Capítulo III.

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«There was no tour guide on hand to tell her that in Kashmir nightmares were promiscuous. They were unfaithful to their owners, they cartwheeled wantonly into other people's dreams, they acknowledged no precincts, they were the greatest ambush artists of all. No fortification, no fence-building could keep them in check. In Kashmir the only thing to do with nightmares was to embrace them like old friends and manage them like old enemies.»

Arundhati Roy, The Ministry of Utmost Happines

***

Lugar desconocido

20 de enero de 2000

Ya había dejado de retorcerse de dolor, pero se sentía humillado. La escena de la que era protagonista le recordaba al verano del noventa y siete, cuando había vuelto a casa sin matar a Albus Dumbledore y se enfrentó a la ira del Señor Tenebroso —algo que no le recomendaba a nadie—. El verano del noventa y siete, junto al verano del noventa y seis y del noventa y ocho se peleaban por ser nombrados los peores veranos de sus vidas. Primero encarcelaron a su padre y lo marcaron. Lo hicieron creer que tenía una opción cuando realmente no la tenía: ¿qué clase de opción es «o te vuelves mortífago —con todo lo malo que eso implica— o tu familia muere»? Ninguna en lo absoluto. Después le encomendaron una tarea imposible y, aunque en ese momento no lo hubiera visto, lo entendió después. ¿Cómo podía un adolescente —que no era un asesino— matar al mago al que el Señor Tenebroso temía? Se había sentido orgulloso —o se había convencido de sentirse orgulloso y honrado, que era casi lo mismo, porque había perfeccionado el arte del auto engaño— en aquel momento.

Pero todo había salido mal. Todo había terminado con su familia humillada y él torturado. Todo había terminado con él siendo incapaz de sostenerle la mirada al Señor Tenebroso —¿quién era capaz, de todos modos?— cuando le dijo que había fallado, que no había podido matar a Albus Dumbledore. Porque la cosa era muy simple: a Lord Voldemort no le gustaban los que fallaban.

Todo aquella no-elección —porque Draco no podía llamar «elección» a algo donde una opción era morir— lo había llevado hasta ese punto. La muerte de su madre, la desgracia de su padre, la humillación que había caído en el nombre de los Malfoy, todo lo había llevado hasta ese punto: encadenado con grilletes que le abrasaban la piel si se movía demasiado, en el suelo, con la dignidad perdida —o como si nunca hubiera existido—, retorciéndose de dolor y sangrando.

—Es tu última oportunidad, ¿sabes? —oyó la voz de la mujer. Le sonó lejana. No podía ver donde estaba: ¿cerca de él?, ¿a cuántos pasos? Sabía que seguía usando la misma máscara—. Al fin y al cabo... soy benevolente. —Pudo ver sus pies acercarse a él y pudo ver también como se acuclillaba cerca de su cara—. Una última oportunidad. He estado esperando el suficiente tiempo.

»Sabes lo que quiero.

Él no contestó. No iba a dárselo. No era capaz de dárselo porque le estaba pidiendo una de las cosas que valoraba un poco —sólo un poco— más que su propia vida. ¿Por qué seguía insistiendo? ¿Esperaba que la maldición lo doblegara todavía, si a esas alturas no lo había logrado?

»Sólo pensé que necesitabas un poco más de persuasión —comentó ella—. ¿Sabes de dónde aprendí que el dolor es una excelente persuasión? —Era una pregunta retórica, pero su cerebro estaba tan cansado que no sabía la respuesta más obvia—. De aquellos como tú.

No podía verle la cara —o la máscara, porque seguía usando la misma máscara robada que tantos años atrás—, pero su voz le sonaba a furia gélida.

—¿Qué te hicieron? —preguntó él con un hilo de voz—. ¿Qué te hicieron?

La respuesta tardó en llegar, pero hizo que Draco se estremeciera.

Maldito [Drarry] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora