Dolor carmesí

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—Escucha —pronunció John débilmente, tratando de evitar caer ante los besos que acariciaban la piel de su cuello. Con el vampiro rodeando su cintura, John se sentía cada vez más y más débil, una criatura como él no podía resistir mucho ante todas esas atenciones, a pesar de saber que toda la situación no había sido más que un accidente, sus instintos y al parecer también los del vampiro poca o nada de atención le daban al sentido común. Por ejemplo, el hecho de que no tenían un día de conocerse, que no sabían ni sus nombres y aun así parecían una melosa pareja abrazándose frente a la chimenea en un frío día invernal.

—¿Si? —ronroneó el vampiro contra su oreja y John no pudo evitar suspirar ante eso. A cada segundo, sentía cómo su resistencia menguaba ante todo lo que venía de ese extraño, e igualmente, estaba empezando a dejarle de importar.

Maldijo una vez más a su naturaleza. Se suponía que tenían que haber pasado un montón de cosas antes siquiera de dejar al vampiro acercársele lo suficiente como para olerlo y obviamente tuvo que dejarle esperando años para que se alimentara de él. Pero no. Todos esos pasos habían bajado por el caño. John entendía que su sangre era especial, lo supo en cuanto sus padres le explicaron, nada más cumplió la edad necesaria para entenderlo. Y hasta el momento todo había salido bien, pudo esconder con un éxito innegable su sangre elfica, hasta que no.

¿Cómo podía haber caído tan bajo? Tantos y tantos años de cuidarse por todos los frentes para que, al final y como si no importara, un vampiro lo tomara sin mayor problema que estirar los brazos. Era humillante, una deshonra para él y para toda su especie. Toda su vida, literalmente, había estado cuidándose, solo para que en un segundo cambiara para siempre. ¿Y ahora? Ahora tenía pegado a él un maldito chupasangre, uno que al parecer no veía nada de malo o extraño el hecho de estar besando cariñosamente a quien acababa de conocer desde hace no más de tres horas.

Tampoco es que John fuera totalmente una víctima.

Había olido desde el primer instante que ese hombre de rizado cabello negro era un vampiro, por supuesto que había sido bastante estúpido de su parte acercarse tanto a uno, de todas formas, John; con su intachable y estúpido código moral, corrió inmediatamente a ayudarle. ¿En qué diablos estaba pensando? Desde que hubo tomado esa decisión John firmó su destino, lo supo, y aun así, había ido a socorrerle.

No debía esperar otra cosa, sabía que su sangre era para los vampiros una droga. Y aunque debería ser así para asegurar la supervivencia de su especie, John no deseaba pasar por lo mismo que su madre, su abuelo y su tatarabuela. Definitivamente no deseaba seguir con aquella cadena de corazones rotos, solo porque los vampiros, una vez satisfechos, corren en dirección contraria.

Y sin embargo ahí estaba. Se había saltado la fase del enamoramiento e iba directo a la procreación, para después solo ser abandonado nada más ese chupasangre se hastiara de tomarlo. Su madre le había contado alguna vez lo maravilloso que sería, se supondría que el amor antes de la primera mordida haría soportable el dolor del abandono y el alma hecha pedazos. Bueno, pues John no tendría nada de eso.

Ya podía sentir cómo su corazón empezaba a anhelar más y más aquellos labios, aquella voz. Estaba seguro de que pronto proclamaría amor a los cuatro vientos por ese sujeto cuyo nombre aún desconocía. Su horrible naturaleza le obligaría a pedir a gritos ser fecundado, y John amaría cada minuto de eso. Luego vendrían las lágrimas, un hijo concebido por un falso amor, y su prometedora carrera muerta a medio camino.

—Tienes que dejarme ir —luchaba contra el férreo deseo por pegarse más al vampiro. Ese no era su destino, John no iba a caer tan fácilmente ante él.

—No, eso no pasará —le respondió el sujeto, acariciando esta vez sus caderas.

—T-tu... deberías entenderlo mejor que nadie...

Corazón rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora