Uno.

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Tomo su mano y entrelazo sus dedos con los míos, ese simple contacto hace que me sienta como en mi hogar, su calidez me reconforta y me hace tener esperanzas de que nuestra historia no acabará como todos lo predicen

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Tomo su mano y entrelazo sus dedos con los míos, ese simple contacto hace que me sienta como en mi hogar, su calidez me reconforta y me hace tener esperanzas de que nuestra historia no acabará como todos lo predicen.

Mi mirada recorre lentamente su rostro apreciando cada facción, sus pequeñas pestañas rizadas, las cejas nada pobladas que posee, su cabello color rojizo caoba da paso a unas pequeñas canas que sobresalen a simple vista y sus labios de color rosa coral se encuentran entreabiertos, sigo recorriendo su rostro y me topo con su pálida piel, aún en estas situaciones es admirable la manera en que luce, parece que la enfermedad no estuviera en su interior.

Todo a mi alrededor está en silencio a excepción del "pip pip" que proviene de la máquina a la que ella se encuentra conectada, sin embargo yo percibo algo más, un sonido profundo, yo escucho los latidos de su corazón, siento su ritmo al compás del mío y eso me hace sonreír, estamos conectadas.

Estar en un hospital me hace replantear absolutamente todo de mi vida, cuando era pequeña jamás imaginé pasar la mayoría de mi vida en una habitación totalmente blanca, inundada por sonidos de máquinas mounstrosas que mantienen con vida a las personas. No, yo imaginaba visitas a parques, zoológicos o noches de películas en familia, pero nunca fue así y temo que jamás lo será.
Con el paso de los años la rutina se volvió monotona y pasó lo que más temía; me acostumbre.

Probablemente ese fue uno de los tantos erores que cometí en la vida, se me hizo normal ir a la clínica 3 veces al día, para mi era familiar verla atada a tantos aparatos, me acostumbre a encontrarla siempre enferma, tanto que vagamente recuerdo verla sana, corriendo, saltando e incluso sonriendo, borre la imagen de mamá cuando aún podía tener control de ella misma y la reemplace por la de una mujer que luchaba por mantenerse con vida día a día para no dejar a sus dos hijos solos a la deriva. Me dolía profundamente verla así, sentía que una parte de mi moria junto con ella y me sentia inútil al no poder evitar nada.

Ella es mi vida, no podría imaginarme pasar un solo día sin verla, papá había dicho incontables veces que tenia que hacerme la idea de que algún día mamá ya no estaría conmigo, esas palabras las escuche desde que tenía 4 años, se repetian constantemente en mi mente como una grabadora pero simplemente no era capaz de asimilarlas. Cada vez que el médico la visitaba para hacerle chequeos terminaba sus frases con un "Lo siento, ya no se que más hacer, no tengo alternativas" y es cuando comprendí que el fin en realidad estaba más cerca de lo que yo quisiera.

-Señorita -la voz de la enfermera interrumpe mis pensamientos- la hora de visitas se ha terminado - Murmura desde el umbral de la puerta. Simplemente asiento y volteo hacia mamá para darle un beso de buenas noches, me levanto de mi lugar y salgo de la habitación.

Cerca de la entrada puedo percibir el olor a tierra mojada y el ruido de las gotas caer freneticamente hasta chocar en el piso.
La tormenta ha comenzado, me digo a mi misma, rápidamente vuelvo a adentrarme al hospital y me dirijo a la enfermera que se encuentra en recepción, al posicionarme enfrente de ella me observa confundida así que me aproximo a hablar.

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⏰ Última actualización: Feb 22, 2019 ⏰

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Una Tormenta Entre Nosotros. (Reescribiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora