Amor escarlata

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III

Sherlock no podía pronunciar cada uno de sus pensamientos por el simple hecho de que no tenía ninguno. ¿Realmente su especie era tan... tan...? Vaya, que ni si quiera podía darle nombre a semejante barbarie, pues ni siquiera él, el gran detective consultor sin sentimientos, podía pasar por alto semejante crueldad. No pudo entonces resistirse, tomó entre sus brazos a John, sentándolo inmediatamente sobre sus piernas y dejando que su cabeza se recostara contra su hombro.

No podía creer que una conexión tan intensa como la que sentía, podría romperse con tanta facilidad, y si bien era cierto que tampoco lograba verse abandonando a John una vez los efectos pasaran, sabia a la perfección que volver a sentir tantas emociones era una hazaña casi imposible. Se conocía demasiado bien como para afirmarlo: Sherlock Holmes no se habría enamorado a menos que fuese obligado a ello. Y eso era lo que estaba pasando, no se iba a mentir, si efectivamente dejaba de amar a John, las probabilidades de que lo volviera a hacer por mera voluntad eran nulas.

No obstante, Sherlock se haría cargo. Él no era un monstruo. Conservaría a John a su lado y haría las cosas correctamente.

—Yo me encargaré de ti, John.

—¿De qué estás hablando? —preguntó, con su voz quebrada y suave chocando contra el cuello de Sherlock.

—No puedo prometer amarte luego de que los efectos se acaben. Pero esto es completamente mi culpa. Haré lo que esté en mis manos para reparar mi error. —John se sintió feliz ante aquellas palabras, no debía emocionarse, lo sabía, ahora mismo cualquier palabra carecía de mucha importancia, pero no podía evitar tomar esa promesa como verdadera. Llegaba a significar incluso más cuando John ni siquiera había pedido nada, el que Sherlock se ofreciera a cuidarlo, aun después de todo, era más de lo que pudo haber pedido. A pesar de cualquier cosa, John estaba ahora contento... sin embargo...

—Cuando la conexión se rompa, una vez que te canses de beber mi sangre —pronunció John con voz queda, repitiendo sus palabras de hace tan solo un momento. No deseaba arruinar el ambiente o hacer que Sherlock rompiera su promesa cuando tenía solo unos segundos de haberla hecho, pero debía dar toda la información para evitar que Sherlock se sintiera traicionado—, hay una probabilidad del cien por ciento de-de que yo quede embarazado —intentó ocultarse aún más entre el cuello de Sherlock y su hombro, aun si absolutamente nada le protegería del rechazo.

—Con más razón todavía —dijo Sherlock, sosteniendo firmemente a John—. Seré responsable de ti y de nuestros hijos, John. —Y, contra cualquier negativa que el doctor aún pudiera tener, creyó en aquella promesa.

Sherlock le besó entonces, ya no podía soportar un segundo más el deseo ardiente recorriendo cada una de sus venas. John le correspondió, anhelante también por dejar a un lado sus inhibiciones.

John podía sentir el calor del sol atravesando las gruesas cortinas de la habitación de Sherlock, su cuerpo totalmente relajado se lo decía con claridad, aun si todo su alrededor estaba a oscuras. Quiso levantarse, pero un par de brazos rodeando su cintura se lo impedía, sonrió sutilmente aún si en su interior casi brincaba de felicidad, la persona a la que tanto amaba todavía estaba con él.

Sin embargo, John debía asegurarse de que su meta había sido alcanzada, algo en su interior le decía que sí, no obstante necesitaba estar seguro, por lo tanto, hizo un mayor esfuerzo por quitarse de encima el férreo agarre de Sherlock. Una vez se levantó, salió de la habitación en dirección al baño. Con cierto temor a no encontrar aquella marca en su cuello, se miró al espejo. Ahí, debajo de una de las tantas mordidas que Sherlock había dejado sobre su piel, la encontró.

La señal.

La marca que había indicado, durante toda la existencia de su especie, el irrefutable e innegable hecho de estar en cinta. El tatuaje sobre su piel representaba un pequeño capullo de mariposa, mismo que lentamente se abriría hasta que su bebé naciera, dejando sobre su cuello el recuerdo de las cosas vividas en forma de tan hermoso animal. Desde luego, resultaba demasiado femenino para él y era casi vergonzoso que estuviera sobre un lugar tan visible, pero, en un solo suspiro, John pensó en soportarlo por todas las cosas que aún faltaban por venir. Además, en este momento, el saber que estaba embarazado opacaba cualquier emoción negativa.

Corazón rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora