Único capítulo.

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  Estás próxima a ser mayor y ésto ocurre desde que la niñez te dejó.

  Ya estás acostumbrada a que los días transcurran iguales frecuentemente.

  Tomás una posición fetal en tu cama mientras te abrazas a vos misma. Lloras en silencio por temor a ser oída, cuestionándote todas y cada una de las cosas que hiciste mal.

  Finalmente te dormís, con el único pensamiento en tu mente de que lo que haces y sos es un fracaso total.

  A la mañana siguiente haces de cuenta de que nada pasó, la sonrisa que llevas parece como si fuera más grande que tú dolor.

  Continuas tu día, fallando varias veces seguramente, hasta que se hace de noche.

  Y ahí, otra vez cuando te reencontras con la fría soledad de las sombras, es que volvés a repetir lo mismo de la noche anterior.

  ¿Algún día haré algo bien? ¿Algún día este sentimiento de vacío emocional me abandonará? ¿Podré ser feliz finalmente?

  Esas junto a muchas preguntas más te carcomen la cabeza mientras deseas no haber nacido...

  Ahí está el problema, naciste.

  Sonreís con ironía, tu mirada ya perdida, tu alma llegó a tocar fondo y se rompió en mil pedazos al hacerlo.

  Notas realmente que no sos suficiente y que nadie podría estar orgulloso de vos nunca.

  Te levantas, aunque es más un movimiento que realiza tu cuerpo involuntariamente.

  Vos ya no sos capaz de pensar ni de actuar con claridad... ¿O sí?

  Llegas a tu objetivo, la cómoda al frente de tu cama. En el primer cajón está lo que buscas.

  Abrís su envoltorio con los ojos cerrados y las comisuras de los labios levantadas.

  Estás recordando cuantas veces lo habías hecho sin darte cuenta de que eso siempre fue la respuesta ante todo.

  Vas despacio de nuevo a donde te encontrabas, pero ahora por fin feliz de verdad.

  Tu pincel, tu bello y preciado pincel. Con él has dibujado incontables veces sobre esas hojas tan blancas y frágiles.

  Ahora vas a hacerlo por una última vez, agarras las hojas ya marcadas por tantos años maltratándolas.

  Con más emoción que temor, volvés de nuevo a pintar, sólo que ésta vez es distinto.

  Ésta vez, las para nada finas y sutiles pinceladas van a lo largo, no a lo ancho de ese papel lloroso y suplicante de piedad.

  Cansada, dejas el autor de esa obra de arte sobre la pequeña mesa de luz que yace a tu lado.

  Apagas el velador y miras hacia la ventana, admirando las estrellas.

  Esa noche es distinta a las otras, no tenés rencor hacia nadie. Ni siquiera contra vos misma.

  Sentís que por primera vez tomás una buena decisión.

  Te sentís libre, feliz, sin ninguna carga de culpa.

  Todo los pensamientos negativos se esfumaron y fueron sustituidos por una calma enorme.

  Habías cerrado los ojos para contemplar todos esos nuevos sentimientos dentro tuyo.

  Pero los volvés a abrir y dedicas una fugaz mirada a los luceros de la noche.

  Les dedicas tu último suspiro cerrando los ojos nuevamente y para siempre, con una sonrisa verdadera sobre tu labios.

  Ahora te encontras en paz.

  En una paz eterna.

Paz EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora