Parte II

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No he logrado conciliar el sueño.

Estoy en un consultorio médico. El aire es pesado, o solo estoy cansado. No lo sé.

Estoy harto de pensar que todo esto es debido a algún ente paranormal. Mi mente ha hecho pases con la idea de que esa es la explicación más lógica, y eso me molesta.

Mi pierna no deja de moverse, la silla es muy incómoda. Hay más personas en la salita de espera, la secretaria nos ignora mientras ve su teléfono. Es guapa, probablemente sea el único motivo por el que fue contratada para ese trabajo. Me duele la cabeza, mis ojos me pesan; puedo ver pequeños destellos de colores, ya me acostumbre a eso. Bostezo, eso también se ha vuelto normal; con el paso de las semanas mi cordura se ha ido desvaneciendo. En muchas ocasiones no puedo mantener un pensamiento en concreto en mi cabeza, en otras simplemente me pierdo y el tiempo se desaparece. A veces me encuentro mirando un punto de la habitación, pensando en esa conversación imaginaria que tuve con el personaje de mis historias; pasan horas antes de darme cuenta de que no me he movido en lo absoluto.

¿Habrá sido una alucinación? ¿Habrá sido realidad?

No lo sé. En este momento no puedo estar seguro de nada. Sé que no suena lógico, pero así es como veo las cosas en este momento: Todo está permitido mientras pueda explicar mi situación.

-¿Señor?, Señor González. El doctor lo está esperando.

¿Cuánto tiempo había pasado? Ya no hay nadie en la sala. Solo está la secretaria. ¿En qué momento se movió de su lugar? ¿En qué momento se acercó? Me levanto a regañadientes, todos los músculos de mi cuerpo gritan de dolor. Mis articulaciones rechinan, no sé cómo explicar eso.

Camino hasta la puerta, tomo el picaporte y la abro de par en par. Un hombre de edad avanzada, con bata blanca, se encuentra sentado en una silla mucho más cómoda que las de la sala de espera. Su frente es prominente; el poco cabello que tiene es blanco y lo utiliza para disimular su calva. No funciona muy bien.

-Tome asiento.

Me senté frente a él. Lo miro fijamente, pero mi vista se pierde en un punto de su cara arrugada. Me dice que le cuente qué es lo que me pasa. Se lo digo.

Le cuento sobre mi última pareja, hablo de mis problemas para escribir y finalmente le explico mi problema principal: No he dormido en casi un mes.

-¿Me está diciendo que de verdad piensa que no ha dormido en 28 días?

Su pregunta no tenía una pizca de perplejidad, era más su incredulidad. Tuvimos un pequeño debate sobre la veracidad de esa aseveración. No me interesa si me cree o no, lo que me importa es si puede darme una solución.

Escribe en su ordenador, bastante lento. Es de esos ancianos que no están acostumbradas a la tecnología del nuevo siglo. Mi paciencia se acorta con cada tecla que presiona. Ahora son mis dos piernas las que se mueven, estoy demasiado ansioso.

Después de unas preguntas más, me entrega una receta y salgo de la habitación. Todo se ve irreal, es como un sueño. Ojalá fuera un sueño, una pesadilla de la que estoy a punto de despertar. Salgo a la calle y el Sol me lastima los ojos. Iré directo por el medicamento y después a mi casa... A descansar.

Las sábanas de mi cama están frías, las voy tanteando con mis dedos. La seda se siente tan cómoda, pero no me da descanso alguno. Es hora de ponerle fin a esto: Tomo el frasco con las pastillas y saco una, me la trago con una cantidad copiosa de saliva.

Mí desesperación es mucho más grande que mi paciencia por pararme e ir por un vaso con agua. Me recuesto, el simple hecho de respirar me duele; siento que el aire me quema la garganta y me cansa ese sentimiento. Mi pecho está pesado, tengo que tomar bocanadas de aire. Intento una posición más cómoda, sin éxito.

"El medicamento tarda aproximadamente una hora en hacer efecto, tenga paciencia." Eso es lo que había dicho el doctor. Miro el reloj de pared que se encuentra frente a mi cama, colgado de la pared. ¿Cuándo lo puse ahí?

Han pasado sesenta y dos minutos y sigo exactamente igual. Estoy aún más ansioso.

Tomo otra pastilla y me la trago con la misma valentía que la primera.

Intento relajar los músculos. Pero nada, mi espalda sigue tensa, mis hombros siguen contraídos, mi cuello me está matando. Esto no está funcionando.

Tic-Tac, tic-tac, tic-tac. El reloj se está burlando de mí, sigo acostado y no puedo dormir. Me duele la cabeza, quiero gritar de la impotencia. Sujeto el frasco, lo aprieto en mí mano, saco dos pastillas más y me las trago con ira ahogada. Me recuesto, estoy apretando los dientes. Mi quijada está cansada, ya no puedo con el estrés.

Me vuelvo consciente de mi respiración; es lenta. Estoy forzando el aire en mis pulmones. Quiero tomar aire, pero siento que mi camisa me está ahorcando. Siento una comezón en el brazo, me rasco pero no cede. Mis ojos arden, quiero llorar.

Las manecillas del reloj comenzaron a girar. Giraron y giraron, y giraron.

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero ya es de noche. Estoy de lado, viendo el frasco. Me quiero levantar para ir a fumar un cigarrillo, pero sé que esa no es la solución. Sé que eso no me ayudará en nada. Solo una cosa podrá ayudarme.

Cojo el frasco con fuerza, me levanto por un vaso con agua. No siento mi cuerpo, todo está en una especie de piloto automático. Regreso a la cama y pongo todas las pastillas restantes en mi mano. Las admiro, las deseo.

Es mi única salida.

Una voz dentro de mí me dice que lo haga. No, me grita que lo haga. Me ruega. Respiro hondo, mi corazón late con fuerza; como si quisiera salir disparado de mi pecho. Las palpitaciones llegan hasta mis sienes. Un dolor de cabeza, aún más intenso que el que me ha acompañado estos días, recorre mi frente hasta culminar en la parte trasera de mi cráneo. Es como si lo estuvieran taladrando.

Ya no puedo más.

"No tome más de cuatro tabletas en un mismo día." Váyase a la mierda, doctor.

Las pongo en mi boca y comienzo a tomar del agua, siento como todo ese medicamento cae en mi estómago. Suelto un alarido, el agua me dolió en todo su trayecto por mi garganta. Ahora mi corazón late un poco más lento, pero el dolor de cabeza sigue ahí. Palpitan al mismo ritmo.

-¡Ya por favor, ya!

Ese grito fue lo último de mis energías. Mi garganta está destrozada, tengo un sabor metálico en la boca. Me siento mareado. Caigo de espalda contra mi alfombra. Una figura oscura está parada al lado mío. Puedo ver su cabeza, si tuviera un rostro estoy seguro de que se estaría riendo. Pero sus burlas no me interesan, por fin llegó mi hora.

-Por fin, por fin has venido por mí.

-Lo siento, pero no. ¿Lo recuerdas?

"No descansarás, hasta que me des un final." Esas fueron sus palabras. Un agujero en mi estómago me dificulta respirar todavía más.

-Por favor.

Estoy suplicando. Las lágrimas salen de mis ojos, pero solo hacen que el ardor se intensifique. La figura ya no estaba.

-¡Por favor, llévame!

El Sol entra por la ventana.

Sin descanso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora