Scarlett, de origen inglés, significa color escarlata. Ese color intermedio entre bermellón y carmín que, a un nivel más específico, es una coloración roja viva; tan llamativa y ardiente como el fuego, el cual resulta una hermosura observar desde lejos pero que en la cercanía quema. Ese color que solo el infierno tiene. Porque sí, ella es el mismísimo diablo, cuya ambición va más allá del cielo y las estrellas. Scarlett es un león rugiente que trata de devorar a todo aquel que se inmiscuye en sus asuntos.
Pero como toda fiera, ella también tiene un corazón. Uno pequeño, del tamaño de un albaricoque, pero tiene uno, y no le gusta que se lo pisoteen. A su alrededor ha creado una armadura blindada de oro, de manera que solo se puede acceder a él con una llave que únicamente ella posee y que guarda dentro de una inquebrantable caja fuerte. Desde que le crecieron las tetas y le salió culo, los hombres han ido detrás de ella como perros en celo y, la muy inocente Scarlett de trece, catorce y quince años, caía en la trampa una y otra vez.
Hasta que tocó fondo.
Desde entonces, hizo de los estudios su mayor prioridad y del éxito su mejor justicia.
Ojalá hubiese seguido siendo así, se replica a sí misma, sacando el móvil de su abrigo y observando la pantalla de inicio. 21:30. Aunque ni un solo mensaje, correo o notificación.
–Disculpe, señorita Haiton... –se acerca la camarera, los brazos estirados y las manos entrelazadas sobre su regazo, posicionándose frente a su mesa. Lo hace con cautela, pues ella es una de las muchas personas que conocen los arrebatos de ira de Scarlett –, ¿desea que le traiga la carta? –la sonrisa que le ofrece es igual o parecida a la que le muestran el resto de comensales de las mesas cercanas a la suya. Intentan compadecerse de ella, aunque lo último que Scarlett busca es compasión.
–No –gruñe entre dientes.
Esta es la primera vez en años que estaba dispuesta a sentarse en la mesa frente a un hombre y compartir una cena que estuviera fuera del ámbito profesional. Tan solo comer y beber y charlar, por supuesto, pero de cosas triviales. No se vería obligada a reírle las gracias, sonreír forzadamente e incluso fingir que el vino que él había escogido estaba bueno. Sino que se podría reclinar sobre la silla y relajar los músculos, mientras ambos degustaban manjares a la vez que uno coqueteaba con el otro.
Sin embargo, hace cuarenta y cinco minutos que Liam Payne debería haber entrado por la puerta del restaurante. La silla frente a la de Scarlett está vacía y su cubertería intacta, y no hay rastro de él. Si se encuentra en una atasco, es un mal momento, y si ha decidido dejarla plantada..., oh, más vale que tenga la entrepierna bien protegida.
–Lo siento –dice una voz masculina, apareciendo por detrás de la camarera –, he perdido la noción del tiempo.
Se quita la chaqueta de vestir y la cuelga en el respaldo de la silla, la cual no tarda en ocupar. Después, se desabrocha los botones de los puños y se remanga las mangas, justo por debajo del codo.
Scarlett alza una ceja y arruga los labios en una mueca.
La camarera sonríe, les entrega un par de cartas para que elijan lo que tomarán y les deja a solas.
–No podía dejar que una señorita tan guapa cenara sola –sonríe él, ojeando la variedad de platos de aquella carta. Pero ese no es Liam Payne; ni si quiera se le parece.
–No necesito compañía. La compañía soy yo.
Se lleva la copa de vino a los labios y le da un último trago. Una vez vacía, la vuelve a posar sobre la mesa y el hombre frente a ella coge la botella de la cubitera y rellena los vasos de ambos.
Él desprende un aire pudiente, avaricioso incluso, el cual se refleja en la marca de su traje hecho a medida, el tamaño de sus gemelos y el brillo de sus zapatos, dejando claro que pertenece al mismo estatus que Scarlett. Sin embargo, a ella no le sorprende. Está más que acostumbrada a que ese prototipo de hombre desfile frente a ella ya sea llamado por su indiscutible belleza... o por su cartera.
–Apuesto a que tienes a todos tus enemigos a raya –ríe entre dientes –. Y apuesto también a que tienes muchos.
–Solo los justos y necesarios –responde ella, encogiéndose de hombros con indiferencia.
Scarlett no tiene intención de conversar con un extraño sobre asuntos personales, mucho menos hablarle de la lista negra conformada por sus rivales empresariales. Más que nada porque, en el fondo, no tiene enemigos, sino fans confundidos.
Entre tanto, la camarera ya ha vuelto a su mesa y les ha tomado el pedido.–¿Alguno en especial? –inquiere él.
Solo hay uno que se le pase por la cabeza. Una única persona cuyos movimientos siempre ha seguido muy de cerca, pero con cuya apariencia no está asociada. Esa clase de gente que detestas sin si quiera conocer, y Harry Styles tiene ese efecto, al menos en Scarlett.
Son rivales desde prácticamente siempre. De hecho, estaban destinados a serlo en el momento exacto en el que fueron concebidos, ya que la historia de sus familias se remonta a los años sesenta, cuando los abuelos paternos de ambos comenzaron un negocio juntos. Si ese negocio siguiera en pie, Harry y Scarlett serían casi como familia. Pero las cosas se torcieron y ambas partes se odian a muerte. Un odio que ha ido incrementando de generación en generación, desde su abuelo, pasando por su padre, hasta llegar a ella.
No obstante, su instinto le dice que no tiene de qué preocuparse. Por lo que sabe, ese tal Harry no es más que un aspirante a que no le llega ni a la suela de sus preciosos Stiletto, y está segura de que no se trata más que de un enclenque con gafas de culo de vaso que no se comería ni una rosca. Aunque un enemigo, es un enemigo, y más vale prevenir que curar.
Pero no le va a dar la respuesta que él busca. Después de todo, la clave del éxito es mantener el objetivo claro y el plan para conseguirlo en secreto. Así que le muestra a ese desconocido una de sus sonrisas sarcásticas y se recompone en su asiento, inclinándose hacia delante y agarrando la copa de vino entre sus dedos. Se lleva el fino cristal a los labios, pero antes de darle un sorbo centra su mirada en la de él, y lo estudia. Una acción que le lleva apenas unos segundos.
Como su padre le ha ensañado, conocer a su oponente es la clave para ganar. Los puntos débiles de uno son los fuertes de otro y, cuando a negocios se refiere, la victoria es lo único que te coloca en la cima. Ser amable y simpático no lo harán. Pero aunque esa cena no sean negocios, siente la necesidad de analizar a aquel tipo. Aunque no lo admita ahora, ni nunca, se siente amenazada en su propio territorio.
–¿Y quién... quién dices que eres? –Scarlett frunce el ceño y se humedece los labios con vino, completamente despreocupada.
–No lo he dicho. Mi nombre es Harry, Harry Styles.
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Dirty money - h.s. au
Teen FictionScarlett Haiton y Harry Styles están a cargo de las dos consultoras más importantes de Inglaterra. Ambos quieren dominar, pero ninguno ser dominado.