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Los truenos retumbaban sobre nuestras cabezas y de vez en cuando algún destello rebelde captaba mi atención entre el verde y el gris del paisaje. Las gotas de lluvia se deslizaban por el parabrisas, pequeñas y débiles, insuficientes para una tormenta tan ruidosa. El agua bailaba lentamente, casi sin salpicar el asfalto, y mientras las nubes, tan oscuras como elegantes, parecían luchar entre ellas. Era la primera vez que veía una tempestad tan fuerte con tan poca lluvia.

Ir en el coche de mamá se me hacía muy raro, a penas lo habíamos utilizado como coche familiar. Bueno, a penas lo habíamos utilizado en general. No me gustaba demasiado, casi no cabía en el asiento y olía raro. Un pequeño tarro de cristal lleno de esencia de fresas, frutos rojos, o algo así colgaba del retrovisor inundando el interior del vehículo de un perfume demasiado dulce. Estaba muy acostumbrado al gran SUV azul de papá, con su tapicería de cuero y los asientos acolchados. Allí sí que me cabían las piernas sin que las rodillas me chocaran con la guantera y aunque tuviera unos años siempre había olido a coche nuevo.

De camino, en mitad de la carretera, la presión del aire era más fuerte, tanto que me obligaba a tragar saliva una y otra vez para hacer desaparecer la sensación de agobio. No estaba contento con la situación, no podía estarlo después de dejar atrás todo lo que me importaba, y era evidente, porque mamá no lo pasó por alto.

- Cariño, deberías estar agradecido, al menos tenemos una casa donde vivir.

- No es una casa, es un vertedero si está en Bainbridge –gruñí.

Bainbridge, Georgia; 12.000 habitantes; lluvia prácticamente todos los días, media de humedad: 87%.

- ¡Blair! Bainbridge fue tu hogar cuando eras un bebé, y sé que no querías irte de Jacksonville pero no puedo seguir criando a mis dos hijos en un apartamento de alquiler con un trabajo a media jornada, – suspiró–. Lo siento, cariño.

- Es que no entiendo por qué nos tenemos que ir nosotros y no él –alcé mi voz–. Era nuestra casa, de todos, no solamente suya.

Pude notar como sus manos se tensaban alrededor del volante, aun así su agarre parecía suave, como si a penas lo rozara. Esa era mamá, podía estar llena de rencor o tremendamente enfadada, pero en el fondo su semblante siempre era cauto, tranquilo y destacaba por su templanza.

- Escucha –se puso más seria–. Yo nací y me crie aquí, esta ciudad es mi hogar y también el tuyo, el hecho de que nos mudáramos cuando tenías ocho años no cambia nada. Si quieres mantener a la familia unida esta es la única solución.

- ¿Familia unida? Esto ya no es una puta familia, mamá, esto es...

- ¡BLAIR! –no me dejó terminar de hablar.

Desvié la mirada hacia la ventanilla, cruzándome de brazos con un suspiro. Mamá había gritado hasta quedarse sin aire en los pulmones, pero controló el volumen para no despertar a mi hermano, que dormía en el asiento trasero. Estaba cansada, y eso era lo único que podía hacer desaparecer toda la calma que solía vestir. Ya habían pasado un par de meses desde que nos habíamos marchado de casa, y aunque últimamente gritaba más seguía sin acostumbrarme a que estuviera tan irascible.

- Blair, esto no es fácil en absoluto. Ya sé que para ti esta situación debe ser un royo, pero escúchame atentamente: estoy igual de decepcionada que tú con que todo haya pasado así. –respiro profundamente antes de seguir hablando–. Ojalá pudiéramos quedarnos en Florida, pero los papeles de la casa están a nombre de tu padre y no podemos echarlo de allí de ninguna forma. Desearía poder hacerlo solo por vosotros, pero no puedo.

SUGAR (esp)Where stories live. Discover now