Capítulo 5

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V

Javier salió temprano de su primer trabajo para cumplir su promesa y visitar a Isaura antes de irse al laboratorio. La neblina se había disipado dejando paso a un sol radiante, perfecto para almorzar al aire libre a pesar de las bajas temperaturas. Los árboles del CSR estaban pelados pero el césped lucía un color verde intenso que alegraba el espíritu, y el buen humor de Javier regresó casi al instante. El muchacho habló con la recepcionista y ella le dijo dónde encontrar a Isaura. Hacia allá se dirigió, tarareando para sí.

Aspiró hondo antes de golpear la puerta. No solía ponerse nervioso al tratar con las chicas, pero Isaura necesitaba alguien que le infundiera seguridad y confianza. Luego Javier se preguntó qué diablos estaba haciendo. ¿No tenía suficientes problemas con una madre enferma como para encima volverse la niñera de una adolescente drogadicta? Sin embargo, ella había despertado su compasión. Y se había reído de sus chistes bobos, también. Javier levantó el puño.

Antes de que sus nudillos tocaran la madera, la puerta se abrió. Por un momento ambos jóvenes permanecieron de pie uno frente al otro, contemplándose en silencio, y después ella dijo:

—Viniste.

—Te lo prometí, ¿no? ¿Pensaste que no vendría?

—No sé. Parece que las personas siempre acaban por dejarme tirada. Aunque tú no lo hiciste anoche.

Isaura vestía ahora un conjunto deportivo con el logo del CSR. Era rojo y le sentaba bien, sobre todo porque desviaba la atención de los moretones en su cara. La muchacha se había lavado el pelo (castaño, no negro) y éste le caía sobre los hombros en mechones opacos. Sus ojos ya no estaban vacíos de expresión ni inyectados en sangre. Una mejora considerable, en opinión de Javier.

—Tengo dos horas libres antes de volver al trabajo —explicó él—. Me dijeron que puedo almorzar aquí si tú me acompañas. Traje comida para los dos, si te apetece.

—¿Así le dirás a tu mamá que también me diste de comer? ¿Como a un gatito callejero?

—Eh, que tampoco es una obra de caridad. Si no quieres no te invito.

—Perdona. Sí, me gustaría comer contigo. Pero sigo sin entender por qué eres tan bueno conmigo.

—Porque así somos los chicos buenos. Aunque seamos una especie en peligro de extinción. ¿Conoces este sitio? ¿Cuál es el mejor lugar para comer? ¿Hay una cafetería o algo?

—¿Y si vamos afuera? No se puede fumar aquí dentro.

—De acuerdo, pero ponte un abrigo. Hay sol pero hace frío.

Unos minutos después estaban al aire libre, sentados en una banca y comiendo de unos recipientes de plástico que una cocinera del CSR había accedido a calentarles en el microondas. Al principio no hablaron mucho, pero luego Isaura preguntó:

—¿Tu mamá cocinó esto?

—No, yo lo hice. ¿Está tan mal?

—Sabe bien. ¿Siempre cocinas tú?

—No. Antes lo hacía mamá, pero ahora ella tiene... una enfermedad que afecta su memoria, como el Alzheimer. Le cuesta concentrarse y recordar las cosas.

—Lo siento. ¿Se preocupó porque llegaste tarde?

—Un poco. Pero estaba con una vecina, y ella la tranquilizó.

—Ah. Menos mal.

Isaura terminó de comer y se quedó un rato mirando al vacío.

—¿No vas a preguntarme nada? —inquirió al fin.

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