Primer nivel: Sadismo.

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Había salido el sol y su luz entraba por la ventana  en aquella mañana de primavera, acariciando suavemente el rostro de Mario y su fiel esposa Susana. Después de estirarse en la cama Mario le da un beso en la frente a su esposa, se incorpora y se rasca los ojos perezosamente, hoy sería un gran día pero a penas tenía energías para afrontarlo. La idea de tomar un café del tamaño De la Torre de Pizza le vino a la mente y no le pareció mala.

Se levantó de la cama y caminó hasta el dormitorio de las niñas cruzando el pasillo, Amaia y Marina descansaban con una paz casi segadora , miró su reloj y pensó que era bastante temprano aún como para despertarlas, siguió caminando hasta las escaleras que llevaban a la planta baja de aquella casa con grandes ventanales por los que el sol entraba. Caminó hasta la cocina y comenzó a preparar el desayuno a aquellas niñas que alegraban su vida. Tras hacer aquel delicioso y sencillo desayuno caminó de nuevo hacia las habitaciones para despertar a las pequeñas, estas se alegraron al ver que su desayuno era el preferido de ambas , este consistía en tostadas con nutella, una mandarina para cada niña , un L. Casei y un colacao caliente. Acto seguido dejó a las pequeñas desayunando en la terraza y fue hacia el cuarto matrimonial para entregarle el desayuno a su amada esposa y desayunar junto a ella, era un momento de intimidad que tenían a diario antes de ir al trabajo. La siguiente hora pasó volando, ambos bañaron a las niñas , sacaron a pasear al perro y dos horas más tarde ya había dejado a las pequeñas en el colegio y conducía hasta el lujoso lugar en el que trabajaba, era el encargado y todos le profesaban admiración y respeto, cosa que lo hacía sentir orgulloso, un "triunfador nato" solía llamarse a sí mismo delante del espejo cuando su autoestima se hundía.

La mañana iba muy bien, tan bien que el jefe les había dejado salir una hora antes, aprovechando esa suerte se cambió el traje por un chandal deportivo en los aseos de la empresa, como el resto de sus compañeros que también tenían esa hora para volver a casa, hacer recados o simplemente disfrutar de la vida. Tomó su cartera en la mano derecha y caminó hacia la salida, al llegar a su coche (un Skodas Kodiaq Scout de siete plazas y con color azul metalizado) dejó la cartera dentro del coche, en el maletero , se subió a el y condució hasta la avenida marítima, aparcó en el centro comercial más cercano y se aventuró a correr por aquel lugar en donde se veía la serenidad de un mar en calma, los barcos llegar al puerto y a lo lejos algún que otro delfín hacer sus cómicas piruetas.

Algo llamó su atención mientras corría, se oían gritos de súplica cerca, muy cerca. Siguió corriendo hasta que pudo ver de donde venían los gritos, un hombre alto, atlético y de mediana edad estaba apuñalando a una mujer que tenía un niño en brazos. Cualquier persona le habría ayudado, cualquier persona habría llamado a la policía, cualquier persona podría haber huido pero el no, el se escondío y su primer impulso fue observar su propia entrepierna, la cual estaba hinchándose, asustado por el impulso de su cuerpo llamó a la policía y permaneció escondido, desfogándose.

Las siguientes horas habían transcurrido de forma rápida, tanto que incluso le asustaba. Había testificado ante la policía, su excusa para no haber llamado antes fue que ''El pánico le sucumbió.'' Al llegar a su hogar sus hijas y esposa le alababan por haber salvado la vida del pequeño niño y gracias a su llamada milagrosamente también la de aquella mujer, el estaba agradecido y sabía bien que en aquel momento era el heroe de su familia, pero lo que en aquel momento a el más le importaba era la sensación de excitación que aquella escena criminal le había otorgado. No era normal, el lo sabía y esa certeza le estaba carcomiendo por dentro.
Supuso que solo había sido un mal día, un mal día en el que cualquier cosa le excitaba, así actuaba a veces el miembro viril.
Era más que consciente de que estaba poniéndose mil excusas a cada cual peor para intentar explicar aquel acto repulsivo que había cometido, sin embargo no hallaba una respuesta que calmase su ansiedad y su histeria.
Así se pasó la noche, mirando al techo de su habitación tras haber realizado el acto sexual con su mujer , el cual no le había parecido tan placentero como anteriormente.
Sabía que tenía que ponerse en manos de un profesional, hablarlo con alguien que entendiese lo que le había pasado y supiese encontrarle una manera para que eso no volviese a suceder nunca más.

Los ocho niveles de locura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora