Limbo

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Los músculos de mis piernas pedían clemencia por la rapidez con la que me iba alejando del bar Platón

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Los músculos de mis piernas pedían clemencia por la rapidez con la que me iba alejando del bar Platón. Trataba de seguir desde lo más cerca que podía la silueta oscura de Zafir, quien corría decisivamente sin mirar atrás.

El trago amargo de presenciar sus gruesas lágrimas de angustia por primera vez desde que lo conocí todavía no pasaba, es más, aún se proyectaba en mi cerebro como una imagen que iba y venía cual boomerang. Se armaba y desarmaba, acentuando cada vez algo distinto, mostrándome detalles que creaban por aparición una herida nueva. En primera instancia, el hecho me impresionó. Caló hirviente en una parte desconocida de mi ser, tan recóndita y perdida que era básicamente como sentir el dolor de un músculo que no sabías que tenías y que, aun así, te impide moverte de forma correcta. Sin embargo, era un evento esperado. Yo comprendía lo pesado de la situación, créanme que lo hacía.

Lo que no entendía era por qué decidió huir de mí cuando sabía que yo estaba tan destrozada como él, cuando yo estaba justo a su lado para ser el pilar que necesitaba y atendiendo al hecho de que Zafir detestaba estar solo. No es de relevancia contarles por qué. Yo simplemente lo sabía, los hechos lo confirmaban y a mí me constaba.

Aunque allí las cosas estaban funcionando de una manera distinta, una novedad: estaba presenciando el actuar de Zafir por primera vez en dolor.

¿Por qué, si no quería estar solo en lo regular, querría estarlo entonces? No tenía respuesta para ello, y si para conseguirla se requirieran largas horas de consideraciones y reflexiones, claramente las circunstancias no se acomodaban a ello. En ese momento, mi cerebro era una gran nebulosa de puro caos.

Ahora, con tu consentimiento, me permito volver el relato a aquella persecución que se estaba efectuando entre él y yo. La persecutora y el perseguido, quien se movía con completa agilidad por las calles de la ostentosa Maliena. Esa zona tan concurrida de Ursus, llena de luces, estructuras increíbles y, especialmente, gente. Mucha gente.

Me alarmé cuando se desvió a un pasadizo extremadamente angosto.

"Ya sabe que voy detrás de él" pensé. Y efectivamente lo sabía, confirmándolo cuando empezó a zigzaguear entre la multitud que, si bien se giraban a observarlo, no le prestaban demasiada atención. No obstante yo llevaba el corazón en la mano y los segundos cronometrados.

Le seguí el rastro hasta que estuvimos bastante alejados de las calles principales, cayendo dentro de la oscuridad de la noche. Apenas se veían las pequeñas lucecitas de los sauces resplandecientes, ahí un poco más en lo profundo de la arboleda en la que Zafir se metió repentinamente. Puedes pensar que dudé, que me cuestioné un "¿estás segura de esto?", que recapacité, pensé en él y tal vez después decidí ingresar de todos modos; pero no lo hice, no había tiempo. Me adentré sin hesitaciones en la infinita naturaleza que se erguía en mis narices. Corrí por largos minutos.

¿Dónde había quedado mi fuerza? ¿No había sido mi vida anterior una desdicha?

Al principio gritaba su nombre con todas mis fuerzas, luego aquella energía se agotó también. Mis músculos ardían ya por el esfuerzo y sentía el aire escaparse de mis pulmones a pesar de que inspiraba profundamente. El oxígeno ya no me era suficiente.

Guía para matar en Ursus.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora