Escrita e ilustrada por Florbe
Había estado tanto tiempo evitando cruzarme con él. Incluso, si lo veía riendo con sus nuevos amigos, prefería guardar distancia. Y digo “nuevos amigos”, porque de verdad lo eran. En realidad, todo era nuevo para él.
Alex, estudiante de intercambio dinamarqués de abundantes rizos rojos y estatura superior a la promedio, había pisado hacía sólo 6 meses esta secundaria por primera vez. Sin embargo, parecía haberse adaptado por completo a nuestro ritmo, a nuestra forma de ser.
Me sentía terrible por no poder hablarle más, por no haber podido mantener ni siquiera una relación de amistad con él. Pensaba que por la cantidad de obstáculos entre nosotros y las limitaciones de mi personalidad, pasarían otros 6 meses, él regresaría a su hogar en Dinamarca y ni siquiera nos habríamos dado una segunda oportunidad.
Los adolescentes pueden llegar a ser muy crueles a veces. Casi a diario mis amigos y yo éramos víctimas de los abusadores, ya saben, esos idiotas sin cerebro que necesitan humillar a otros para sentirse importantes. Se reían de nosotros por ser aplicados en clases, esparcían falsos rumores, nos jugaban bromas muy pesadas y en ocasiones hasta nos golpeaban.
Un hecho importante que debo mencionar es que estos imbéciles de quienes estoy hablando eran los “nuevos amigos” de Alex. Imagínense entonces lo inalcanzable que él era para mí. Era como si una barrera lo cubriera, una barrera humana de idiotez y vanidad. Pero de todas formas me negaba a darle la razón a esa frase que todos conocen, esa que dice “Dime con quien andas y bla bla bla…”. Porque había llegado a conocerlo lo suficiente como para afirmar que Alex no era como ellos y que seguramente existía un motivo razonable por el cual se sumergió en aquel círculo de “gente cool” (como ellos se llamaban).
No puedo negar que el extranjero encajaba perfectamente con ellos, ya que, era un chico cool. Es un término tonto para describirlo, pero le sienta. Se lo veía rodeado de gente en los recesos, las chicas lo perseguían, los chicos lo adulaban, y él sobresalía por su carisma.
Pero en ocasiones perdía toda esa chispa y se apartaba del resto, se sentaba en un rincón del salón de clases a escuchar música y no hablaba con nadie por largo rato. Supongo que es porque también necesitaba un poco de privacidad, como todo el mundo, ¿no?
Mis mejores amigos Tom y Francis quedaron desconcertados cuando se dieron cuenta de que él y yo ya no nos hablábamos. Por suerte, no me hicieron muchas preguntas al respecto; aunque de vez en cuando los escuchaba hablar de él y planear estrategias para acercársele. Los quiero como si fueran mis hermanos, pero yo no participaba en esas bobadas, porque conocía muy bien sus intenciones. Creían que a través de Alex podrían integrarse a su reciente círculo de amigos, serían populares como él y ganarían el respeto que se merecían. ¡Puras tonterías!, si tenía que ser amigo de esos brutos para ganar status en el colegio, prefería seguir siendo el antisocial de siempre. Aunque eso implicara no volver a cruzar palabras con el extranjero, aunque implicara olvidar lo que pasó entre nosotros.
Lo más gracioso de todo es que, a diferencia de Tom y Francis, yo no hice ningún esfuerzo para conocer a Alex. Es más, nos conocimos por pura casualidad el día en que partimos en una excursión al museo de la capital. Nuestros cursos se repartieron asientos en dos colectivos, y Alex iba en el nuestro. Escogió un asiento con sus compañeros en la parte de atrás, mientras que Tom y yo nos sentamos cerca del conductor. Al pobre Francis le tocó un asiento en el segundo colectivo por haber llegado tarde.
El viaje iba a ser bastante largo, llegar a la capital nos iba a tomar no menos de 5 horas.
Habían transcurrido sólo 30 minutos desde nuestra partida y el interior del vehículo ya era un completo revuelo: voces y risas de adolescentes que eran capaces de destruir los oídos de cualquier ser humano, lluvias de bolas y aviones de papel sobre nuestras cabezas, sumado a la música irritante que el chofer ponía a todo volumen. En definitiva, era un ambiente muy estresante para mí, que siempre preferí la paz y el silencio.