Infortunio

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Siempre he dado muchas cosas por sentado, y otras, otras me torturan en todo momento. Desde pequeño he sentido algo, algo que nadie más parece sentir a mi alrededor.

Y eso es, porque yo soy un niño del infortunio.

Mis padres siempre lo han sabido, así como yo, no hace falta que me lo digan, siempre entendí que algo estaba mal en mí, que los accidentes que me ocurrían eran algo inevitable, algo de lo que jamás podría escapar.

Yo solía escuchar a mi madre llorar, lloraba sin consuelo en los brazos de mi padre "Esos ojos, todo es por esos ojos", le decía entre los desesperados sollozos que se le escapaban en los peores días. Cuando yo terminaba en el hospital, o cuando alguien sufría por estar cerca de mí.

"Kirishima, cielo, no es tu culpa", solía decirme ella, mis ojos nunca conectaban con los suyos, estaba perdido en el blanco de las paredes, escuchando el sonido del aparato conectado a mí, mi corazón latía, mi madre me amaba, pero nada evitaba que me sintiera miserable.

Un día, volteé a ver a mi madre, quería llorar y pedir un favor, una cosa que anhelaba con toda el alma: que me matara, que deshiciera mi nacimiento. En su lugar, apreté su mano y sonreí con todas las fuerzas que no tenía "Estoy feliz de estar vivo, mami... así que no llores, no llores por favor", apenas me dejaban solo reventaba en un silencioso llanto.

Ser miserable era una cosa, pero lo que me dolía más era estar solo.

No quería herir a nadie con mi infortunio así que aprendí a sonreír, a ser amable, a ser franco y valiente, a ser la mejor persona posible. Nadie sospechaba que las cosas malas pasaban por mi culpa, nadie sospecharía de un chico sonriente que parecía ser el sol en los días nublados. Era doloroso, muy doloroso. Y aun así nunca me detuve. Quería morir, y aun así algo me ataba a la tierra. Por lo que continué, hice amistades con las que nunca salí a jugar, inventando pretextos. Evitaba estar a solas con pocas personas. Aprendí a aparentar sorpresa y demencia cuando se escuchaban gritos en las estaciones de trenes, porque alguien se había lanzado, pero en realidad era mi infortunio.

Todo por un par de ojos rojos.

Había una chica en mi secundaria a la que admiraba, ella no parecía saberlo, pero yo sí, yo sabía que ella era una niña de la fortuna, las niñas de la fortuna son las hijas de la luz, de la suerte, siempre colmadas de bendiciones y protección.

La odiaba, la envidiaba, la admiraba y la respetaba, todo en uno. Estar con ella era sencillo, estando juntos ella neutralizaba mi desdicha, así como yo sus oportunidades de recibir bendiciones. Me obligué a estar con ella un tiempo, intenté enamorarla y lo logré, ella parecía tan atraída a mi infortunio como yo a su fortuna, era equilibrio puro, pensé que lo había resuelto todo... hasta que la embaracé.

Le dije que me haría cargo de ella, del bebé, de todo. Ella lucía contenta, se sentía una chica afortunada pese haber quedado embarazada en el mejor tiempo de su vida. Me amaba mucho, y yo a ella.

Entonces perdió a nuestro bebé, y al siguiente, y al siguiente, y al siguiente...

Cada uno la lastimaba, quebraba más su corazón, y fue cuando me percaté que mi infortunio había crecido en proporción a la dicha que me había hecho sentir.

Antes de darme cuenta, éramos estudiantes a punto de terminar a la preparatoria, el tiempo de juego se había acabado, nuestras vidas comenzaban en serio.

La dejé, y pensé en acabar con mi vida.

Pero, un día, fue cuando lo vi.

Estaba caminando tranquilamente, había ordenado comida, quería una ultima comida favorita, más allá de las papas quemadas había estado excelente. Tenía todo preparado, una carta para cada persona a la que había herido y un pequeño escrito confesando que no era culpa de nadie, revelando por fin mi secreto como un niño del infortunio que había mentido a todos y se había ocultado entre las sombras. Y fue cuando escuché gritos, sollozos, sirenas... el olor inconfundible llegó a mí: un incendio.

Fukō no kodomo | KIRIBAKU | BNHAWhere stories live. Discover now