Hace ya algunos años, cuando aún necesitaba ayuda para ponerme las medias, o que alguien me mire mientras subía las escaleras para sentirme segura (y que no me atrapen los monstruos de la oscuridad), escuche una historia. En realidad, no sé bien como fue. En mi memoria aparecen retazos de aquel momento, nada claros y con algunas manchas. Eso sí, ahí está mi nonno, mi narrador en primera persona, el que metió todas esas historias en mi cabeza. Sentado con sus pijamas azules en la silla del comedor tratando, inútilmente, de utilizar la computadora que le habíamos regalado; "es una persona grande, necesita ayuda" me decían. Y con desgano, y un poco malhumorada, mi yo de diez añitos iba e intentaba ayudar a mi abuelo a prenderla. No comprendía cómo podía ser posible que apretar un botón, tocar una tecla, o elegir una opción le costara tanto. Yo lo sentía tan natural y tan sencillo que me generaba frustración repetir tantas veces lo que debía hacer y que aun así siguiese sin entenderlo. Recuerdo sacarle la computadora que con tanta emoción y luego de tantos intentos había logrado encender; Estaba claro que necesitaba mi ayuda. Su objetivo era escribir una historia. El quería que no se pierda con él, que no se esfume en el tiempo, y consideraba que yo podía plasmar en palabras esas memorias que con tanto orgullo contaba. Era todavía pequeña, mi léxico era muy simple, y las palabras que conocía las utilizaba -un poco más- de lo necesario. Pero lo hice. Recuerdo haber escrito una historia de apenas una hoja con la historia que él me iba narrando, un tanto desprolijo, un tanto inconcluso. Pero lo hice. Tantos inviernos después, nadie parece conocer que le deparo el destino a ese papel antiguo, y la computadora de tantos años quedo perdida entre en el tiempo y el caos. En aquel entonces conocía la historia casi de memoria, la relataba, y la re-relataba de muchas maneras diferentes, para encontrar la indicada. Si algo faltaba, si a algo le erraba, allí estaba mi nonno para retocarla. Hoy esos recuerdos ya no están tan presentes, hoy la memoria me juega en contra. Tampoco está mi abuelo para ayudarme, ni sus recuerdos, ni sus memorias. Solo unos retazos, solo unas imágenes.
Aún recuerdo a mi nonno con su pijamas azules en la silla del comedor contando una vez más, la historia que tanto amo, que tanto quiso, la historia de su querido sauce viejo.
Corrían los años ochenta por las costas del rio Paraná. En una larga plantación de sauces, nogales y diferentes tipos de arboles característicos de las zonas de la isla, se mostraba imponente frente a la orilla una gran construcción antigua. Una casa alargada, con ventanas grandes y techo rojo se hacía lugar entre la vegetación. Allí, un canoso señor de pasados los cincuenta cuidaba el lugar como su vida, pues en realidad así lo era. Solía pasar las horas sentado en un pequeño banco blanco mirando las aguas correr, sumiso del silencio que raramente se veía interrumpido, salvo cuando su familia iba de visita con los niños, que a pesar de darle felicidad, rompían un poco con el ambiente sereno del que estaba acostumbrado. Conocía aquellas tierras, de larga extensión, como la palma de su mano. Tras la casa, una plantación de nueces pecan, un poco más atrás, sauces. Casi al terminar su propiedad, se alzaba imponente un viejo sauce llorón, el cual conocía cada una de las vivencias de aquella estancia, ya que estaba allí desde siempre.
Un día de verano dos hombres aparecieron por aquel lugar. Se atrevieron, un tanto temerosos a tocar la puerta de aquella casa. Padre e hijo, vestidos con ropa de caza le pidieron ayuda, estaban perdidos, y querían saber cómo llegar a la ruta que podía regresarlos a la ciudad. El anciano les indico el camino, cruzando la plantación, hasta aquel sauce viejo, cruzando la tranquera y a caminar. Era un camino de una hora, quizá dos. Los dos extraños le agradecieron y partieron, sin saber que les depararía el destino. Mientras los observaba notó el cielo algo gris, mientras que las ventanas comenzaron a golpear fuertemente debido al viento que arranco casi de sorpresa a soplar. Regreso su mirada al hombre y a su hijo, que iban charlando muy contentos, sonriendo al camino y a los arboles que frente a ellos se aparecían. Les grito, una y dos, o quizá más, veces. No lo escucharon. Una nube negra se poso en su cabeza, y decidió entrar. La corriente estaba más fuerte que de costumbre, y el cielo oscuro se presentaba en forma majestuosa sobre él.
Mientras tanto el padre y el hijo llegaron al camino indicado. Desde hacía unos kilómetros que el viento comenzaba a molestarles, pero fue cuando llegaron a la tranquera que se largo. El padre, quien tenía más experiencia, confirmo nunca haber visto una tormenta tan fuerte. Su hijo, adolescente sinvergüenza, le dijo que era un exagerado. Pero la tormenta los abatió. No tenían a donde ir, ni que hacer. El adolescente observo y señalo al sauce. Tenía el tronco grueso, posible de escalar, y en sus ramas podían encontrar el amparo necesario para protegerse de la inminente tormenta. Sin dudarlo, ambos subieron, con la esperanza de sobrevivir el par de horas que la dichosa durara. Agarrados con fuerza lucharon y lucharon a más, pero la naturaleza es cruel, y muchas veces uno no puede luchar contra ella ¿Quiénes somos nosotros, simples mortales, para creernos superiores a la naturaleza, que nos dio la vida? –
Al cabo de un rato, y pese a todos los esfuerzos puestos por aquellos valientes, sus cuerpos fueron esparcidos a lo largo de la propiedad. El sauce, imponente, permaneció allí hasta que la vegetación se encargo de taparlo por completo, ocultando de esta manera la desgracia que arraigo, y la historia que frente a ella ocurrió.
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La antigua historia del sauce viejo
Non-FictionReconstrucción de las memorias de mi abuelo, retazo de su recuerdo. Plasmadas en la lejanía temporal, unos años más tardes, difusas por el olvido y la vejez. Lectura corta. Cuento.