Parte 2- El regreso a casa

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Su prima Alicia pasaba poco tiempo últimamente en el piso que compartían. Andaba metida en alguna cosa absurda de las que hacía para no enfrentarse a su propia vida, y Paloma estaba segura de que continuaría así hasta que el colchón económico de la tía Gertru lo consintiese. Por eso le hizo gracia la retahíla de consejos no solicitados que le soltó en cuanto supo la noticia.

—Tienes que animarte, hacer cosas, conocer gente. Eres joven todavía, hay muchos hombres ahí afuera.

Sabía que repetía como un loro lo que cualquier persona diría en esa situación, porque ella no era un modelo de comportamiento razonable en ningún sentido. La última tontería que se le había ocurrido para matar horas era ir al Retiro a echar pan duro a los patos. Claro que ella no lo explicaba así: supuestamente quería hacer fotos inéditas con las que ganar algún concurso de fotografía, y estaba convencida de que ganaría llegado el caso. La prima Alicia hacía honor a su tocaya de los libros de fantasía y vivía en su mundo imaginario, aunque Paloma se odió un poco a sí misma por haber actuado con idéntico poco realismo acerca de Mario.

—¿Y cuándo se supone que voy a hacer esas cosas que propones, prima? ¿Cuando salga del trabajo a las diez de la noche o antes de levantarme a las seis de la mañana?

Maldijo su precario trabajo, el ritmo laboral que la había ido privando de vida social hasta refugiarse en internet como única manera de conocer gente. No es que Mario hubiese llenado su mundo, es que su mundo estaba lleno de telarañas cuando él apareció. No lo tuvo difícil para colarse en su corazón: tenía terreno abonado y el don de decir las palabras que ella necesitaba escuchar.

—Siempre se puede sacar tiempo para lo importante.

—¿Puedes dejar de hablar como un libro de auto-ayuda, querida Ali?

—Eso también ayuda, cómprate alguno guay.

—Uf, eres imposible. No puedo sacármelo de la cabeza de ninguna manera, lo jodido de que te dejen de la noche a la mañana es que no está en tus manos dejar tú al otro.

—Razón de más para no agobiarte, no está en tus manos, primita. Ahora me voy, que esta luz es la mejor para sacar fotos.

Era sábado y no tenía que trabajar, por esa vez. Las horas extraordinarias eran cada vez más frecuentes y peor pagadas. No le extrañaba que la tasa de desempleo aumentase en el país: los únicos que trabajaban cubrían las horas de los que no lo hacían. Al menos ahora no tendría que añadir aún más horas extras para sacar días libres de escapada. A lo mejor la solución estaba en mudarse al país luso. Eso le llevó a pensar en lo que estaría haciendo él, que libraba siempre los fines de semana. Quizá se levantaría tarde, como solía hacer. Hasta donde ella sabía, su hobby favorito era ese, dormir. Después acudiría a algún garito del centro a escuchar música en directo, con algún amigo o solo, y se recogería tarde. El domingo dormiría casi todo el día y volvería a la rutina del trabajo durante la semana. Por suerte o por desgracia, su relación se había mantenido gracias a las horas de chat casi continuadas que compaginaban con las otras tareas que tenía cada uno en su ordenador, él como programador de videojuegos y ella como diseñadora gráfica. Por la noche, tras la cena y antes de dormir, volvían a la carga, y así discurría un día tras otro, en una intimidad construida en la nube virtual.

Recordó que, para ser sincera, el personaje cibernético de Mario no se correspondía por completo con la persona de carne y hueso, pero lo atribuía a su timidez, que se diluía al escribir en una pantalla. Más preocupante le pareció el día en que descubrió que la supuesta fluidez en la charla no era tan así, sino que él borraba y volvía a escribir repetidamente las frases que le enviaba, cuando le enseñó cómo funcionaba una cosa llamada pantalla compartida. Pero estaba tan a gusto con aquellas charlas, su cerebro sentía tanta compañía sin reparar en el detalle de la lejanía física, que cada vez estuvo más y más enganchada a la adicción del cómodo y divertido chat. El paso al plano físico no hizo sino empeorar su enganche, y ya no sólo se conformaba con ver sus letras en una pantalla: anhelaba un abrazo o unas manos unidas como un yonki en busca de su dosis.

Ni siquiera podía cotillear sus redes sociales, porque no estaba en ninguna, pero intuía que él si estaría al tanto de lo que ella publicaba en su facebook. No quería darle protagonismo ni tampoco hacer como si nada hubiese ocurrido. Al menos nunca había difundido que tenía una relación en su muro ni tenía que pasar el mal trago de verlo en alguna foto con una nueva amiga. Intentó comportarse como siempre, para transmitirle que estaba bien, pero alguna indirecta con la típica frase genial que se comparte sí que dejó caer.

No te rompieron el corazón, fuiste tú intentando meterlo a la fuerza donde no cabía.

El destino le jugaba una mala pasada: el cumpleaños de él sería en pocos días, y recaía sobre sus hombros la decisión de dejarlo pasar o de felicitarlo aunque fuese de manera breve. En realidad, durante la triste despedida había recalcado que no descartaba volver a verla, a lo que ella le había espetado que para qué, que si era para otro revolcón sin futuro que no contase con ella.

El día C, de cumpleaños, decidió ser civilizada y enviarle un breve "felicidades, cuídate". En cuanto al emoticono, tuvo dudas. Un beso le parecía fuera de lugar, un guiño también, una sonrisa sonrojada ídem de lo mismo. Finalmente se decidió por una sonrisa sin rubor. Por alguna razón quería seguir siendo la que lo felicitaba antes que nadie. Envió el mensaje puntualmente a las 0.00, luchando contra el sueño que la vencía a esas horas tras el usual ajetreo entre semana. Sabía que él trasnochaba algo más, a pesar de que también madrugaba a diario. Su móvil se iluminó enseguida.

Gracias :)

Se quedó mirando la pantalla como una boba, como si todo siguiera igual, como si las cosas pudieran volver a ser como antes de descubrir que aquel hombre no estaba dispuesto a remover cielo y tierra por estar con ella. Volvió a plantearse dejarlo todo y acompañarlo en su aventura portuguesa, pero él ni siquiera planteó la posibilidad en tantos meses de relación.

Puso la radio como hacía siempre antes de caer rendida sobre el colchón.

Amor, abrázame tan fuerte que duela,

abrázame tan fuerte que llueva,

que mis lágrimas quieren decir que te quiero

Amor, aún podemos cruzar la tormenta...

Ojalá todo fuera tan fácil como en las canciones, pensó. Ojalá los hombres sintieran el corazón encogerse con letras así, pero sabía que él sacaba su lado más cínico con aquellas —en su opinión— ñoñerías. Trató de no ser negativa del todo y extraer algo bueno incluso de lo malo. El corazón le decía una cosa y la cabeza otra. Al final se durmió con la idea esperanzadora de que alguna vez lograsen al menos mantener una simple amistad, se conocían lo bastante bien como para no intentarlo al menos.

Sin ti lo seré todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora