Prólogo: La Persecución

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Hirundapus caudacutus. También conocido como Vencejo Mongol, o Rabitojo Mongol. Un ave que lograba alcanzar los doscientos kilómetros por hora cuando cazaba. Una hermosa criatura que en aquel momento se hallaba posada sobre una rama a menos de un metro de donde yo estaba.

El pequeño vencejo de tanto en tanto picoteaba con delicadeza sus alas, segundos más tarde alzaba su pequeña cabeza para mirarme, y batía las alas. Era como un estímulo, aunque reconozco que las primeras veces que lo hizo me asusté bastante ya que realmente me pensaba que saldría volando.

Agarré con firmeza el fino cuaderno, a la vez que con mi mano libre deslizaba la goteante pluma cargada de tinta sobre la delicada superficie del lienzo, trazando pequeñas y finas líneas. Me encontraba medio agazapada sobre la gruesa rama de un abeto, intentando moverme lo mínimo posible para no espantar el pequeño pájaro.

Aquella pluma era especial para mi. Me la regaló un chico por mi séptimo cumpleaños, un chico del que no volví a saber más después de aquella fiesta. A pesar de que aquel objeto estaba repleto de pequeños e infantiles dibujos bordados ejercía para mi un valor incalculable que iba más allá de las burlas de mis compañeros, y era algo sin lo que hoy día no sería capaz de dibujar.

Suspiré bajito, sonriendo con satisfacción y observando mi dibujo. No había quedado tan mal como pensé que quedaría al principio. Volví a meterme el cuaderno en la mochila, se hacía de noche y debía volver a casa cuanto antes.

Varios rumores se filtraban por el pueblo, éstos hablaban sobre ataques de animales contra los desafortunados que salían cuando oscurecía. El peligro acecha la noche. Decían con frecuencia. En mi opinión todo aquello era una forma de inculcar miedo a los menores para que no se adentrasen solos en el bosque. En cierta forma tenían razón, era peligroso, pero por otro motivo. Las trampas.

El pequeño pueblo de Crawford Valley estaba rodeado por miles de hectáreas de enormes sauces y abetos cuyos troncos llegaban a ser tan gruesos como la rueda trasera de un tractor. Aquel lugar estaba plagado de ciervos y para nuestra desgracia aquel terreno era muy codiciado por los cazadores, los cuales distribuían grandes cepos y diferentes trampas para atrapar aquellos animales.

Aquellas personas solo cazaban por diversión, no por necesidad. Solían dejar los cuerpos de lo que cazaban en el lugar donde los habían matado, sin importarles ni lo más mínimo que los niños pequeños lo vieran. Poco a poco aquel bosque ganó el apodo de Decay State.

Bajé del árbol de un salto, aterrizando sobre el mullido suelo plagado de hojas verdes. Me sacudí la ropa antes de emprender el camino de vuelta a casa. El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas, debía apresurarme puesto que me había dejado la linterna en casa y como había mencionado anteriormente el suelo estaba plagado de cepos. La idea de quedar atrapada en uno no me hacía precisamente gracia.

Comencé a caminar, guiándome por las marcas de los árboles. Para llegar a casa debía seguir recto hasta el árbol deforme, bajito y orondo, después de eso girar a la derecha hasta el árbol con la "X" tallada en la corteza, seguir recto varios metros hasta los restos de la antigua mansión abandonada, buscar las estatuas de la entrada, pasar a través de ellas y seguir el camino de tierra que llevaba directamente al pueblo.

Me hallaba cerca del árbol deforme cuando escuché un ruido a mi espalda, fue tan superficial que al principio pensé que sería producto de mi imaginación, idea que descarté cuando volví a escucharlo. Me di la vuelta lentamente.

Un lobo cuyo pelaje castaño era tan oscuro que podía atreverme a decir que era de color negro me observaba con determinación, con la cabeza medio agachada y las orejas levantadas. Mantenía las patas traseras separadas mientras que las delanteras estaban juntas y todo su cuerpo se mantenía en tensión.

Lobos De Crawford ValleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora