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Se han mantenido a raya, como cada vez que pasa al lado de ellos o algún otro grupo en la ciudad. Sabe que es por respeto a sus hermanos, que nadie de la pandilla se atreve a darle más que una mirada, lo cual agradece, porque esos chicos tienen la peor de las famas y aunque lo deteste, vive en su lado de la ciudad.

Camina intentando parecer segura, con las manos escondidas en los bolsillos de la chamarra. En la mañana ha llovido, por lo que el clima está más frío que de costumbre. Claro que todos los ojos se posan en ella, como siempre, aunque desconoce la razón de su interés. A todo lado que vaya, si uno de los Stungs está allí, se convierte en su centro de atención. Debería hablarlo con sus hermanos en la cena.

-¡Hola!-grita sin esperar realmente una respuesta. Sabe que su padre está trabajando, y su madre ha dicho que se ausentaría por una consulta médica. Y como de costumbre, la casa brilla por la ausencia de sus hermanos.

Viven en lo que es considerada la zona peligrosa de la ciudad, aunque su vecindario es tranquilo. Su casa, al igual que el resto, tiene el típico estilo victoriano, con un jardín delantero y otro en la parte de atrás, que da directamente al bosque. Es de tamaño normal, aunque a veces parece enorme por el silencio en el que se encuentra cuando no hay nadie más. Como ahora, que sólo puede pensar en darse un baño y empezar a preparar la cena, pero no deja de sentirse incómoda por alguna razón.

Suele sentirse así, observada, es algo con lo que debe lidiar en el colegio e incluso fuera de él. Ninguno de sus compañeros ignora su apellido, cosa lógica, pero todos la relacionan inmediatamente como alguien con quien difícilmente quieras meterte. Aunque tampoco se queja, le basta con sus amigos de la infancia, no necesita a nadie más.

-Llegas temprano, Maddie.-la voz gruesa de Fred le hace saltar. Le ha dado un susto, justo cuando se disponía a subir las escaleras. Al lado de Fred, aparece Eddar, con una manzana a medio comer. Siempre será el gemelo glotón.

-Lo mismo te digo. ¿Hay problemas?-no puede evitar preocuparse por ellos, no después de haber terminado con Ed en el hospital la última vez que tuvieron que "encargarse" de asuntos confidenciales de la pandilla.

-¿Por qué siempre preguntas lo mismo?-pregunta exasperado Ed, quien termina gustoso su fruta.-Ya pareces mamá.

Deja escapar un bufido, odia que se tomen todo tan a la ligera.

-Si mamá supiera lo que hacen, no tendría que reprenderlos yo.-justifica, adoptando una pose defensiva. Su madre desconoce de su afiliación con la pandilla, y aunque deteste tener que mentirle, no quiere causar una guerra en su familia. En cuanto a su padre, él ha dejado en claro que está al tanto de sus andanzas, pero que el día que lleguen a hacer algo estúpido, será el primero en darles una verdadera reprimenda. Por supuesto, no tiene idea de que sus hijos son los jefes de los Stungs, y no simples miembros. Y vaya que han hecho cosas estúpidas, no obstante, Maddie siempre está para cubrirlos.

Fred frunce el ceño, disgustado por su comentario. A ninguno le gusta tocar el tema de sus padres.

-¿Cómo te fue en el Instituto?

Maddie rueda los ojos, aunque está agradecida por cambiar de tema.

-Pregúntale a alguno de tus chicos, los obligas a vigilarme de todas formas, Fred.

-Es por tu bien, Mads.-responde Ed, encogiendose de hombros. Eso nunca lo admitiría, no puede entenderlos. ¿Para qué se han metido en tantos conflictos? ¡Ni siquiera tienen veinte años!

Decide que es suficiente de ellos, y sube a toda prisa a su habitación. Es la menor de su familia, así que entiende de cierta forma la sobreproteccion que recibe, pero está cansada de tener que cuidarles, morir de preocupación y, para colmo, tener que soportar a sus guardaespaldas no solicitados las horas que pase fuera de la casa. Todos dicen que Fred sabe lo que hace, que es un gran líder, alguien justo que no busca conflictos, pero ella no puede ver a su hermano como más que un celoso y molesto dolor de cabeza. Eddar es otra historia, es su cómplice, el hermano que le seguía en todas sus travesuras de pequeña, pero no por eso menos protector; ha escuchado de la pandilla que es más que la mano derecha del líder, sino que es el más apto a la hora de sonar convincente con las autoridades. Porque sí, él tiene un don para mentir y salir de los líos que tanto ella como Fred siempre han envidiado.

Se echa en la cama, exhausta por el día que ha tenido. Marcus no parece notar su interés, y como el resto de chicos, la ignora la mayor parte del tiempo, aunque él no parece temerle. Bueno, no a sus hermanos, al menos.

Cuando se dispone a darse un baño, se repite lo de esta mañana. Un mareo la golpea, esta vez con más fuerza, y provoca que se tambalee; y de nuevo está ese olor tan extraño, como una mezcla entre la menta y la tierra mojada. Recupera lentamente sus sentidos e instintivamente voltea a la ventana.

-Nadie, Maddie, no seas paranoica.-se repite a sí misma. ¿Sería posible que verdaderamente alguien la esté acosando? Lo siente, es como si alguien la vigilase, pero de una manera muy distinta a los Stungs o sus hermanos.

Tras una ducha y un poco de descanso, baja a la cocina y prepara la cena. Unos fideos con salsa serán más que suficiente para saciar a su familia, porque ella no pretende cenar esta noche, no después de acabar con las donas glaseadas de Ed, quien seguramente al enterarse estalle en su contra. Así es como Maddie pasa sus días, tan normales como el de cualquiera. Y desde la sombras, él la observa, desde el momento en que le fue asignada hasta ahora, dieciséis años después. Le gustaría decirle a la joven que la salsa no se hace de esa forma, o que tiene que ponerse algo más que unos shorts tan cortos que apenas la tapan, porque ya no es una niña y en cualquier momento alguno de los amigos de sus hermanos podría llegar; pero no lo hace, Johan conoce las reglas, sólo debe permanecer junto a ella hasta que llegue la hora. A veces, no puede evitar preguntarse porqué ella. La chica se ve ordinaria, tan ajena a su mundo que le desconcierta saber que en algún momento, tarde o temprano, la buscarán.

Tras un largo día, la observa irse a la cama temprano, y espera unos minutos a que se duerma profundamente. Maddie tiene algo que le llama la atención, desde el día en que nació siente su alma más afín a la suya que la de ninguna otra. Y no le es indiferente lo guapa que se ha puesto, por supuesto que no; todo lo contrario, la castaña tiene su encanto y él la conoce mejor que nadie.

Aún contra su conciencia y buen juicio, Johan no puede evitar materializarse en la habitación a oscuras, cuya única luz por el momento es la luna. Despacio, se acerca a la cama y se sienta a un lado de la joven, quien se encuentra soñando muy lejos de la realidad. Acaricia su cabeza con una ternura impropia de él; hay noches que se la pasa a su lado, tan sólo escuchando su respiración y, en algunas ocasiones, ha llegado a darle un suave beso en su frente para calmar sus pesadillas. Nunca le había pasado algo similar con alguna humana, ni siquiera recuerda que le haya pasado alguna vez. Pero lo siente, es como la última vez, pero con un ligero cambio de protagonista...

"Johan, ¿Estás ahí?" Gruñe ante la voz de su compañero. Hablar mentalmente en ocasiones es un fastidio. Como si le hubiesen pillado en plena fechoría, se aleja e inmaterializa de inmediato. Suspira, ¿Por qué Walter tiene que estorbarle en el único momento que tiene para estar a su lado?

"Lo tuyo es ser un mal tercio, ¿Sabes?"

"Luego me recriminas, pero tengo que darte las malas noticias" de pronto su interés se despierta; no ha sentido la presencia de ningún demonio, así que no comprende del todo cuál es la mala noticia.

"¿Qué ocurre? ¿Dónde estás ahora?"

El silencio le inquieta, su compañero no es precisamente alguien que le contacte a menudo, así que debe tratarse de algo grave. Sólo espera que no la involucre a ella.

"Es Kassian... ha vuelto"

MarcadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora