente, se dice a sí misma Inko. Con un gesto, acomoda los rebeldes rizos verdosos del niño, que ocultan sus cejas.

—Cada pieza tiene marcas, cicatrices. Cuando una pieza tiene una, su alma gemela, o la pieza que encaja con ella, las tiene también. Es la manera de saber quién es la pieza que te complementa.

—¡Entonces mi alma gemela tiene esta marca! —chilla Izuku, una sonrisa con un diente de leche faltante que le saca otra a su madre—. Pero, ¿por qué me dolió?

—Las cicatrices duelen, hijo. Duelen y ese dolor te llega a ti. Si tú te caes y te haces un raspón, tu alma gemela tendrá el raspón y habrá sentido el mismo dolor. ¿Entiendes?

—¡Sí!

Izuku sigue sonriendo, el escozor ya olvidado. Pero Inko no puede quitar de su mente la quemadura. ¿Cómo estará el otro, la niña o el niño? Sólo puede rezar que esté bien, para que su hijo también lo esté.

.

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Al día siguiente, Izuku llora al llegar a casa. Dice que Kacchan se ha reído de él por su marca, y le ha dicho que se ve horrible, como un niño de esos que son torpes y tienen accidentes por todos lados. Dice que no es como la suya, que es como si hubiera dado un puñetazo a una pared, rompiéndola en el acto. Izuku llora y no para de llorar. Inko hace una mueca pero le ofrece ocultar la marca con maquillaje. Izuku se queda muy quieto en su silla mientras su madre esparce polvos de color crema en la cicatriz, haciendo invisible el rojo y haciendo uniforme el tono de su piel, otra vez.

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⏰ Última actualización: Jul 17, 2018 ⏰

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