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En cuanto la luz se hizo realmente insoportable, Lucy cubrió su rostro entre las blanquecinas sábanas de su cama. Maulló frustrada moviéndose de un lado a otro ya que no podía conciliar el sueño una vez más. Se levantó con la resaca golpeándola con un fatal dolor de cabeza. Ya no saldría más sin tomar un abrigo, probablemente había pescado un resfriado y ahora tenía un poco de fiebre, pero eso no evitaría que saliera de su cama para ver el mar.

Le gustaba mucho caminar por la orilla, especialmente descalza para sentir el calor de la arena en sus pies. Era uno de los lugares donde más tiempo pasaba. Era muy tranquilo y pacífico, además… solitario.

Miró a un costado de su cama, sobre su mesita de luz y tomó un libro polvoriento y en muy mal estado. Releyó sus palabras quedando maravillada, dejando volar su imaginación. Ciudades gigantes, comida deliciosa, culturas diferentes, transportes desconocidos, todo debía ser maravilloso. Lo desconocido siempre era emocionante.

Dejó el libro de lado, guardándolo en un bolso de cuero y tomó su sombrero de paja y se lo puso sobre su cabello. Era uno de los pocos recuerdos que tenía de su familia; había pertenecido a su madre, Layla. No era más que un mísero sombrero pero para Lucy era mucho más que eso. Era una preciada reliquia.

El día era algo caluroso, por lo que se decidió por un vestido blanco suelto que tenía volados en la parte inferior de la pollera. Apenas salió de su casa una fuerte ventisca la golpeó haciendo de su pelo una maraña mientras se revolvía con la fresca brisa del viento. Lucy suspiró satisfecha y caminó –sin zapatos– directo al mar.

Le sorprendió no ver gente por el pueblo, estaba totalmente vacío, como si la tierra se hubiera tragado a la gente. Siguió caminando hasta que notó que el puerto estaba poblado de gente. Todos reunidos en multitud frente a una enorme construcción que estaba varada en la orilla de la playa.

Lucy abrió la boca sorprendida, jamás había visto tal cosa. Sí había leído sobre “eso”, cosas enormes que surcaban los mares. “Barcos”, si mal no recordaba. Se acercó a la multitud, que murmuraba cosas extrañas. Algunos preocupados y asustados, y otros emocionados al igual que Lucy. Pero los de cara larga eran los ancianos del pueblo, se veían furiosos y también dispuestos a sacar a los visitantes de su isla.

Del barco salió una especie de escalera, que fue anclada en la arena. De la embarcación, bajaron muchas personas, con rasgos diferentes a los usuales. Tenían el cabello de diferentes colores, al igual que los ojos; en el pueblo todos tenían el pelo y los ojos de colores “normales”. ¿Hablarían su misma lengua? Lucy dudaba mucho de ello.

Un hombre de pelo rosado y ojos aceitunados, también joven, se acercó a los sabios del pueblo. Comenzó a hablar con ellos en una lengua extraña y los ancianos al parecer también sabían cómo comunicarse con ella. Lucy mantuvo su mirada asombrada sobre el joven y lo que parecía ser su tripulación. Intentó acercarse para ver más de cerca, pero fue empujada hacia atrás por su propia gente, que le ordenaba que se alejara.

—¿Por qué soy tan débil? —murmuró impotente. ¿Por qué la despreciaban de esa forma? ¿Qué había hecho para merecer ese trato?

Apretó los dientes con fuerza y se abrió paso entre la multitud, y casi logra su cometido, pero alguien la empujó y cayó al suelo; raspando su piel en el impacto.

¿Quién es ella? —Lucy vio que el hombre de ojos verdes la miraba mientras hablaba, pero había dicho algo imposible de descifrar.

Eso no te incumbe, extranjero. ¡Vuelve por donde viniste! —habló uno de los sabios nuevamente en aquella extraña lengua.

WHERE ARE THE STARS?⬅ NaluDonde viven las historias. Descúbrelo ahora