1. El demonio lleva tacones

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A Scarlett se le da bien conseguir todo lo que quiere. Y todo significa cualquier cosa. No hay obstáculo que se le interponga, y de haberlo, lo hace desaparecer con un simple chasquido de dedos. La mayoría de las veces, sin embargo, lo que adquiere se debe a su apellido, aunque nunca, nunca, nunca ha sentido una sola pizca de remordimiento al respecto. Si de algo está orgullosa, es de sus genes y el poder de su familia, y si algo ha aprendido, es a usar todo ello para su propio beneficio.

    Le gusta apostar alto y arriesgar. Pero lo que sin duda le gusta todavía más es caminar por la vida pisando fuerte y siempre sobre unos zapatos de tocón de última temporada, los cuales va hincando con ímpetu sobre el suelo de la acera. Sus hombros están erguidos y su espalda completamente recta, mientras sus caderas se contonean al compás de unas pisadas firmes y decididas, las cuales hacen que su abrigo largo de Carolina Herrara se alce tras de ella con elegancia. Instintivamente aprieta los puños, sintiendo una oleada de ira recorriendo su figura perfectamente femenina.

    Rara vez recibe un no por respuesta, aunque cuando lo hace no tiene ningún problema en sacarse las castañas del fuego y crearse su propia red de contactos. No obstante, esto es distinto.

    Empuja la puerta principal con firmeza, sin esperar a que el portero de la entrada lo haga por ella, y entra en el edificio cambiando por completo el sentimiento agradable y amistoso de la atmósfera. Todos los allí presentes se giran en su dirección, sin atreverse a pestañear o a moverse un solo centímetro, pues saben bien quién acaba de llegar. Saben quién es y de lo que es capaz de hacer. Hay quienes ni si quiera son capaces de mirarle a la cara.

    Scarlett no tiene tiempo para miradas recriminatorias ni judiciales, no tiene tiempo para sacar el móvil de su bolso recién estrenado y hacer que todos los que cuchichean a sus espaldas sean despedidos; su mente está ocupada con un único nombre: Harry Styles.

    Cuando las puertas del ascensor se abren, ni si quiera se toma media milésima para respirar. El oxígeno se encuentra en segundo lugar en su lista de prioridades en este momento.

    A zancadas rápidas se dirige hacia el despacho de su mayor adversario, pero una figura femenina y más pequeña que la suya se atreve a entremeterse en su camino.

    –Lo siento, el señor Styles se encuentra ocupado en estos instantes –le informa la voz de su asistenta personal, sujetando un puñado de carpetas sobre sus menudos brazos.

    –Me la suda, esto es una puñetera emergencia –replica Scarlett, apartándola de un empujón. Harry Styles es su objetivo y va a llegar hasta él.

    Harry Styles es bueno en matemáticas. No, mentira. Bueno no, es buenísimo. Los cálculos son su fuerte y el ajedrez su pasatiempo favorito; de todo ello queda constancia en los numerosos diplomas que tiene colgados en la pared, justo detrás de su enorme escritorio, donde se encuentra en este mismo instante. Todo su maldito despacho es un mural de todos y cada uno de sus logros, dándole mayor crédito del que se merece, opina Scarlett.

    Harry Styles es un hacha de las matemáticas, pero se le dan mejor aún las personas. La naturaleza le ha otorgado el don de la persuasión, y si a eso se le añade un rostro angelical, una sonrisa matadora y un estilo exquisito, la combinación es arrolladora. Harry Styles lo tiene todo, y Scarlett lo odia por ello.

    Son sus habilidades cognitivas y matemáticas las que hacen que Harry estime el tiempo exacto en el que ella entrará por la puerta de su despecho echa una furia. Se reclina hacia atrás en su sillón y estira la manga de su chaqueta, liberando así el reloj que lleva en su muñeca. Le da ocho segundos, como mucho diez..., y comienza la cuenta atrás.

    De fondo, puede escuchar sus tacones repiquetear sobre la madera  de su oficina y captar su cabreo. Por eso cuando Scarlett entra por la puerta sin llamar, con el rostro rojo de rabia y con absolutamente todos sus cabellos en perfecto lugar, ni si quiera finge sorprenderse. Se levanta de la silla con calma y se desabrocha el único botón que tiene atado de su chaqueta de traje, haciéndole un gesto con la cabeza a su empleado para que se vaya.

Dirty money - h.s. auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora