Andrea

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Mi cabeza duele hasta la médula y quisiera arrancarla, así dolería menos. Es un dolor que me taladra y envía conexiones a todo mi cuerpo, no puedo moverme, porque estoy aterrada, porque me duele.

Porque si me muevo me romperé en pedazos.

No soy capaz de abrir los ojos, el dolor no me da la fuerza suficiente para abrirlos y es agotador, pero más allá de eso, hay algo que agujerea en mi persona.

La ansiedad, incertidumbre y desesperación se arraigan en mi ser y deciden quedarse para construir una casita, o tal vez, toda una residencia. Llevo mis manos débiles y temblorosas a donde sospecho que está la herida y sufro.

En el instante en el que la toco, me quemo. A pesar de que no tengo los ojos abiertos, sé qué hay sangre, la siento y es pesada y se siente asquerosa. Me dan ganas de llorar y perecer, ni siquiera puedo ver la herida que está en mi pierna. El sudor incrementa cada vez más y me siento pegajosa, estoy asqueada de mí misma, debo ser un desastre y heder a muerto.

El nerviosismo que llevo hace que me sacuda, mis manos tiemblan y no me permiten tener las manos en la herida, así que me desangro. Incluso llevando los ojos cerrados me siento dando vueltas, me siento en un precipicio en el cual el fondo no existe.

—¡Bruno, tráela ahora! —escucho que alguien grita, está cerca y no entiendo a qué se debe su ira, más aún si parecen estar tan cerca—. No puede desangrarse, no puede morirse, no así —escupe la misma persona colérica.

Escucho los pasos apresurados cómo llegan hacia mí y eso me preocupa y me hace preguntarme: ¿Dónde estoy? ¿Qué me está pasando?

El dolor, nerviosismo, desasosiego y miedo me están carcomiendo y me estoy volviendo loca. Mi pulso se acelera y no puedo controlarme, mi corazón se saldrá de mi pecho, eso lo sé. Mi espalda duele y cortarme la cabeza resultaría más fácil que cualquier cosa ahora, escucho como la adrenalina y el latir de mi corazón se cuelan directo a mis oídos y oigo voces, unos instantes después se detienen.

Lo último que siento es el tacto cálido de unos brazos que me cargan y un dolor infernal en mi pierna. El brillante sol da de lleno en mi rostro y siento como se escuece, al igual que mi pierna.

Trato de no abrir los ojos, pero ellos tienen vida propia, ya se han adueñado de mí y entonces, dándome por vencida me permito abrirlos. La luz amarillenta me hace llevar inconscientemente mi mano sobre mi rostro para evitar que el sol me queme en los ojos. La edificación abandonada se presenta nuevamente en mi campo de visión, parpadeo unas cuantas veces, y la respuesta llega como un botellazo en la cabeza.

—No te descuides, en cualquier momento podría salir huyendo —dice la misma voz, grave, rasposa y de hombre. Si se dirigía hacia la persona que me tenía en sus brazos, no lo sabía. Un movimiento de cabeza fue lo único que pude llegar a sentir y cuando la verdad llegó a mí, me eché a llorar.

Los pasos de zapatos eran la única cosa que emitía sonido, los brazos todavía me sostenían y no parecían cansarse de llevarme, eso me preocupaba. Vi cómo entrábamos bajo una construcción que se caía a pedazos, intenté resistirme, pero así mismo como había llegado la resistencia, aparecieron unos mareos y náuseas.

Caía en un precipicio que no parecía tener fin y tuve que cerrar los ojos, me había quedado sin fuerzas, mi garganta estaba seca, sentía que me faltaba el oxígeno, pero agradecí haber estado sostenida por unos brazos.

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⏰ Última actualización: Aug 08, 2018 ⏰

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