broma

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Ay, amigo.

Sus dientes apodados caninos, ahora oficialmente indomables colmillos, se encajaron con fiereza entre la carne desguazada y el veneno. Son como martillos que rompen un frasco lleno de líquido, o como picos que pinchan un caño del que comienza a desbordar agua incorrectamente.

Sus manos, huesudas y con largas uñas negras adornándolas, intentando distraer a quien les ponga atención la carencia de venas celestes y arterias violáceas, presionan con inhumana fuerza los próximamente dislocados hombros del muerto viviente que anteriormente era su amigo. ¿O lo seguía siendo? Ceder tan dócilmente ante lo que el no muerto ordenaba era muestra de amistad, ¿Cómo no? Seguían siendo amigos, nadie podía negarlo. No, señor.

La voz moribunda sale como quejidos parecidos a los de una garganta putrefacta, una lengua mohosa y unos pocos dientes flojos que vagamente y por un milagro se mantenían pegados a las encías ennegrecidas que ya no podían esconderse tras un par de labios, pues estos estaban tan finos como podridos, que parecían unos lentes livianos posados en la punta de una nariz, un par de candelabros enormes colgando de un techo de chapa, y demás.

Las piernas de ambos jugaban a las palmaditas con sus rodillas y temblaban una y otra vez, acompasadas. Tenían sintonía, hacían todo en conjunto, ¿Qué puede ser así, sino una amistad?

Y la suya era tan fuerte, cercana, y duradera, inseparable, como dientes de puntas irregulares y carne intensamente rosada con múltiples heriditas y llagas que nunca sanan, o sucias uñas largas y labios secos que las rodean y dejan pasar entre los dientes de puntas irregulares.
Ah, no. Ese fue un mal ejemplo. Ninguno de los dos dejaría al otro por nada. Parecía que opciones les faltaban, y puede que sí, pero, si las hubiesen tenido, por más tentadoras que fueran, jamás las habrían aceptado.

En fin, olviden todo lo hasta ahora leído. Empezaremos de vuelta, pero no desde el inicio. Ahora restauren su memoria. Perdón, es que, a diferencia del vampiro, yo soy indeciso, muchas veces no sé qué hacer. Volvamos a hacer todo desde el primer o segundo párrafo. Quizás sería mejor hasta el tercero, no sé. Su favorito; desde ahí. Se los dejo a ustedes, así por fin podré seguir.

La casa vieja era rodeada por miles de personas rancias. Olisqueaba de vez en cuando, encantado por ese olor horrendo en medidas pequeñas, temeroso de morir por un exceso de estas. Lo que bañaba el interior de su boca no tenía sabor, no le había visto el color y seguramente no tenía un mejor olor que el de esa habitación o la carne verde que estaba mordiendo.

Aun bajo tantas prendas no le era imposible sentir un frío agobiante que parecía estar tan a punto de matarlo por completo que el miedo producido por aquel sentimiento podía llegar a terminar con su existencia también. El frío no sólo estaba presente en él, danzando por su lengua filosa y encaminándose como pequeños patitos sobre un sendero de lava; siguiendo un camino recto, sin final. Era tan intenso el gélido sentimiento que acariciaba su garganta y tensaba su abdomen que creyó estar siendo abierto a la mitad desde la marca de un ser angelado sobre su labio superior hasta la ingle con un pedazo de vidrio muy grueso cuyas puntas parecen haber sido rebanadas con cuchillo por ser tan lisas y el color de sus bordes verde como el agua sucia por ser muy barato.

De la boca le emanaba hasta el cerebro una sensación asqueante. Cada vez que se despegaba de la materia orgánica que poco a poco se deshacía entre sus garras, de la boca le brotaba espuma, sangre, y mierda que, como si fuera bicarbonato, desaparecía tras segundos.

Un coro de incoherencias atormentaba afuera, y sus labios se cerraban sobre las láminas delgadas de piel que arrastraban, destapando la carne como si la piel fuera escamas viejas. 

Era como tomar agua. Lo odiaba. Sin embargo, tras erguir su cuello, aun con sus manos desesperadamente firmes sobre la ropa hecha jirones y los músculos fríos, carne helada muy maleable ante sus uñas y dedos, miraba con cariño rojizo e incandescente, curvando sus pálidos labios en una sonrisa que sin contexto sería de lo más tierna y hermosa e inocente y feliz. El grueso delineado negro en las orillas de sus ojos realzaba tanto la mirada que el otro muerto vivo persigue con su único, desenfocado, nublado, e inquieto ojo el brillo de ella, gimoteando gravemente. Entre tanta oscuridad, por afuera y por adentro, esa estela era lo único que distinguía.

Subiendo las manos a la misma altura, una a cada lado del zombi, lo mantuvo quieto un segundo. Echó por apenas un instante una mirada aun más dulce al rostro desfigurado, y cerrando encantadoramente esos ojos suyos, inclinó la cabeza y plantó un delicado roce de labios sobre su mejilla 'sana', y luego un beso sobre el labio superior de su amigo, aunque no era el más carnoso en absoluto, porque temía que si lo hacía en el de abajo su mandíbula se cerraría y le arrancaría el suyo. 

Deja el cuerpo caer al piso y saca la punta de un pie de abajo de su torso, sin siquiera pisarlo para que dejara de temblar. Hace un ademán con su larga y pesadísima capa abismal, y taconeando aleja sus destellos amielados, que el ojo vidrioso jamás abandona, a pesar de no verlo más. 

Zombies y vampirosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora