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CAPÍTULO 1: “HolyChance”.

La profesora le pegó a Eva una vez más.

Ella gritó de dolor y más lágrimas amargas salieron de sus ojos. Charlotte contemplaba la escena abrumada. También lloraba y se tapaba la boca con las manos, temerosa de que también la pillaran a ella y se quedaran sin cenar.

En Holy Chance no había piedad. Los niños que no salían adelante se quedaban atrás. No había tratos especiales para ninguno. Si una niña enfermaba, se le daba menos comida y la demás se distribuía entre las otras. Sí una niña se… “marchaba”… sus cosas se daban a las demás niñas.

La profesora siguió pegando a Eva hasta que pareció satisfecha. Ella bajó la cabeza, se secó las lágrimas disimuladamente y se giró hacia la mujer.

—¿Has aprendido ya la lección? —preguntó con frialdad—La próxima vez que robes comida, no seré tan blanda contigo

“¿Blanda? ¿BLANDA?”

Eso era lo único que podía pensar Charlotte en aquél momento, mientras hervía de rabia.

Si tan sólo fuera más mayor… y más valiente.

Si no la hubieran abandonado…

—Lo siento, señora Lee.

Eva se frotaba los ojos. Volvió a hablar

—No volveré a hacerlo.

—Más te vale. Porque sino… —la profesora hizo un gesto violento con la vara que tenía en la mano.

Eva se estremeció.

—¡Y AHORA FUERA! —le gritó la mujer. Eva volvió a llorar y corrió a toda prisa hasta la salida, en dirección a la puerta tras la que estaba oculta su amiga.

Charlotte se hizo a un lado. Eva salió de la habitación y por fin se encontró sola, en el pasillo. Ambas se abrazaron y se marcharon a su cuarto.

Cuando llegaron a él, entraron silenciosamente y se subieron a sus literas.

Ellas, al igual que todas las niñas de Holy Chance, compartían habitación con más gente. Los pequeños cuartos estaban compuestos con un armario en la pared de puertas corredizas en el que las treinta y seis niñas de la habitación –un número muy elevado para un lugar tan pequeño– guardaban su poca ropa y sus pocas pertenencias. El cuarto también constaba de cuatro literas dobles; cada una de esas literas tenía tres pisos y en cada uno de los pisos habían dos camas.

En la habitación de Eva y Charlotte, las cuatro camas estaban colocadas en las esquinas, y el armario en la pared derecha. Cuando las niñas querían coger sus cosas, hacían cola.

—¿Qué habéis conseguido hoy, chicas? —preguntó Charlotte nada más entrar en la habitación.

Charlotte tenía una capacidad innata para dirigir, pero no con tiranía, sino de manera que a todas les gustara su forma de gobernar. Eva era más instruida y aunque la respetaban y le tenían cariño, no se la consideraba superior, al revés que a Charlotte.

Las niñas, que se habían sentado en corro, les hicieron un hueco para que se sentaran con ellas. Sophie, una niña rubia y gordita muy simpática, comenzó la conversación.

—Aquí está todo lo que hemos conseguido hoy, Charlotte—sus compañeras depositaron tres pequeños bultos cubiertos de una servilleta en el suelo y una botella. Charlotte aportó el pedazo de queso que había conseguido robar de las cocinas.

Lo que habían conseguido robar sus compañeras eran un pedazo de carne en buen estado todavía, una hogaza de pan y un bol enorme de patatas fritas de las que se emplean en la tortilla. La bebida era leche.

Eva le echó un vistazo a la comida y le recomendó a sus compañeras que comieran la carne, las patatas y algo de queso aquel día y que guardaran algo de leche y pan para otro.

Y así hicieron; cada niña se llevó una fina rebanada de pan, una de queso, dos lonchas de carne y un buen puñado de patatas.

Tras beber cada una un vaso de leche, guardaron la comida sobrante en su armario y se marcharon corriendo a sus camas antes de que llegaran las monitoras y les castigaran.

Tres minutos después, apareció la señora Watt, una mujer dura y mala que era la encargada de apagar la luz en el cuarto de las niñas, y de asegurarse que dormían.

—¡Todo el mundo a la cama! — rdenó. Las niñas ya estaban en sus literas y se limitaron a arroparse y a esconder la comida que habían repartido. La señora Watt apagó la luz y salió de la habitación cerrando de un portazo.

Todas contuvieron la respiración; ni voces ni pasos. Nada.

Acto seguido Eva sacó su linterna y tras encenderla preguntó:

—Bien… ¿a quién le han pegado hoy?

Aparecieron un montón de linternas por toda la habitación, cada una de las cuales significaba el número de “heridos”. Eva se levantó, cogió sus vendas y su alcohol y corrió a las literas de sus compañeras a curarlas. Mientras, Charlotte abrió el pequeño “armario”, si se le podía llamar así, que había en cada piso de las literas.

El armario estaba destinado a guardar la ropa de las niñas o sus gafas, en caso de que alguna las necesitara, pero ellas lo usaban como sus taquillas; para guardar sus efectos personales.

Eva terminó de curar las heridas de sus compañeras y volvió a su litera, para estar con Charlotte.

Teddy BearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora