Capítulo 2

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Narrador:

La alarma estaba sonando, rompiendo el ambiente de calma que se había estado respirando durante lo que duró su descanso. Midoriya despertó con la cara metida en un nido de cuervos que parecía haberse extendido hasta su garganta. Tomó su celular y apagó la alarma para darse cuenta de que apenas habían dormido poco más de una hora. Seguía siendo temprano, pero ya había perdido tiempo sustancial. Al final decidió dejarlo así, no pasaría nada por un día que no se levantara temprano.

- Mhhhg. – Toga se encontraba aferrada al pecho de Izuku como un koala abrazando un árbol. Su cabello se había enmarañado tanto que apenas parecía ser el de una persona, pero fuera de buscar una salida, aunque su brazo se encontraba completamente dormido y el cabello de Toga encontraba forma de escabullirse hasta su garganta, decidió continuar abrazándola. Por alguna razón que no podía explicar, quería cuidarla

El cuchillo se encontraba acariciando su piel, sin embargo, la hoja no cortaba ni lo perforaba, únicamente se limitaba a recorrer la espalda de Midoriya, para ella, el juego era mera diversión, el placer venía justo después. La cara que sus victimas ponían mientras la hoja de acero entraba en sus cuerpos una y otra vez era lo que le hacía disfrutar el acto de verdad. No hay vez, como la primera vez y Toga estaba convencida de ello. Estaba en la posición idónea, un trabajo fácil, demasiado fácil. Sus uñas se habían encargado de lacerar la piel de su acompañante, algo que nunca había pasado, nunca por disfrutarlo al menos. Acariciaba esas marcas en la piel usando una mano y con la otra usaba el cuchillo para recorrerla picando de tanto en tanto la piel sin perforarla o cortarla. Había algo que le impedía tomar su vida. Quería ver su sangre, quería su calidez, deseaba bañarse en ella, deseaba beberla para que estuviera dentro de ella por siempre. ¿Acaso era lo diferente? Quería tenerlo por siempre en su interior, no como a los demás. Nunca le importaron los demás. Se aferró con fuerza del cuerpo de Midoriya y recordó.

Hacía más de 10 años. Era extraño que las parejas adoptaran niños mayores. Los pequeños duraban poco tiempo en las casas de acogida. Si tenías más de 5 años, las posibilidades de que te adoptaran se reducían a la mitad con cada vela extra en tu cumpleaños, no había dinero para pasteles, solo había velas recicladas vez tras vez, algunas veces una y muchas otras, ninguna. Así que fue un sueño cuando la adoptaron a los ocho, creía que sería un nuevo inicio, pero seis meses después la regresaron, al parecer, a sus padres no les gustó el hecho de que Toga se pareciera a un gato, en el aspecto de que para ella, dar un regalo involucraba entregar un animal muerto por sus propias manos.

Su segunda oportunidad llegó cuando cumplió doce. Un hombre mayor la adoptó. Por mucho que quisiera, no podía recordar su rostro, tenía una sombra en sus rasgos que le impedía poder verlo. Cabello platinado, un bigote igual, sus manos eran grandes, era alto y robusto, olía a tabaco y libros viejos.

No hay vez como la primera vez y Toga no hubiera tenido la suya sin él. Pocos días después se introdujo en su habitación de noche, la tomó con fuerza por el cuello y le arrancó el camisón como si de papel se hubiera tratado. La violó durante casi una hora antes de que pudiera escapar, golpeándola con brutalidad por resistirse al punto de desencajarle la mandíbula. Enterró los pulgares en los ojos con toda la fuerza que sus languiduchos brazos le permitieron y apenas tuvo una abertura, corrió con todas las fuerzas que le quedaban. Se dirigió directo al baño por puro instinto y se encerró mientras su abusador la seguía de cerca. Golpeaba la puerta vociferando cosas que la pequeña nunca pudo entender mientras se encontraba llorando, asustada y confundida en posición fetal mientras se resguardaba en un espacio entre la tina y el retrete. El hombre aporreaba la puerta buscando tirarla y de a poco la cerradura empezaba a partirse. En un último impulso de supervivencia, Toga se levantó de donde su escondite y abrió el espejo del baño, lo revolvió esperando encontrar algo que pudiera ayudarla y así fue. En un pequeño estuche, se encontraba una navaja de afeitar. En ese momento a Toga le pareció lo más hermoso que jamás había visto, tenía un mango de marfil tallado y una hoja de acero completamente brillante. Mientras la admiraba, la puerta finalmente cedió al castigo. Las bisagras y la cerradura se partieron, mientras se venía abajo, la indefensa Toga escondió la navaja en su boca, asegurándose de sujetarla con los dientes para no tragársela.

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