Prólogo: Antes de la decisión

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Entonces, luego de haberlo pensado tanto, escapé de aquellas rejas y muros creados a lo largo de mi vida. Y me fui de aquella ciudad, lejos. ¿Cómo es que pude haber tenido tanto coraje para escapar de mi propio mundo?

Tuve que enfrentar a mis 18 el mundo "real", a lo que tanto le he tenido miedo pero que he anhelado.

Quería vivir y viajar por el mundo, encontrar mi propio camino, conocer otras personas, enamorarme, sentir el verdadero aire. Por eso escapé.

Pero no todo terminó como pensaba. Uno nunca sabe en qué situación termina, y tampoco sabes cuánto tiempo durarán esas mentiras.


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Hace 9 años atrás.

—¿Cuántas veces te he dijo que no juegues con ellos? Tienes tus cosas aquí, tus juguetes. —dijo mi madre antes de que pudiera decir una palabra y me llevara de mi pequeño brazo, casi arrastrándome por aquel frío pasillo, bastante iluminado.

Yo solo la observaba, sin decir una palabra. Hasta que de un tirón me alejé de ella, no entendía porqué no me dejaba jugar con algunos vecinos. 

Aunque cuando crecí lo entendí mejor.

—¡Basta! Déjame en paz, quiero jugar, ellos me invitaron.... —le supliqué a mi madre, mis ojos se llenaron de lágrimas por la rabia.

Mi madre me regaló un rostro de lástima, me prometió que me traería más juguetes si estaba callada y tranquila. Y no fue mentira, cada vez que algo así pasaba, ella me lo recompenzaba dándome juguetes o dulces.

Mi hermano Elías, unos dos años mayor que yo, tampoco era la excepción. Aunque él en su caso, pataleaba un poco más. Entonces era llevado a aquel cuarto en donde era castigado. Siempre sentí miedo por ser castigada también, por eso me mantenía callada y mantenía las reglas, a pesar de que no sabía el porqué estaban, ni qué se suponía que debía hacer bien o no.

Sólo era una sombra sin sentimientos, siguiendo reglas sin saber porqué.

Obviamente, en mi mente me  cuestionaba bastante, me preguntaba en aquella edad "¿Por qué mis padres son así?" o la típica de preguntarles a otros niños en la escuela si sus padres les ponía castigos "así". Sé que al decirlos no son la gran cosa, pero el escuchar los gritos de tu hermano durante toda tu niñez no es nada lindo.

Recuerdo cubrirme los oídos para no escuchar, odiaba verlo sufrir tanto por nada. 

Y un día, antes de irnos a dormir golpeé su puerta. Ese día mis padres no estaban, habían ido a una cena, entonces tuve la oportunidad de preguntarle algunas cosas. Debo decir que siempre fue un buen hermano y amigo para mí, ya que era la única persona cerca de mi edad que podía jugar y hablar. Ya en aquel tiempo no era tan estúpida, había cumplido mis trece años y necesitaba saber algunas cosas porque mi cerebro seguía sin conectar los hechos.

—Ey Eli, abre la puerta. —alzé un poco la voz, mientras tocaba la puerta.

—Pasa. 

Entré a su habitación, y mi hermano estaba allí acostado a oscuras, con las mantas hasta la cabeza. No era tan tarde, puedo recordar que eran las siete u ocho de la tarde.

—¿Qué demonios haces acostado a estas horas? —me dirigí al escritorio, encendiendo la pequeña lámpara y sentándome en una silla—. Sé que no te gusta mucho hablar de esto pero...

—¿Quiéres saber qué pasa? ¿Qué está pasando? ¿O lo que siempre pasó?— se acomodó un poco en su almohada, dándose vuelta. Observaba el techo, y podía notar desde los dos metros de distancia que tenía los ojos cansados, irritados. Lo único que pasó por mi mente fue que estaba llorando.

—Solo quiero saber qué sucede, hace días no sales de casa... —me levanté de aquella silla y me senté a su lado. Conocía a Elías demasiado bien, pero en aquel tiempo sentía que había cambiado, ya no tenía la misma energía de antes. Había comenzado a caminar menos erguido, a comer menos, a vestirse como un total pordiosero—. Pareces estar algo deprimido.

Elías escuchaba lo que decía sin mirarme a la cara, solo contemplaba el techo húmedo y oscuro, como si encontrara todas las respuestas haciéndolo. —No lo sé, Lavanda. Últimamente me siento tan desanimado con todo. He escuchado por ahí que el tener quince y estar de esta forma es normal. No te preocupes, voy a estar bien... Luego —volvió a darse media vuelta y a taparse otra vez.

Me había dado mucha rabia, no quería que siguiera aquella situación. Era verano, hacían 25 grados de calor y era una noche preciosa. No quería que pasara tan mal y que siguiera alejándose de esa manera. Puede que estaba siendo egoísta, o no estaba siendo empática con lo que mi hermano sentía. Pero no lo pensé. Lo tomé de un jalón sin pensarlo, del impacto calló al suelo y le grité en su cara:

—¡Vas a entender esto como quieras o no, pero no vas a estar así todo el día! Tienes que salir de una vez... No puedes dejarme sola. Sabes cómo son las reglas en esta casa y si no nos tenemos los unos a los otros...

—¡Si, lo sé! ¡Lo sé bastante bien eso, más que nadie! Por eso no aguanto esta casa —se levantó tambaleándose, lo noté mucho más delgado—. Es por esto que estoy cansado, porque no aguanto más esta casa. ¿Te parece normal que pasemos toda nuestras vidas siendo maltratados verbalmente y/o psicológicamente? No. No es nada normal. ¿Sabes cuántos golpes he tenido a lo largo de mi vida? No es nada fácil. He tenido que mentirle a profesores y maestros preocupados diciéndo que fueron caídas mientras jugaba, he comprado un montón de cremas para cicatrizar heridas... Y mientras papá me pegaba en aquel tiempo, mamá solo miraba... Sin decir nada. Siempre le importó lo que tiene en sus bolsillos, no qué tipo de persona era.

Yo lo sabía. Sabía que era golpeado porque no le gustaba seguir las estúpidas reglas que nos imponían. Incluso teniendo quince años seguía sufriendo violencia. Y por esa razón tenía tanto miedo de hablar. Yo era una persona totamente diferente frente a mi hermano y mis padres, había crecido con esto, y como había dicho antes, nunca lo había entendido hasta ese momento.

—Yo siempre tuve miedo de hablar, por eso nunca dije nada. Tú sabes que he tratado de ser menos cobarde, pero no puedo, las palabras que me dicen y los gritos... Dan tanto miedo— sentí mi voz quebrarse al final, tenía tanta tristeza guardada que el hablar en voz alta de esto se sentía totalmente diferente que el pensarlo. El único momento que teníamos de hablar este tipo de cosas era en el camino de la escuela.

—¿Y si nos vamos a la mierda de aquí? —su pregunta me dejó atonada, lo miré con extrañeza como si acabara de decir la estupidez más grande que dijo en toda su vida—. Creo que no tenemos nada que perder, solo esperemos a cumplir la mayoría de edad y nos vamos, ¿Qué te parece?

Nunca pensé que eso terminaría pasando.

Tampoco se me pasó por la cabeza que él lo haría antes.

LavandaWhere stories live. Discover now