»Capítulo siete.

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Las fotos rondaban por todas las redes sociales, siendo furor en internet, incluso habían aparecido en la televisión también; las noticias de la mañana al otro día dieron un espacio especial para las imágenes que tomaron unos adolescentes. En ellas se veían al famoso Spiderman desmayado, con una muchacha vestida de rojo a su lado, ambos aún dormidos en la azotea del edificio, cuando estaba saliendo el sol. Desde la perspectiva que se tomaron las fotos no se podía ver el rostro de la muchacha, solo se notaba que era una mujer y que tenía un largo cabello pelirrojo; y ella era la principal razón por la que internet explotaba de curiosidad.

¿Quién es ella?

¿Será amiga de Spiderman?

¿Es su novia?

Nunca antes la había visto, tal vez es una nueva superheroína.

Debe tener un apodo, no sé, como... ¡Caperucita roja!

Spiderman fue quien despertó primero y se percató de los ojos curiosos que se acercaban a ellos, apenas su cerebro pudo discernir el hecho de que Irene tenía el rostro destapado, se apresuró en taparla y salir de allí. Ignoró los gritos de los adolescentes, pidiendo que les dijera el nombre de la joven, pero él no podía hacer eso. Estaba tan nervioso, tan seguro de que Irene se enfadaría.

Y fue así, llevaba casi dos días siguiéndola y pidiéndole perdón por no haber evitado que las fotos se filtrasen.

—Irene, yo... Yo en ese momento realmente solo pensé en llevarte lejos antes de que vieran tu cara, ¡no se me ocurrió sacarles el celular!

Ella siguió caminando, sujetando con fuerza las bolsas de compra.

—No he podido salir porque todos buscan a la condenada caperucita roja —masculla entre dientes, girando de manera abrupta en una esquina—. Son tan infantiles con sus apodos, ¿por qué demonios necesito un apodo?

—Uh, para que te reconozcan sin... sin saber realmente quién eres.

—Antes no necesitaban saber quién era... siquiera sabían que existía. Maldición, Parker, nadie sabía quién era.

Estaba furiosa, no solo porque ahora los adolescentes idiotas recorrían las calles de noche, con sus cámaras a la espera de que la chica de rojo apareciera. Ellos en verdad estaban extasiados con la idea de tener una nueva superheroína en las calles.

—No sabes lo molesto que es —añade, deteniéndose en el semáforo, y cerrando los ojos para intentar controlar la jaqueca que le provocaba el grupito de almas en pena que la venía siguiendo todo el día.

Necesitaba deshacerse de todo el rencor que ellas le transmitían, necesitaba desahogar su rabia, pero no podía si corría el riesgo de ser fotografiada. O, en el caso de que la siguieran, de que se dieran cuenta que ella no era una superheroína del tipo que ellos pensaban. Irene terminaría yendo a la cárcel por asesinato, con lo bonita que era la justicia.

—Lo siento —Peter dijo en voz baja, muy apenado, mirándola con ojos de corderito a pesar de que la pelirroja mantenía la vista al frente—. Prometo que buscaré la forma de arreglarlo.

—No hace falta... Yo puedo solucionarlo.

Era tan terca. El castaño chasqueó la lengua.

—Vamos, acepta mi ayuda, ¿no que era mi culpa?

—Maldita sea, Peter —gruñe, poniendo las bolsas en una sola mano y la otra usándola para frotar su nuca con expresión de fastidio—. No te culpé de nada, me ayudaste con... esa cosa. Ahora mismo necesito —apartó la mano de su cabello, el cual ahora se encontraba despeinado gracias a sus bruscos movimientos— dormir.

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