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Maximillian entró al despacho del rey y las puertas se cerraron detrás de él. Le hizo una venia a Alioth que alzó la vista de su portátil y siguió caminando hasta las sillas que estaban frente al escritorio.

—Buen día, Max. Siéntate, por favor.

—Buen día, Majestad. Gracias.

Podían compartir desayunos, almuerzos y cenas, pero Max nunca podría llamarlo de otra forma aunque Alioth se lo hubiese pedido montones de veces.

Pasó un momento hasta que el rey puso su atención en él. Cerrando la laptop, Alioth lo miró a los ojos. —Me sorprendió que pidieras una audiencia, Max. Sabes que puedes hablar conmigo cuando quieras. ¿Está todo bien?

—Sí, señor. Tengo algo que tratar con usted y quería hacerlo en privado. Sin que Charlotte interviniera.

El rey sonrió, sabiendo a que se refería. Si Charlotte se enteraba de su reunión, no se detendría hasta saber de qué habían hablado.

—Muy bien. Primero cuéntame, ¿cómo va el trabajo? ¿Te estás adaptando a tu nuevo puesto? Estamos muy felices de que por fin hayas regresado a la ciudad.

—Sí, yo también —coincidió—. Estoy feliz con el trabajo.

El rey lo había ayudado a entrar a la Real Fuerza Aérea de Sourmun como oficial, pero había tenido que pasar los últimos cuatro años en diferentes ciudades del país, sin poder asentarse en ninguna. Ahora por fin lo habían promovido y era capaz de elegir dónde quedarse, y por supuesto él había escogido la capital para estar cerca de su familia y de Charlotte.

Nunca había sido su sueño ser un oficial, él solo había querido ser un guardaespaldas de la Familia Real como su abuelo y su padre, pero ahora que salía con una de las princesas y era una figura pública tanto como ellos, ese trabajo estaba fuera del mapa.

Podría haberse dedicado, igual que su padre y John ahora, a manejar la seguridad del palacio desde adentro, pero había decidido correr el riesgo de emprender un camino desconocido.

—Dime, ¿de qué querías hablar?

Max inhaló profundamente antes de hablar y se alisó la corbata negra sobre el pecho.

—Le pedí esta cita, Majestad, porque quiero pedirle la mano de Charlotte.

Alioth no pestañeó. Se quedó en silencio y mirándolo fijo con una expresión impenetrable. Aunque estaba algo nervioso, Max se mantuvo firme y le sostuvo la mirada.

Después de lo que pareció un minuto eterno, el rey se aclaró la garganta y asintió. —Bueno... No puedo decir que no esperaba que este momento llegara algún día, aun así estoy sorprendido.

—La amo y creo que es el momento justo para dar el próximo paso —comentó Max—. No quiero perder más tiempo.

Alioth presionó los labios juntos formando una fina línea. —Tienen mucho tiempo por delante —replicó—. Son jóvenes, recién están empezando sus vidas.

—Quiero que mi vida sea a su lado, señor. Desde el comienzo. No veo porqué esperar. Podemos lograr todo lo que nos propongamos, juntos o separados, pero sé que a mí me gustaría más si lo hiciera con ella a mi lado.

—Estás muy decidido, ¿verdad? —Comentó Alioth poniéndose de pie con semblante adusto. Por respeto, Max hizo lo mismo—. ¿Lo has pensado lo suficiente?

—Más que suficiente, señor.

Aunque quería sonreír, Alioth se mantuvo serio y mostró su mejor expresión circunspecta. Pensó en que afortunadamente él no había tenido que pasar por esa situación. Veía que Maximillian estaba nervioso y sabía que era un joven que nunca se dejaba intimidar.

Obviamente su situación habría sido distinta porque el padre de Brianna habría estado más que feliz de ver a su hija casada después de tantos intentos por conseguirle un marido.

Aun así, agradeció su suerte.

—Amo a todos mis hijos por igual, pero Charlotte es especial. Como persona, como mujer... Necesita de alguien que sepa apreciarlo.

Hizo una pausa larga, divirtiéndose con el sufrimiento del pobre por última vez.

Al final, sonrió y extendió un brazo hacia él. —Y sé que tú eres esa persona, Maximillian. Tienes mi bendición.

El ex guardaespaldas cerró los ojos por un instante y soltó un suspiro sutil, aliviado, antes de estrechar su mano.

—Gracias, señor. No tiene idea lo mucho que significa para mí.

—Te advertiría que haces esto bajo tu propio riesgo, pero ha pasado el tiempo suficiente para que lo tengas claro. Así que no me queda más que desearte suerte, hijo.

 Así que no me queda más que desearte suerte, hijo

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La mano de la princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora