IV. La caseta.

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Me desperté tirado en el césped, con una chaqueta haciendo de manta y la mochila de almohada. Sam estaba a mi lado, agarrando mi mano mientras dormía. Habían pasado dos días desde que habíamos salido, y hasta el momento sólo habíamos visto bosque. Habíamos hecho turnos para dormir, así que Beth y Anne estaban despiertas, a un par de metros nuestra, jugando a las cartas. Coloqué la mano sobrante en la mejilla de Sam, acariciándola levemente. Él tenía miedo de lo que pudiera pasar, de que nos atacaran mientras dormía, de perderse, de que le dejáramos tirado. Por eso nunca nos soltaba, siempre dormía abrazado, o cogiéndole la mano a alguien. Frunció un poco el ceño con mi tacto, abriendo levemente los ojos, y sonrió al verme. Yo le sonreí de vuelta, aún sin dejar de acariciarle la mejilla.

—Me encanta que me despiertes así —murmuró.

Sonreí incluso más, inclinándome y dándole un leve beso en la frente antes de sentarme. Estábamos debajo de unos árboles, con el final de una colina a nuestros pies. Aún era algo de noche, aunque no tardaría en amanecer. Las vistas eran preciosas, y la compañía aún más. Me habría quedado ahí debajo toda la vida si hubiera podido, pero teníamos una misión.
Beth se acercó a nosotros, dándonos un pequeño bol de hojas con unas cuantas bayas a cada uno.

—No hay mucho más de desayunar —apuntó—. Con suerte hoy encontraremos una civilización y podremos comer algo más.

—Gracias —respondí, recolocándome en mi sitio y comenzando a comer.

Ella se sentó donde antes estaban mis pies, abrazándose las piernas y apoyando la barbilla en sus rodillas. Dirigió la mirada hacia Anne, quien estaba recolocando el contenido de su mochila.

—Me preocupa —admitió—. Está muy fijada en que Joe no se escapó.

—¿De veras crees que lo hizo? —preguntó Sam.

—No estoy segura —contestó—. Pero no por ello voy a descartarlo.

Las últimas palabras que me había dedicado Joe antes de desaparecer retumbaban una y otra vez en mi cabeza.

“Nos veremos en el otro lado, hermano.”

¿Había llegado yo ya al otro lado?
No tenía ninguna duda de que Joe se hubiera escapado, lo que sí dudaba era el por qué.

Después de desayunar emprendimos nuestra búsqueda de una nueva civilización. Todo era campo y más campo. Hasta que una juguetona y arrolladora cabra tiró a Beth al suelo, y se fue tan pancha. Ella se levantó rápidamente, girando la cabeza a todos lados, igual que el resto. No había ninguna señal de la procedencia de la cabra, pero quizás estaba volviendo a casa. Comenzamos a movernos detrás de ella, evitando agobiarla, para que nos enseñara su ruta.

—Me voy a cargar en su cabeza —murmuró Beth, frotándose una nalga—. Un poco más y me disloca la cadera.

La cabra tiró colina abajo, veloz, con nosotros siguiéndola a trompicones, porque Beth cojeaba. Cuando se metió entre árboles otra vez, pudimos deslumbrar una especie de caseta blanca a la lejanía. Beth paró, sentándose con dificultad en una roca. Anne agarró del brazo a Sam, tirando de él hacia la casa.

—¡Quédate con ella! —exclamó mientras se alejaba— ¡Nosotros vamos a buscar a alguien!

Miré a Beth, quién hacía muecas de dolor continuamente. Me quité la mochila, arrodillándome delante suya, y saqué la cantimplora.

—Trae, déjame que te mire —ofrecí, y ella se giró levemente, levantándose la camiseta de un lado y enseñándome el costado.

Estaba completamente en carne viva, de arriba a abajo, salían pequeñas gotas de sangre de él y estaba rodeado de moratones. Por no hablar de que también estaba verde de la hierba, y dejaba un aspecto bastante deteriorado. Abrí la cantimplora, echándole un chorro de agua que le bajaba por todo el costillar. Ella apretó los dientes, soltando un leve gruñido. Saqué también pañuelos de papel, y comencé a colocarselos allá por donde había herida, ya que con el agua se pegaban.

Knight.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora