Aurora
Se dice que los sueños solo pueden cumplirse cuando se está dormido, se desarrollan cuando se está despierto y nacen cuando se es inocente. No sé si todo eso es verdad, vaya, ni siquiera sé si la verdad existe. Todo es confuso cuando tu conciencia vaga por las estrellas y la falta de descanso se mezclan en tu cuerpo. Me acostumbré a las noches largas, aumenté una taza más de café durante los turnos nocturnos. Durante el día, apenas y puedo conseguir el descanso adecuado. Claro, si a mi madre no se le ocurre ir de compras o cantar sus canciones favoritas a todo pulmón. Ella se ha vuelto un poco más imperativa en estos últimos días. Creo que ha comenzado a tomar algunas pastillas en secreto. Pensé que ella me lo contaría en algún momento.
Pero quizá no lo haga nunca.
Me moví entre las sabanas de mi cama, aunque el ambiente se sentía frio, no me apetecía llevar una manta sobre mí. Quizá comenzaba a tener un especial cariño por el frio. Entre mis manos y sobre mis muslos, descansaba aquel libro “El zorro enamorado de la Luna”. Pese al tiempo, aún no me había dado el gusto de terminar aquella magnífica obra, entre el trabajo, los estudios y mi madre, apenas me quedaba tiempo para mí. Acaricié la tapa dura y fría, se sentía liza y suave. De repente, pensé en Michelle, me sorprendí a mí misma al recordar su nombre después de todos estos meses. ¿Cuánto había pasado desde aquella noche? Cinco meses quizá, no lo sabía exactamente, pero podía recordar a la perfección cada detalle de ese momento, que, aunque imprevisto, se sentía tan íntimo en mi interior. Sin embargo, el color verde de sus ojos bajo el manto oscuro de la noche, prevalecía en mi memoria. Durante las noches, cuando cerraba los ojos ante el cielo nocturno, me sorprendía a mí misma recordando el iris ajeno, pensé que en momentos, su voz y su manera de moverse, me eran semejantes a la soledad.
Aún lo hacen.
Me levanté cuando vi la hora en mi celular, cuatro treinta de la tarde, y en menos de tres horas debía estar de camino al trabajo. Deslicé la bata blanca de seda, dejando mi cuerpo desnudo, me posé frente al espejo. Observé cada detalle de él, aunque siempre había tenido una figura delgada, me di cuenta de que había perdido unos cuantos kilos, ahora, mis costillas podían ser vistas con un poco más de detalle, mis pechos, pese a no ser de gran tamaño, también se habían encogido un poco, mi piel seguía del color pálido. Un blanco albino que contrastaba con los cabellos casi blancos que había recortado hace un par de días. Lo acomodé, hebras pálidas que caían suavemente sobre mi hombro, me hacían sentir extraña. Como si no perteneciera a este lugar. Miré mi rostro. Las ojeras, ahora, eran un poco más difíciles de ocultar, las mejillas hundidas no me agradaban del todo y el iris azul de mis ojos luchaban por mantener un brillo en ellos.
Descendí un poco la mirada, miré mis piernas, pese a su delgadez, aún parecían fuertes al igual que mis brazos. Miré mi parte íntima, apenas con vello púbico, pensé que quizá se debía al ser lampiña como mi madre. Solté un largo suspiro y me alejé de aquel espejo. Me dediqué a darme una ducha y a ponerme el uniforme. Con el cabello en una mediana coleta, salí de mi habitación. Supuse que mi madre estaba dormida, puesto que se escuchaban los leves ronquidos que desprendía de su garganta. Observé el reloj sobre la pared, aún quedaba mucho tiempo antes de ir al trabajo. Sin embargo, tomé las llaves del auto y partí al hospital.
Me gustaba el tiempo frío, porque los autos apenas se mostraban en las calles, desde la carretera, podía observar la neblina fina que sobrevolaba en el mar a la lejanía. Del reproductor de música adherido al auto, se escuchaba “Life on mars”, una canción preciosa que se mezclaba con el sonido del viento.
Cuando llegué al hospital, me dirigí de inmediato a los vestidores, ahí, en mi casillero, tomé mi tarjetilla y la coloqué sobre chaleco azul. No hubo necesidad de ofrecerme en ayuda en urgencia, pues una de las enfermeras había faltado y me pidieron que ayudara con el término del turno. Para mi sorpresa me tocó auxiliar a uno de las nuevas doctoras. Gabrielle Carter, como ella se había presentado, era una mujer joven, con cuatro años mayor por encima de mí, ella aún tenía ese aliento juvenil de universitaria.
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Half the world away
RomanceAurora, una joven nativa de Islandia de veintidós años emprende una nueva vida junto a su madre, mudándose a un barrio en Oregón. Ella emprende sus prácticas como enferma en uno de los hospitales de mediana clase, mientras mantiene un seguro para s...